La novedad del día, la función que como brillante pórtico abre la entrada a tantos días de fiestas y regocijos que nos esperan, ha sido el sarao, que con motivo de botar al agua el bergantín Habanero, dio en la noche del 3 el Escmo Sr. Don Francisco Javier de Ulloa, comandante general de este Apostadero. Un inmenso salón cual no podrá ostentarse otro de iguales dimensiones en la Habana, entapizado de blanco con franjas y estrellas rojas, vestido de blancas colgaduras ornado de mármoles y espejos, y alumbrado por mil antorchas, era el teatro donde ostentaba sus gracias la belleza, y donde se veían reunidas las primeras autoridades, los títulos, los jefes y los personajes distinguidos de la Habana.
La orquesta del maestro Brindis inundaba los aires de armonía, y al compás de sus bellas contradanzas la juventud elegante se agitaba llena de vida y entusiasmo. El diamante, el coral, las perlas, la seda, las gasas y las puntas venían a prestar el realce de sus galas a la belleza, harto seductora por sí, para no hacerse irresistible con el perfume de las flores, la brillantez del oro y las pedrerías, la elegancia de los vestidos, y el encanto de los tocados.
Allí vimos sobresalir modestas coronas de flores en frentes hechiceras; lujosos tocados de terciopelo, diademas y ternos de brillantes; bordados fresquísimos de seda: plumas de marabú y gasas espumosas: y llamó particularmente nuestra atención, un ligero vestido de dobles faldas, orillado de un mosaico de seda, y un rico terno de camafeos en coral con una media diadema, y una guirnalda por peineta. El frac y el pantalón negro dominaban en este baile, siendo las casacas de Melogan las que mas sobresalían por su nobleza y elegancia.
El aposento que servía de tocador a las damas, era un riquísimo boudoar a la francesa, adornado de lindos cuadros, provisto de todo lo necesario, con hábiles camareras, y Mr. Barouse como jefe del tocador a la cabeza. En una mesa redonda lucían soberbias ediciones de obras selectas, y exquisitos grabados y pinturas, cosa que hace tanto honor a la ilustración del general, como al tacto de su gusto europeo, y que mencionamos de exprofeso, por ser pocos los que atienden en sus funciones a este goce del espíritu, cuidando solo de las mesas de juego, los refrescos y la cena.
Cuantas veces fastidiada el alma aun en medio de los placeres de un sarao, en vez de acogerse a una mesa de villar o tresillo, preferiría leer una página de Byron o Zorrilla, revisar las hojas de un álbum pintoresco, o ver en grabado las bellezas de Shakespeare o George Sand...
Pero dejemos a un lado esta materia, no sea que alguna burloncilla lectora nos acuse de románticos; celebramos sin embargo que el ilustrado general nos haya prestado ocasión para este párrafo. Parecía que este obsequioso señor había apurado en tan espléndida función todos los medios de complacer a su convidados.
En tres hermosos salones había cuatro mesas montadas con todo lujo, con vajillas de china, cristales y argentería, y adornadas unas con magníficos jarrones y candelabros de alabastro, y otras con lindos grupos; tazones y candeleros de plata y de cristal, colgando de los techos lámparas chinescas. Estaban servidas por los más inteligentes maestre-salas y reposteros; y los dulces y manjares que las cubrían habían sido preparados por manos, cuya exquisita habilidad no puede ser pagada con ningún dinero. Si el deseo del Escmo. general fue colmar de satisfacción a sus convidados, puede estar seguro que damas y caballeros correspondieron al honor de su convite en esta parte; y al dejar todos los brillantes salones de la comandancia de Marina, llevaron la convicción del gusto y la cortesanía del Jefe que hoy le ocupa, y un grato recuerdo de la magnificencia del sarao.
Diario de la Habana, 4 de Febrero de 1844.
El gran baile
Entre las más espléndidas funciones con que ha celebrado en estos días la Habana la declaración de la mayoría de S. M. debe citarse el baile dado en el gran teatro de Tacón por el ejército, en que con tanta pompa como lujo, ha hecho ostentación de su buen gusto, decoro y entusiasmo.
La fachada del teatro apareció iluminada desde el anochecer, y el templete alegórico que da al frente y encierra la estatua de Isabel II. El piso estaba sembrado de alfombras desde el pórtico, y al entrar en el peristilo la luz de mil antorchas iba a reflejarse, en la cúpula de un cielo improvisado, de donde pendían las arañas, y que preciosas flores de plumas matizaban. Las paredes y columnas estaban vestidas de rojo y amarillo, haciendo pabellones con el cortinaje en los chapiteles, y descendiendo la vestidura hasta abajo de las columnas, donde formaban una base compuesta de los colores nacionales.
Contribuían al espléndido efecto de esta entrada mil brillantes uniformes y distinciones; y el estruendo de las orquestas marciales que hacían retumbar en los ámbitos sus ecos. Los salones de los lados estaban destinados a distintos usos, siendo de notar en los de arriba el elegante boudoar que se había formado en uno de ellos para las damas, y en el otro la mesa cubierta de rica vajilla y adornos primorosos destinada al Escmo. Sr. Capitán General. El boudoar era digno de escrupuloso examen, así por el buen gusto y la esplendidez de sus adornos, como por el esmero con que se habían previsto todas las sutilezas y necesidades del tocador más exigente.
Al entrar en el espacioso salón del teatro, los torrentes de luz que se desataban de las lucernas y las bombas, caían sobre el pavimento entapizado de azul y rojo, y parecían acrecentarse, inundando en un mar de esplendores, los hermosos vestidos, los ricos aderezos, y el oro y los brillantes de tantas insignias y uniformes, Estaba rodeado el salón de un doble, y hasta triple estrado sobresaliendo las damas que los ocupaban, por el deslumbrante esplendor de sus adornos, por sus gracias y bellezas, por su gusto y elegancia.
La orquesta de Brindis presidia a la danza, y otras dos militares armonizaban los intermedios con sonatas. A la hora designada comenzó el baile, sin dar ocasión a que la animada juventud se impacientase; y cuando a las diez de la noche, en un momento de pausa entró en el salón el Escmo. Sr. Capitán General en jefe del ejército le saludaron con una marcha las orquestas militares. Todos los jefes y oficiales del ejército, los primeros empleados y dignidades, los títulos y personas condecoradas de la Habana ocupaban el hermoso salón.
Suspendiose pasada la media noche el telón que dividía, hablando en lenguaje mitológico, el reino de Baco y Ceres, del de Terpsícore y Cupido, pues en nuestros bailes parece que ha llegado a entenderse bien aquel dicho latino sine Ceres et Baco... pero con la diferencia que la aplicación se hace a la Diosa de la danza.
Las mesas se cubrieron repetidas veces primero de señoras, después de caballeros, sin que por ello se resintiese su profusión, ni el orden y esmero con que eran servidas. Los señores oficiales fueron pródigos en sus servicios y atenciones, sin distinguir de sexo ni de rangos, pues parecían olvidarse de sí, para consagrarse al obsequio de sus convidados.
Todos quedaron tan satisfechos de su cortesanía, como de la esplendidez de la función, celebrando altamente el decoro y buen orden que en ella presidian.
A las tres de la mañana abandonamos con pena el magnífico baile, que quedaba aun lleno de gente, la que según noticias supo mantener el puesto hasta el primer albor de la mañana.
El gran baile
Entre las más espléndidas funciones con que ha celebrado en estos días la Habana la declaración de la mayoría de S. M. debe citarse el baile dado en el gran teatro de Tacón por el ejército, en que con tanta pompa como lujo, ha hecho ostentación de su buen gusto, decoro y entusiasmo.
La fachada del teatro apareció iluminada desde el anochecer, y el templete alegórico que da al frente y encierra la estatua de Isabel II. El piso estaba sembrado de alfombras desde el pórtico, y al entrar en el peristilo la luz de mil antorchas iba a reflejarse, en la cúpula de un cielo improvisado, de donde pendían las arañas, y que preciosas flores de plumas matizaban. Las paredes y columnas estaban vestidas de rojo y amarillo, haciendo pabellones con el cortinaje en los chapiteles, y descendiendo la vestidura hasta abajo de las columnas, donde formaban una base compuesta de los colores nacionales.
Contribuían al espléndido efecto de esta entrada mil brillantes uniformes y distinciones; y el estruendo de las orquestas marciales que hacían retumbar en los ámbitos sus ecos. Los salones de los lados estaban destinados a distintos usos, siendo de notar en los de arriba el elegante boudoar que se había formado en uno de ellos para las damas, y en el otro la mesa cubierta de rica vajilla y adornos primorosos destinada al Escmo. Sr. Capitán General. El boudoar era digno de escrupuloso examen, así por el buen gusto y la esplendidez de sus adornos, como por el esmero con que se habían previsto todas las sutilezas y necesidades del tocador más exigente.
Al entrar en el espacioso salón del teatro, los torrentes de luz que se desataban de las lucernas y las bombas, caían sobre el pavimento entapizado de azul y rojo, y parecían acrecentarse, inundando en un mar de esplendores, los hermosos vestidos, los ricos aderezos, y el oro y los brillantes de tantas insignias y uniformes, Estaba rodeado el salón de un doble, y hasta triple estrado sobresaliendo las damas que los ocupaban, por el deslumbrante esplendor de sus adornos, por sus gracias y bellezas, por su gusto y elegancia.
La orquesta de Brindis presidia a la danza, y otras dos militares armonizaban los intermedios con sonatas. A la hora designada comenzó el baile, sin dar ocasión a que la animada juventud se impacientase; y cuando a las diez de la noche, en un momento de pausa entró en el salón el Escmo. Sr. Capitán General en jefe del ejército le saludaron con una marcha las orquestas militares. Todos los jefes y oficiales del ejército, los primeros empleados y dignidades, los títulos y personas condecoradas de la Habana ocupaban el hermoso salón.
Suspendiose pasada la media noche el telón que dividía, hablando en lenguaje mitológico, el reino de Baco y Ceres, del de Terpsícore y Cupido, pues en nuestros bailes parece que ha llegado a entenderse bien aquel dicho latino sine Ceres et Baco... pero con la diferencia que la aplicación se hace a la Diosa de la danza.
Las mesas se cubrieron repetidas veces primero de señoras, después de caballeros, sin que por ello se resintiese su profusión, ni el orden y esmero con que eran servidas. Los señores oficiales fueron pródigos en sus servicios y atenciones, sin distinguir de sexo ni de rangos, pues parecían olvidarse de sí, para consagrarse al obsequio de sus convidados.
Todos quedaron tan satisfechos de su cortesanía, como de la esplendidez de la función, celebrando altamente el decoro y buen orden que en ella presidian.
A las tres de la mañana abandonamos con pena el magnífico baile, que quedaba aun lleno de gente, la que según noticias supo mantener el puesto hasta el primer albor de la mañana.
Descripción de las
fiestas y regocijos verificadas en la Habana los días 7, 8 y 9 de febrero del corriente año con motivo de la declaratoria en la mayoría de edad de la Reina nuestra Señora Doña Isabel Sda. Habana. Imprenta de Gobierno y Capitanía General por S.M.
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