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miércoles, 25 de septiembre de 2019

Néstor Almendros



 José Luis Guarner 

 Cuando rodaba para Vicente Aranda "Cambio de sexo" -su única película española-, Néstor Almendros me llamó para preguntarme si había visto el filme de Terence Malick "Malas tierras", que aún no conocía. Malick le acababa de telefonear para proponerle la fotografía de su nueva película. Yo le contesté afirmativamente y que me parecía un director con personalidad, por lo que en mi opinión valía la pena considerar la oferta. Néstor la aceptó tras leer el guión, y ganó un Oscar por "Días del cielo". Para tranquilidad de su director favorito, King Vidor, que le dijo: "Si no te dan el Oscar, me iré de la Academia".
 Néstor Almendros se convirtió así en el primer operador español que conseguía la famosa estatuilla diseñada por Cedric Gibbons. El Oscar no cambió ni sus costumbres ni su estilo. Después de "Días del cielo" volvió a trabajar con Eric Rohmer y Francois Truffaut, los dos ejes sobre los que ha gravitado su carrera europea desde "La coleccionista" y "El pequeño salvaje", respectivamente. Y eligió siempre sus películas pensando no en su lucimiento personal sino en el interés artístico del proyecto. Su aura y su prestigio de operador de la "nouvelle vague" hizo que los directores americanos le siguieran llamando, como Robert Benton, realizador de su película final, "Billy Bathgate", una magistral, muy personal recreación de la iconografía del "film noir".
 Almendros fue un director de fotografía resueltamente idiosincrático, y de ahí deriva tanto su originalidad como su éxito. Su punto de partida era el realismo más estricto en las fuentes de iluminación: Néstor no soportaba la artificialidad ni la falsificación. Pero al mismo tiempo su buen gusto innato, su sofisticada cultura visual le permitían estilizar, llevar a cabo una transfiguración artística de los materiales con que trabajaba; él mismo decía que, en cierto sentido, era más un decorador que un operador. Sus brillantes resultados con luces mínimas por lo veristas -por ejemplo en "Las dos inglesas", de Truffaut- han tenido una enorme influencia en el estilo de iluminación de los grandes operadores norteamericanos actuales. La famosa escena inicial de "El padrino", por ejemplo, donde Gordon Willis y Coppola filman el encuentro de Marlon Brando con sus cofrades en una habitación oscura, apenas iluminada por la débil penumbra que llega de las persianas cerradas, es una consecuencia directa de los experimentos -innovadores y arriesgados- de Almendros. Se da el hecho paradójico de que muchos directores de fotografía -sobresalientes incluso- son magníficos técnicos, pero el cine les interesa muy poco. Néstor Almendros era todo lo contrario. La cultura le apasionaba en todas sus formas; por ejemplo, fue Néstor el primer lector de "La traición de Rita Hayworth" y quien animó a Manuel Puig a obedecer a su vocación de escritor. Cinéfilo militante, conocedor a fondo del mejor cine de todos los estilos y todas las épocas, su aspiración era la de ser director; fue un poco la casualidad lo que le hizo operador. Yo le conocí en 1962, de regreso a su Barcelona natal recién exiliado de Cuba; fue el comienzo de una amistad que ha durado hasta hoy. Yo he aprendido mucho de su apreciación del cine, inmensamente pragmática y perspicaz, una constante influencia en mí desde entonces, como en tantas otras personas que lo trataron o trabajaron con él, compendida en su extraordinario libro sobre sus experiencias, "Un hombre con una cámara"; en mayo aparecerá otro que recoge sus escritos sobre cine, "Cinemanía", en el que ha estado trabajando hasta su muerte.
  A Néstor Almendros le importó la estética, pero también la ética. Su sentido de la responsabilidad cívica le impulsó a manifestarse públicamente sobre la violación de los derechos humanos en Cuba, su patria de adopción cuando sus padres y él huyeron del régimen de Franco, en dos extraordinarios documentales, "Conducta impropia" y "Nadie escuchaba", que son el rechazo visceral de un hombre íntegro y responsable a cualquier clase de dictadura, de opresión. Podría contar muchas cosas sobre Néstor Almendros, pero no es el momento. Pero quisiera decir que fue una persona sensible, un artista exigente y un amigo fiel hasta el final. 

 La Vanguardia, 5 de marzo 1992, p. 42. 


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