Xavier Villaurrutia
Espíritu de mesurada persuasión,
Alfonso Reyes no ha querido ser en América un maestro de juventudes, quizá
porque comprende cuánto limita una postura de dogmatismo y admonición. Su
conocimiento, su trato con las cosas que se refieren a nuestro continente, es, aunque
cuidadoso y paciente, alejado. Tal vez por ello ha logrado ver y sentir con
serenidad conflictos que los iberoamericanos defienden con entusiasmo pero con
pasión ciega.
Atento a los más diversos
problemas, los ha resuelto con exactitud y juicio; ha señalado injusticias y
desconocimiento de nuestra lengua y literatura, y lo ha hecho con inteligencia
y, a menudo, con ironía. Así ha meditado en el peligro de que se tome en cuenta a
Gourmont sus frases una lengua neoespañola, existente sólo en la imaginación
del gran francés; para rechazar esta afirmación equivocada, acude a señalar los
mejores gramáticos que en el siglo XIX
ha tenido la vieja y única lengua española: Bello y Cuervo, ambos
americanos. Así, también, ha reprochado a los hispanistas norteamericanos -al
mismo Fitzgerald- su incompleta información y sus graves omisiones cuando se
trata de estudiar y considerar a los escritores contemporáneos de habla
española. De imperdonables faltas se ha lamentado frente a los estudiosos
hispanistas de Estados Unidos encontrando, al fin, en ellos, "un elemento
irreducible de incomprensión".
Cuando trata la desdeñosa actitud
de Pío Baroja contra América, y tras de recomendar no se conceda demasiada
seriedad a ligerezas, caprichos del mal humor y del mal gusto, logra formular
sentencias definitivas respecto al valor que España representa para los jóvenes
pueblos de América. Piensa que la España de hoy no es por más tiempo nuestra
"Madre", ni nos aguanta ya en el regazo, que mejor nos quiere como
camarada de su nueva infancia, que ahora es algo como "nuestra prima
carnal".
¿Qué importa pensamos nosotros
apoyados en sus informaciones, que el conocimiento de nuestra América haya
sido imperfecto si ahora se anuncia comprensivo; si Valle Inclán y Unamuno, si Araquistain
y Azorín vuelven los ojos con interés a la América que se integra; si
Díez-Canedo sigue y comenta nuestras letras con un amor ilimitado; si el mismo
Ortega y Gasset -cuya voz, hasta en sus posturas más inestables, anuncia a
España un tiempo nuevo- cree en América está el camino de la raza española?
De estas voluntades inquietas estudiosas,
útiles siempre para el continente nuevo, nuestro escritor ha ganado no pocas.
Pero hay además en Alfonso Reyes una visión más concreta, construida ya no por
relaciones y comparación, sino limitada por la preferencia de figuras, de obras
de algunos grandes de América: Bolívar, Montalvo, Martí, Darío, Rodó. Sobre
muchos de ellos ha fijado conceptos y dicho cosas inmejorables; sobre Darío,
sobre Rodó, ha insistido con devoción ejemplar.
Xavier Villaurrutia. Obras, México D. F, F.C. E. (1953). Fgto.
Xavier Villaurrutia. Obras, México D. F, F.C. E. (1953). Fgto.
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