Octavio Paz
Hemos leído el último libro de Emilio Ballagas, el poeta
cubano. El título del libro, Sabor eterno, es una clave para descender a
su intimidad y para situar a la poesía de Ballagas en el cuadro de la poesía
cubana contemporánea. Sabor eterno: las dos palabras se oponen y verlas juntas,
una frente a otra, parece uno de esos juegos barrocos de los que se ha abusado
tanto en los últimos tiempos. Pues, en efecto, el sabor, espuma de los
sentidos, es lo más fugitivo, lo menos eterno del mundo sensual. El gusto es
uno de los sentidos desdeñados por el arte; nuestra cultura es, ante todo, la
cultura de la vista, del tacto y del oído (¿no es así, Jorge Cuesta?); mediante
estos tres sentidos el hombre penetra el mundo exterior o se deja penetrar por
éste; los ciegos y los amantes -esos lúdicos ciegos- ven con el tacto; y los videntes,
con los ojos, tocan y oyen a la música invisible que danza en los colores del
paisaje o en las proporciones de las formas. ¿Y no hay colores ásperos, blandos
o hirientes? El olfato y el gusto han sido
los sentidos ofendidos y empobrecidos por la técnica. Emilio Ballagas pretende
rescatar de la pobreza y de la ceguera al gusto, al sabor, mediante la poesía.
Y lo inusitado de esta empresa deja de serlo si se piensa que Ballagas es
cubano y que alguna vez ha cultivado la poesía negra. El trópico, más que la
luz y el color, es el vaho, el sudor, el sabor, en suma, de la naturaleza. La poesía
cubana de los últimos tiempos, más que una poesía de color, ha sido una poesía
de sudor; de allí el halago con que nos toca, y también, su fragilidad y,
muchas veces, su banalidad. Guillén y todo el movimiento que engendró
representa este polo sensual y sabroso de la geografía poética cubana. En el
otro extremo se encuentra Florit, autor de unas décimas al trópico en la que
intentaba someterlo a una geometría, así fuese la laberíntica de Góngora. Más tarde
Florit se ha ido desnudando, por el camino de Juan Ramón. Si Guillén es el vaho
del trópico, Florit es su cielo. Y, entre ellos, la poesía de Ballagas, que
quiere ser sabor pero que no se resigna a lo efímero y quiere eternizarlo. Y en
este intento encontramos el mejor momento de la poesía de Ballagas y, quizá, el
más equilibrado y humano de la poesía cubana. Este momento es el momento de la
tierra, que humaniza a los sentidos y a la razón. La poesía de Ballagas se
mueve, precisamente, entre estos dos límites, el de los sentidos y el de la
razón: el mundo de los sentimientos. Las “Elegías”, seguramente lo más hermoso
del libro, son el mejor ejemplo de lo que decimos.
Este magnífico libro
de Ballagas es su mejor libro; en él ha encontrado una forma y un camino seguros
hacia la poesía, esa poesía suya que le late en el pecho, no ya como simple sabor,
ni como contemplación, sino como diálogo: el diálogo entre su sensibilidad y su
sensualidad, entre el sabor y lo eterno, entre lo fugitivo y lo que permanece. Mantener
vivo este diálogo será, en Ballagas, mantener viva la fuente de su poesía.
Taller, núm. 10, marzo-abril 1940, pp.
52-53. Recogido en Octavio Paz. Primeras letras (1931-1943), Selección,
introducción y notas Enrico Mario Santí, Editorial Seix Barral, Barcelona,
1988, pp. 179-80.
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