Aimé Césarie
Una vergüenza esta calle Paja, un
apéndice repugnante como las partes vergonzantes del villorrio que se extiende
a diestra y siniestra a todo el largo del camino colonial, con el oleaje gris
de sus techos de chilla. Aquí no hay más que techos de paja que el salitre ha
oscurecido y depilado el viento.
Todo el mundo desprecia la calle Paja. Allí se
pervierte la juventud del pueblo. Es allí sobre todo donde derrama el mar sus
inmundicias, sus gatos muertos, sus perros reventados. La calle desemboca en la
playa y la playa es incapaz de contener la rabia espumeante del mar.
Desoladora también esta playa con sus montones
de basura pudriéndose, furtivas ancas que aligeran la carga, y la arena es
negra, fúnebre, jamás se ha visto una arena tan negra y en ella la espuma se
desliza aullando y el mar, boxeando, la castiga a grandes golpes, o más bien el
mar es un perrazo que lame y muerde las pantorrillas de la playa, y a fuerza de
morderla, acabará por devorar la playa y con ella la calle Paja.
Traducción de Lydia Cabrera
Cuaderno
de un retorno al país natal, París, 1947.
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