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miércoles, 8 de mayo de 2019

Las jitanjáforas


  
  Alfonso Reyes

 Cuando recibí los Poemas en menguante, del poeta cubano Mariano Brull, le escribí lleno de entusiasmo:
 “¡Feliz usted, querido Mariano, que vive entre seres nobles y encantador es -Blanche, Blanquita y el Doctor Baralt, su Adelita y sus Jitanjáforas,- rodeado de bellos versos, y sobre todo, acompañado de sí mismo , inapreciable privilegio que, a lo mejor, usted se da el lujo de no estimar en mucha cosa”.
 Mi Ángel de la Guarda, que estaba detrás de mí, asomado sobre mi hombro, me preguntó entonces:
  -¿Qué quiere decir "Jitanjáforas"?
  Para contestarle escribo esas líneas.
 En los Cigarrales de Toledo, Tirso de Molina presenta una mujer "vestidos de verdegay el alma y el cuerpo”. Mi primer encuentro con el "verdegay" me produjo tal embrujamiento, que suspendí la lectura y salí a contarlo a los amigos, y anduve dos o tres meses queriendo fabricar y comer todo el día pastillas y grajeas de verdegay, -que se me figura una menta, pero todavía más fragante.
 Una emoción semejante debo al "Verdehalago" de Mariano Brull. Pero el verdehalago no es dulce: tiene un sabor levemente ácido y sobrio, y la a, la ele y la ge (¡y hasta la hache secretona!) le dan una metálica frigidez de agua en "Termo".
 Tengo que copiar aquí la poesía íntegra, para que podamos entendernos:

 VERDEHALAGO

 Por el verde, verde
verdería de verde mar
erre con erre.

 Viernes, vírgula, virgen
enano verde
verdularia cantárida
erre con erre.

 Verdor y verdín
verdumbre y verdura.
Verde, doble verde
de col y lechuga.
Erre con erre
en mi verde limón
pájara verde.

 Por el verde, verde
verdehalago húmedo
extiéndome. -Extiéndete.
Vengo de Mundodolido
y en Verdehalago me estoy.

 Ciertamente que esta poesía no se dirige a la razón, sino más bien a la sensación. Las palabras no buscan aquí un fin útil: juegan solas, casi.
 -Bien; pero ¿y las jitanjáforas?
 -Poco a poco. Los ángeles no se impacientan.

II

 ¡La verdad es que, en el taller del cerebro, se amontonan tantas astillas! De tiempo en tiempo, salen, a escobazos, por la puerta de las palabras: pedazos de frases que no parecen de este mundo; y otras veces, meros impulso s rítmicos, necesidad de oír ciertos ruidos y ciertas pausas que -después de todo- son como la anatomía invisible del poema: necesidad que algunos confunden con la inspiración.
 Andamos en las fronteras de la ecolalia. No hay que temblar. Yo me he acercado, y creo que nada grave sucede. Conservo por ahí, en secreto (pero ahora he de confesarlo todo), algunos "guiñapos malditos de una frase absurda", -como decía Mallarmé, perseguido por el duelo de la inexplicable "Penúltima". En mi pequeño museo psicológico poseo algunas de estas curiosidades.
 Ejemplos: aquel estribillo que era la obsesión auditiva de uno de mis sujetos:

  El apero estaba dotero,
  dorlorotero el glañitor.

 O éste, extrañísimo, que entrego a la incomprensión de los psicólogos:

  AIRE DE BRACANTE

  Curubú, curubú: morire.
              Curubú.
  Junto a tú, junto a tú dormire.
              Carabá.
  (Vienen y vienen, y vienen y van
  los piesecitos de la marchán).

 Soy completamente incapaz de decir lo que esto significa, ni de dónde salió esta lengua o raro dialecto; pero allá dormía en la subconsciencia, y un día, como cieno de fondo, subió hasta los labios. El que lo compuso no sentía el menor rubor ante su obra.
 Este dístico se le presentó a otro de repente, y durante un año estuvo cantándole en sordina:

  Bailando estaba el Rey inglés.
  Flores rodaban a sus pies.

 Y el mismo que padecía este dístico, fue víctima de aquel impagable endecasílabo, leído al azar de la calle en el anuncio de cierto especialista:

   Oto-rino-faringo-laringólogo.

 Otras veces, aparece una soberbia palabra creada, en un pasaje de una Araucana nunca escrita:

   Entonces el feroz mandibulita
   Lo acometió con tremebundos tajos.

 El mandibulita debe ser el natural de Mandibulia, tierra probablemente de caníbales: yo no puedo asegurar nada (….)

XI

 Ricardo Arenales, poeta de múltiples nombres, nacionalidad múltiple y también múltiple psicología, recordaba haber compuesto de niño, sin darse cuenta, este arreglo silábico que frecuentemente se sorprendía recitando en su interior:

   La galíndinjóndi júndi,
   la járdi jándi jafó,
   la farajíja jíja,
   la farajíja fó.

   Yáso déifo déiste húndio,
   dónei sopo Don Comiso,
   ¡Samalesita!

 En París, Toño Salazar (que no está seguro de no haber colaborado un poco con Arenales en la transcripción de este poema absoluto ¡tan anterior a Blümner!), solía recitarlo con una dicción impecable y fluida, desde la alegre "galindinjóndi" hasta la trágica "Samalesita".
 Es posible que de aquí tomara Mariano Brull la idea de componer una travesura silábica, que hizo aprender de memoria a sus dos niñas encantadoras. Y creedme que el efecto era irresistible cuando, en aquella sala donde solían oírse versos españoles del Romanticismo y de la Restauración, comparecía la mayorcita y, aceptando la broma con esa inmensa sencillez que tienen los niños, gorjeaba, dulce y llena de despejo, -en vez de la fábula manida o los machacones versos de párvulos -esta verdadera canción de pájaro:

  Filiflama alabe cundre
  ala olalúnea alífera
  alveolea jitanjáfora
  liris salumba salífera.
  Olivia oleo olorife
  alalai cánfora sandra
  milingítara girófora
  zumbra ulalíndre calandra.

 Di desde entonces en llamar "jitanjáforas" a las niñas de Brull, escogiendo para ellas la palabra más fragante del ramillete. Y ahora se me ocurre llamar "jitanjáfora" a esta manera de poema. Todos -a sabiendas o no- llevamos unas cuantas jitanjáforas escondidas como alondras en el pecho. Pero esto no es una razón para que las echemos a volar.

 Ver ensayo entero aquí: Libra, invierno de 1929.

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