José Luis Guarner
Cuando rodaba para Vicente
Aranda "Cambio de sexo" -su única película española-, Néstor
Almendros me llamó para preguntarme si había visto el filme de Terence Malick
"Malas tierras", que aún no conocía. Malick le acababa de telefonear para
proponerle la fotografía de su nueva película. Yo le contesté afirmativamente y
que me parecía un director con personalidad, por lo que en mi opinión valía la pena
considerar la oferta. Néstor la aceptó tras leer el guión, y ganó un Oscar por
"Días del cielo". Para tranquilidad de su director favorito, King
Vidor, que le dijo: "Si no te dan el Oscar, me iré de la Academia".
Néstor Almendros se convirtió así en el primer
operador español que conseguía la famosa estatuilla diseñada por Cedric
Gibbons. El Oscar no cambió ni sus costumbres ni su estilo. Después de
"Días del cielo" volvió a trabajar con Eric Rohmer y Francois Truffaut,
los dos ejes sobre los que ha gravitado su carrera europea desde "La
coleccionista" y "El pequeño salvaje", respectivamente. Y eligió
siempre sus películas pensando no en su lucimiento personal sino en el interés
artístico del proyecto. Su aura y su prestigio de operador de la "nouvelle
vague" hizo que los directores americanos le siguieran llamando, como
Robert Benton, realizador de su película final, "Billy Bathgate", una
magistral, muy personal recreación de la iconografía del "film noir".
Almendros fue un director de fotografía resueltamente
idiosincrático, y de ahí deriva tanto su originalidad como su éxito. Su punto de
partida era el realismo más estricto en las fuentes de iluminación: Néstor no
soportaba la artificialidad ni la falsificación. Pero al mismo tiempo su buen
gusto innato, su sofisticada cultura visual le permitían estilizar, llevar a
cabo una transfiguración artística de los materiales con que trabajaba; él mismo
decía que, en cierto sentido, era más un decorador que un operador. Sus
brillantes resultados con luces mínimas por lo veristas -por ejemplo en
"Las dos inglesas", de Truffaut- han tenido una enorme influencia en
el estilo de iluminación de los grandes operadores norteamericanos actuales. La
famosa escena inicial de "El padrino", por ejemplo, donde Gordon
Willis y Coppola filman el encuentro de Marlon Brando con sus cofrades en una
habitación oscura, apenas iluminada por la débil penumbra que llega de las
persianas cerradas, es una consecuencia directa de los experimentos
-innovadores y arriesgados- de Almendros. Se da el hecho paradójico de que
muchos directores de fotografía -sobresalientes incluso- son magníficos
técnicos, pero el cine les interesa muy poco. Néstor Almendros era todo lo
contrario. La cultura le apasionaba en todas sus formas; por ejemplo, fue Néstor
el primer lector de "La traición de Rita Hayworth" y quien animó a
Manuel Puig a obedecer a su vocación de escritor. Cinéfilo militante, conocedor
a fondo del mejor cine de todos los estilos y todas las épocas, su aspiración
era la de ser director; fue un poco la casualidad lo que le hizo operador. Yo
le conocí en 1962, de regreso a su Barcelona natal recién exiliado de Cuba; fue
el comienzo de una amistad que ha durado hasta hoy. Yo he aprendido mucho de su
apreciación del cine, inmensamente pragmática y perspicaz, una constante
influencia en mí desde entonces, como en tantas otras personas que lo trataron
o trabajaron con él, compendida en su extraordinario libro sobre sus
experiencias, "Un hombre con una cámara"; en mayo aparecerá otro que
recoge sus escritos sobre cine, "Cinemanía", en el que ha estado
trabajando hasta su muerte.
A
Néstor Almendros le importó la estética, pero también la ética. Su sentido de
la responsabilidad cívica le impulsó a manifestarse públicamente sobre la
violación de los derechos humanos en Cuba, su patria de adopción cuando sus
padres y él huyeron del régimen de Franco, en dos extraordinarios documentales,
"Conducta impropia" y "Nadie escuchaba", que son el rechazo
visceral de un hombre íntegro y responsable a cualquier clase de dictadura, de
opresión. Podría contar muchas cosas sobre Néstor Almendros, pero no es el
momento. Pero quisiera decir que fue una persona sensible, un artista exigente y
un amigo fiel hasta el final.
La Vanguardia, 5 de marzo 1992, p. 42.
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