Pedro Marqués de Armas
De las cerca de mil fotografías que Cartier-Bresson tomó en
La Habana en 1963, fue ésta, curiosamente, la que, precedida de la frase
"esta es la Cuba de Castro vista cara a cara", sirvió para encabezar
el reportaje que le encargó la revista Life,
aparecido en marzo de ese año.
La acompaña el
siguiente pie: "Cubanos sorprendidos por la cámara".
Imposible saber qué
pudo decirle este trío al fotógrafo, si bien no hay dudas de que las expresiones
fueron como arrancadas por sorpresa. Supongo que debió atraerle su informalidad
como policías y el carácter, por decirlo así, “familiar” de la composición. No
ordenan nada, no aportan la menor reciedumbre, pero han sido los elegidos.
Por el pie de foto
sabemos, también, (de lo contrario hubiera sido inverificable), que los
congrega allí el arribo de un barco polaco que acababa de atracar en el muelle
de Caballería: “un carguero construido para Cuba y que lleva el nombre de un
héroe de la revolución".
Cautivan las miradas
y, no menos, los dientes y gafas del primero. Hay cierto parecido en sus
fisonomías, como de hermanos, aunque pudiera tratarse de una pareja; y el de la
derecha, quizás un primo. Malamente enfundados en sus uniformes, ahora miembros
de la Policía Nacional Revolucionaria, tienen a la vez tacha de campesinos.
Clan o parentela, ahí
quería llegar: al xenos.
Porque si las
expresiones indican avidez y hasta un entrañable asombro, las caras mismas y el
talante de los sujetos desvía la intención del fotógrafo, de lo que pudiera ser
un genius loci revolucionario, hacia
una inesperada extrañeza. (En este sentido, son tan surrealistas como aquellos
caballitos de un tiovivo destartalado que el propio Cartier-Bresson captó a su
paso por La Habana en 1934.)
Que hayan sido los
elegidos para representar a los cubanos de la Cuba de Castro, supone todo un
cortocircuito. Da la impresión de que asisten a la escena como de prestado;
añadidos, se diría, más que inmersos en ella. Se comen la cámara pero delatan
lo poco integrado que están al paisaje en el que se les intenta engranar.
El rubio alto de las
gafas enormes se lleva las palmas. Sus dientes no dejan de temblequear y todo
él trasmite una expectación temerosa. Hasta los escuditos de las gorras
resultan bizarros.
Como muchas otras
fotos cubanas de Cartier-Bresson, la imagen destaca por el modo en que refleja
dos épocas que se despiden entre sí, pero sin que ese contraste, sin que esa
despedida resulte aquí, en modo alguno, procurada.
Y es que al contrario
de otros rostros capturados para el reportaje, los de este magnífico trío parecen
intuir -sino desde el fondo en la superficie misma de los acontecimientos- lo que les viene encima.
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