Pedro Marqués de Armas
“Antes de ir a cenar, recogimos a Carlos Pellicer en la heladería del paseo del Prado. A Carlos le fascinaban las guanábanas: “Fruto que encierra toda la magnificencia del trópico”, dijo con voz tonante. Después buscamos a los Gamboa y nos fuimos al restaurante propuesto por Carlos Rafael, ya que los cubanos querían festejar a los mexicanos…”
La descripción es de Elena Garro (Memorias de España 1937) y se corresponde con la fotografía que encabeza esta entrada, una de las pocas imágenes sobrevivientes de aquel pasaje fugaz, por La Habana, de la exhausta delegación mexicana que participó en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura.
Al cuidado de Pellicer, la foto en cuestión se conocerá casi medio siglo más tarde, cuando el poeta tabasqueño la incluya en su Álbum Familiar con unos versos de Hora de junio al pie y algunas acotaciones al dorso:
“Antes de ir a cenar, recogimos a Carlos Pellicer en la heladería del paseo del Prado. A Carlos le fascinaban las guanábanas: “Fruto que encierra toda la magnificencia del trópico”, dijo con voz tonante. Después buscamos a los Gamboa y nos fuimos al restaurante propuesto por Carlos Rafael, ya que los cubanos querían festejar a los mexicanos…”
La descripción es de Elena Garro (Memorias de España 1937) y se corresponde con la fotografía que encabeza esta entrada, una de las pocas imágenes sobrevivientes de aquel pasaje fugaz, por La Habana, de la exhausta delegación mexicana que participó en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura.
Al cuidado de Pellicer, la foto en cuestión se conocerá casi medio siglo más tarde, cuando el poeta tabasqueño la incluya en su Álbum Familiar con unos versos de Hora de junio al pie y algunas acotaciones al dorso:
Juan Marinello, Octavio Paz, persona no
identificada,
Elena Garro, Carlos Pellicer, persona no
identificada,
Susana Gamboa, persona no identificada y
Fernando Gamboa
Foto: Cooperativa Fotográfica.
La Habana, 20 de diciembre de 1937.
Por una nota aparecida
en la revista Mediodía titulada
“Carlos Pellicer de paso por La Habana”, sabemos que fueron atendidos por
Marinello –que regresara de Europa poco antes– y por Carlos Rafael Rodríguez, a
quien puede identificársele sonriente y con anteojos, al lado de Paz. Presentes, también, Edith García Buchaca y Maria Josefa Vidaurreta.
En ese mismo número,
fruto de aquella cena, Mediodía
publicó “Elegía a un joven muerto en el frente”, poema que, como su autor, hiciera
fortuna durante la tournée
republicana: leído por la radio, publicado en Hora de España, y celebrado por no pocos de los mejores poetas
españoles.
El poema propiciaría
además su encuentro con Cernuda, de quien Paz acababa de leer La realidad y el deseo, comenzando así
una de las amistades literarias más fértiles del siglo XX.
Pero dejemos a Paz en su evocación:
“Conocí a Luis Cernuda
en el verano de 1937, en Valencia. Una mañana acompañé a Juan Gil-Albert, que
era el secretario de Hora de España,
a la imprenta en donde se imprimía la revista. Ahí encontramos a Cernuda, que
corregía algunas de sus colaboraciones. Gil-Albert me presentó y él, al escuchar
mi nombre, me dijo: “Acabo de leer su poema y me ha encantado”. Se refería a Elegía a un joven muerto en el frente de
Aragón (…) Que debía aparecer en el próximo número de Hora de España y que uno de mis amigos le había mostrado en pruebas
de imprenta. Le respondí con algunas frases entrecortadas y confusas. Admiraba
al poeta pero ignoraba que la cortesía del hombre era igualmente admirable.
(...En un cuarto perdido
inmaculada la camisa única
correcto y desesperado
escribe el poeta las
palabras prohibidas...)
Sus maneras eran
simples y reservadas, una indefinible mezcla de anglicismos y andalucismos.
Conversamos un rato, probablemente acerca de la vida en Valencia durante
aquellos días y de la creciente fiscalización que los sacripantes del Partido, como los llama en un poema, ejercían sobre
los escritores. En esta rápida conversación se mostró cáustico, inteligente y
rebelde”.
La trayectoria de
regreso a México ha sido lujosamente reconstruida por Sheridan. Los pasaportes
de Paz y de Elena Garro, sellados en la frontera española, les hacían
sospechosos para las autoridades del vapor Orinoco.
El barco, cargado de retratos de Hitler, tardó tres días en llegar a Lisboa y
no pudieron descender a causa del sello republicano.
Pasan hambre durante
la travesía, que hacen en tercera y dura otros diez días hasta La Habana. Un
joven aristócrata cubano, que viaja con su nodriza africana, les ayuda a
sobrevivir, además de las buenas artes de Elena Garro.
Para culminar, también
afrontan dificultades al llegar a Cuba:
“Luego de una tarde en
cubierta, al regresar a su camarote (una litera junto al cuarto de máquina),
los Paz encuentran su equipaje intervenido: no se ha perdido nada de valor (que
no había mucho) pero la colección de propaganda republicana, revistas, libros y
papeles, ha desaparecido”.
Se les permite
desembarcar, pero deben permanecer bajo custodia del embajador y regresar al
barco antes de las siete de la noche.
El encuentro con los
comunistas cubanos se extendió hasta altas horas de la noche, según cuenta
Garro:
“En la mesa, los Gamboa hablaron del inevitable Prestes, de
Getúlio Vargas, y de Machado, no de Antonio, sino del otro, del expresidente de
Cuba. Yo observaba a la gente de las otras mesas y a las que pasaban por las
arcadas.
-¡Qué gente tan
guapa…! –dije admirada y todos estuvieron de acuerdo conmigo (…)”
Cuando miran al reloj,
son las dos de la madrugada.
En ese largo día, Paz
y Elena, junto a Pellicer, visitan a Juan Ramón Jiménez en su casa, quien los
recibe en una mecedora tropical. Mientras Paz lo evoca impaciente, preguntando
por la suerte de sus amigos, tocado por la tragedia; Garro lo recuerda
fuera-de-lugar, “como un Greco en una playa llena de sol”.
En la fotografía, sus
miradas ciertamente divergen. La de Garro ausente, ajena a todo aquello,
catando acaso la belleza, mientras la de Paz es todo radar. Un rostro alerta,
que ya no dejará de interrogarse.
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