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domingo, 24 de noviembre de 2019

Sabor eterno. Ballagas por Paz


 Octavio Paz

 Hemos leído el último libro de Emilio Ballagas, el poeta cubano. El título del libro, Sabor eterno, es una clave para descender a su intimidad y para situar a la poesía de Ballagas en el cuadro de la poesía cubana contemporánea. Sabor eterno: las dos palabras se oponen y verlas juntas, una frente a otra, parece uno de esos juegos barrocos de los que se ha abusado tanto en los últimos tiempos. Pues, en efecto, el sabor, espuma de los sentidos, es lo más fugitivo, lo menos eterno del mundo sensual. El gusto es uno de los sentidos desdeñados por el arte; nuestra cultura es, ante todo, la cultura de la vista, del tacto y del oído (¿no es así, Jorge Cuesta?); mediante estos tres sentidos el hombre penetra el mundo exterior o se deja penetrar por éste; los ciegos y los amantes -esos lúdicos ciegos- ven con el tacto; y los videntes, con los ojos, tocan y oyen a la música invisible que danza en los colores del paisaje o en las proporciones de las formas. ¿Y no hay colores ásperos, blandos o hirientes?  El olfato y el gusto han sido los sentidos ofendidos y empobrecidos por la técnica. Emilio Ballagas pretende rescatar de la pobreza y de la ceguera al gusto, al sabor, mediante la poesía. Y lo inusitado de esta empresa deja de serlo si se piensa que Ballagas es cubano y que alguna vez ha cultivado la poesía negra. El trópico, más que la luz y el color, es el vaho, el sudor, el sabor, en suma, de la naturaleza. La poesía cubana de los últimos tiempos, más que una poesía de color, ha sido una poesía de sudor; de allí el halago con que nos toca, y también, su fragilidad y, muchas veces, su banalidad. Guillén y todo el movimiento que engendró representa este polo sensual y sabroso de la geografía poética cubana. En el otro extremo se encuentra Florit, autor de unas décimas al trópico en la que intentaba someterlo a una geometría, así fuese la laberíntica de Góngora. Más tarde Florit se ha ido desnudando, por el camino de Juan Ramón. Si Guillén es el vaho del trópico, Florit es su cielo. Y, entre ellos, la poesía de Ballagas, que quiere ser sabor pero que no se resigna a lo efímero y quiere eternizarlo. Y en este intento encontramos el mejor momento de la poesía de Ballagas y, quizá, el más equilibrado y humano de la poesía cubana. Este momento es el momento de la tierra, que humaniza a los sentidos y a la razón. La poesía de Ballagas se mueve, precisamente, entre estos dos límites, el de los sentidos y el de la razón: el mundo de los sentimientos. Las “Elegías”, seguramente lo más hermoso del libro, son el mejor ejemplo de lo que decimos.

 Este magnífico libro de Ballagas es su mejor libro; en él ha encontrado una forma y un camino seguros hacia la poesía, esa poesía suya que le late en el pecho, no ya como simple sabor, ni como contemplación, sino como diálogo: el diálogo entre su sensibilidad y su sensualidad, entre el sabor y lo eterno, entre lo fugitivo y lo que permanece. Mantener vivo este diálogo será, en Ballagas, mantener viva la fuente de su poesía.


  Taller, núm. 10, marzo-abril 1940, pp. 52-53. Recogido en Octavio Paz. Primeras letras (1931-1943), Selección, introducción y notas Enrico Mario Santí, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1988, pp. 179-80. 

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