Pedro Marqués de
Armas
En octubre de 1927, Xavier Villaurrutia escribió una carta a Jorge Mañach que es casi un compendio de la poética de Contemporáneos (aunque todavía no existiera el grupo bajo ese nombre) y, en particular, de las poéticas de Salvador Novo y el propio Villaurrutia.
Celebración de la
curiosidad y la crítica como valores literarios; realce de la traducción
como actividad creadora moderna, en sintonía en este caso con el mundo
anglosajón; entusiasmo por el intercambio y la conformación de espacios
literarios, sin exigencias programáticas, y elegancia en el decir, tanto en el
elogio como en la disensión.
Escrita en Cuautla,
“vestíbulo del trópico”, y tal vez más conocida por el desdeñoso juicio que
lanzaba sobre la poesía de Martí, a la vez que sobre un artículo de Raúl Roa
acerca de Versos Libres, debería leérsela no tanto por esas
opiniones, como por lo traían aparejadas, y por el resto de ideas que
Villaurrutia ponía a circular.
He aquí fragmentos de esa
carta:
¡Qué grato repasar, en
este destierro voluntario que mis nervios alterados me han impuesto, páginas de
fisonomías amigas, cercanas y sabidas de memoria algunas, lejanas y todavía ni
delineadas, pero preferidas ya, como la suya! Casi siempre está muy bien
su 1927. Y en este casi encontrará usted la diferencia entre un
elogio cortés y otro sincero. Al lado de páginas como las que usted dedica al
ensayista Castellanos, precisas, justas para Castellanos, ajustadas por usted
noblemente, ¿cómo aceptar un estudio titulado "Martí, poeta nuevo"?
No sin esfuerzo admitimos la primera de las dos calificaciones; imposible
admitir la segunda. El epíteto de nuevo no sólo hace daño a quien firma el artículo,
sino a la misma poesía de vuestro Martí. ¿Por qué no dejarla dichosa en sus
pequeños límites, navegando entre dos aguas: romanticismo, modernismo, muy bien
analizadas ya, –impuras ambas,– por el tiempo?
Muy bien lo sajón que
ustedes hospedan.Y subrayo la palabra porque he pensado en lo certero de sus
frases para explicar a una buena parte de América el sentido pleno que debe
buscar –y encontrar– cuando algo sajón se le ofrece. ¡Santayana, y bien
traducido, en Cuba! Hace poco hablaban de él en España y casi –¡ayl– como de un
descubrimiento. En México, hace dos o tres años, se tradujeron
algunos fragmentos: Ramos, Novo, traductores. La mano de Henríquez Ureña no
estaba ausente.
En cuanto regrese a
México le mandaré unas páginas traducidas de Jacques de Lacretelle, joven
francés en cuyos libros me reconozco a veces, un momento siquiera, ¡pero tan
claramente!, aunque haya entre nosotros diferencias de ausencia. No resisto a
no confiarle un nuevo motivo de simpatía, de inteligencia, entre nosotros: Usted
acerca a Castellanos a la hora actual por dos razones que son las únicas que
mantienen nuestro Ulises: curiosidad y crítica. Lo que yo llamo de
otro alegórico modo: Eva y Cézanne. (“Violación de correspondencia”,
“Almanaque”, Revista de Avance, Año I, T-2, núm. 13, 15 de octubre
de 1927, p. 26).
El título mismo del
artículo de Roa, “Martí, poeta nuevo”, sirve a Villaurrutia para matar dos
pájaros de un tiro: al autor, por calificar de nuevo a quien
seguiría navegando eternamente entre el romanticismo y el modernismo, y al poeta,
al propio Martí, por parecerle un lírico menor.
Aunque no consta que haya
trascendido, esta descalificación habría revuelto al avispero intelectual
cubano; por menos que eso se exigieron respuestas y disculpas inmediatas: recordemos
las recriminaciones a Reyes por hacerse eco de cierta broma sobre un abrigo de
Martí.
Sabemos, sí, que Marinello
compartió la crítica al texto de Roa (no a Martí, desde luego), pero no que
otros escritores hayan salido al ruedo contra el poeta mexicano.
Roa no respondería hasta un
par de años más tarde, pero no directamente a Villaurrutia,
sino relatando con fanfarronería, en un segundo y no menos infausto artículo,
cómo se tomaron él y su entonces amigo Raúl Maestri aquella descalificación del
Martí poeta.
El juicio de Villaurrutia
no solo era tajante sino excesivo. Y sin embargo, había sido expuesto
sin perder las formas, bajo cuidadoso preámbulo: “Casi siempre está muy bien
su 1927. Y en este casi encontrará usted la diferencia entre un
elogio cortés y otro sincero”.
Mañach y Villaurrutia
practicaban la camaradería, y se apreciaban mutuamente como escritores.
Muy diferente será el
comentario de Roa; pero antes de entrar en ello, veamos los argumentos de
“Martí, poeta nuevo”.
Para Roa, Martí estaba más
allá de toda “escuela lírica” y “tendencia literaria” de su época. Reconocía
sus lecturas de Baudelaire y Verlaine, para asegurar –acto seguido– que creó un
estilo en el que la “cerebración robusta estaba en pugna con la ideología
brumosa, casi se diría enfermiza, que distingue al simbolismo francés de su
proyección americana, el modernismo”. (Algo semejante, pero en sentido inverso,
es decir, para rotularlo de decadente, diría de Julián de Casal en otro funesto
ensayo.)
Según Roa, arte y vida eran
inseparables en Martí. Su “visión holística” superaría por sí misma a
predecesores y contemporáneos. En la “libertad” –que atribuye en igual medida a
la obra literaria y al pensamiento político de Martí– encuentra el atributo por
excelencia de su poesía (“cargada de honestidad”), a la vez que la clave que
explicaría su estilo directo y sencillo.
Para entender la condición
de poeta nuevo, bastaría con acercarse a lo que hay de particular en su
creación: “la sencillez en la forma”. Todo lo cual, al fundir poesía, ética y
“política liberadora universal”, certificaba su grandeza.
No muy seguro debería
sentirse Roa de “Martí, poeta nuevo”, quizás por la desaprobación que del mismo
hiciera Marinello, cuando en el ya aludido segundo artículo (“Divagaciones
sobre el poeta José Martí”) escribe: “Filiar un poeta es siempre empequeñecerlo.
Yo confieso que incurrí en el mismo pecado que ahora condeno, al rotular a
Martí de «POETA NUEVO» [mayúsculas suyas] en artículo del que estoy totalmente
arrepentido”.
Y añade:
“Incuestionablemente, Martí no es poeta ni nuevo ni viejo. Es sólo poeta de
siempre. Como Homero y Shakespeare y Schiller y Góngora y Rubén Darío”.
Se arrepentía de
categorizarlo, pero para recaer en la idea de un Martí intemporal.
Curiosamente, retrocedía en su equiparación de Martí a Alexander Blok,
encontrando en la poesía de este último, a diferencia de lo expresado en 1927,
mayor compromiso con las causas sociales que en los versos del cubano, signo de
que el elástico marxista se le aflojaba un tanto.
Dicho lo anterior,
correspondía desahogarse del dardo que le lanzara el poeta mexicano. Así que
apunta:
“Xavier de Villaurrutia (…)
negó mis apreciaciones. Nada se perdía por eso. Ni se negaba tampoco. Lo que sí
nos prendió en ira -Raúl Maestri compartió mi indignación- fue que Villaurrutia
mercadeara a Martí el título de poeta [como eso…] demostraba nada más -nada
menos- que Villaurrutia no había leído ni por el forro a Martí, opté por
sonreírme de él, olvidando piadosamente su parentesco con Alcibíades y Oscar
Wilde”.
Como buen perdonavidas,
prefiere Roa -a quien siempre costó ajustarse a juicios literarios- mofarse
de la homosexualidad de Villaurrutia. No le responde cuando se supone que debió
hacerlo, sino que espera dos años para relatar cómo transformó el enfado en
burla, en menosprecio. Su respuesta al poeta mexicano que, a fin de cuentas,
opinaba sobre literatura, consistió -al contrario- en un ataque ad
hominem.
La homofobia de Roa no
difiere de la que por entonces hacían gala los enemigos literarios e
ideológicos de los Contemporáneos. Las maneras son las mismas, entre la
iracundia y el humor pedante. Roa compartió ambas cualidades; no hay más que
ver su ruptura pública con Maestri, y los trapos sucios que allí ventila, como
su arremetida contra Piñera, cuando –en 1961, ya en plena cruzada
revolucionaria contra los homosexuales– lo insulta públicamente llamándolo
“escritor del género epiceno”.
En fin, parentescos
aberrantes y otras anomalías de la especie, como contrapartida a la elegancia
en el disenso.
Y claro que es compartible
el desacuerdo de Villaurrutia.
Para los poetas mexicanos,
al menos en la década del veinte, con independencia de lo mal conocida que
fuera su obra –y con justicia o no–, Martí sería un coetáneo de Gutiérrez
Nájera. Una resistencia, por tanto. Entregados al rigor formal,
reticentes a vítores y vitalismos, y padeciendo, como padecían, las embestidas
nacionalistas y del vanguardismo a ultranza, es comprensible que Martí no
supusiera para Villaurrutia –y para otros Contemporáneos; la excepción será pero años más tarde, el luminoso Pellicer– más que
una quimera cubana.
Si se suma la grandilocuencia
de la crítica marxista y sus cómodas soluciones, y los Martí andantes que
eran buena parte de los escritores cubanos, es todavía más claro lo dérmico del
asunto. No más que reacción. Un poco de inevitable alergia.
Lo interesante son las
búsquedas de los poetas de Ulises, y la sintonía que tratan de
establecer. Crítica al “novismo” en boga, al nacionalismo especular que asoma
en la omnipresencia martiana, y apuesta por la traducción y la apertura a otras
literaturas. Cosmopolitismo versus nacionalismo. Y, latentemente: Santayana
contra Martí. (O al menos, contra aquel Martí.)
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