Jagüey Grande, 11 de dic. de 1927.
Sr. Jorge Mañach. Habana.
Mi querido Mañach:
Bien se ve que estoy necesitado de defensa. Mi
alusión a "1927" puede parecer de equívoca simpatía a la admirable
obra de ustedes, y puede traerme la creencia de una imposible dualidad en mí.
Voy a desvanecer todo ello con mi lealtad de siempre.
“Heraldo de Cuba”, a propósito de mi carta,
dijo: “Tacha de ridícula y exorbitante su colaboración en la revista
"1927". Esto, dicho así, impresiona, aunque se compruebe más tarde
que yo no he dicho eso. Voy a explicar lo que quise decir: "Si te refieres
a algo que viste en "1927", tan ridículo como exorbitante, puede que
tengas razón: pero aquello me libra del sambenito, precisamente por la forma en
que está hecho".
Eso es exactamente lo que yo dije. Voy ahora a
exponerte qué quise decir: En los momentos en que estaba escribiendo la carta, recordé
que algunos me habían afiliado al vanguardismo por mis versos "Limonada Celeste"
publicados en la revista "1927":
"Los cráneos estaban vacíos...
—Mozo:
un vaso de eternidades:
Quiero
beberme el tiempo
en esta mesa donde tienes funciones
divinas...
"
Etcétera. En realidad esos versos fueron
escritos fuera de la órbita de mi modo actual. Su idea es ridícula, porque
empequeñece la divinidad. Y, temeroso de que Núñez Olano me dijera: ¿y tales
versos? —le anticipé el escopetazo, con el ánimo de echar sobre mí el ridículo,
nunca sobre una revista que me ha sido hospitalaria y plena de gentilezas.
Imagina tú, querido Mañach, que por cualquier
causa tuvieras tú que referirte de un modo despectivo a una glosa tuya publicada
en tu libro, y le aplicaras el adjetivo que bien te viniera: ese adjetivo
concordaría en todo caso con lo particular de tu glosa, nunca con lo general de
la obra. Yo no dije: mi colaboración en "1927" es ridícula. Ya dije:
"si te refieres a algo que viste"... Y ese algo, tan indeterminado,
¿no excluye el resto, el total a que "Heraldo" se refiere?
Si yo hubiera dicho lo que me atribuyen, y
mis propias palabras desmienten, acaso tuvieran ustedes motivo para estar
enojados conmigo, si bien habría a mi favor la atenuante de que esas palabras
fueron escritas en una carta privada, que es lo mismo que pronunciarlas al oído
de un amigo.
Esa carta se publicó, naturalmente, sin mi autorización.
De haberme pronunciado públicamente contra una tendencia tan en boga, lo
hubiera hecho previo un estudio más o menos filosófico o estético de esa
tendencia; mediante un juicio sereno, en una verdadera revisión de valores,
nunca en una carta donde el asunto está tratado con singular ligereza y desde un
punto de vista meramente personal y superficial.
Tú mismo, ¿no me diste una mañana en "Cervantes"
el consejo de que siguiera mi vieja tendencia, de que me apartara de aquello hacia
lo que al parecer me veías inclinado? Yo estimo mucho tus consejos, no obstante
ser tú más joven que yo. Veo en ti buena fe y acertadísimo ojo en toda cuestión
artística. Quiero, sin embargo, decirte que yo no estuve nunca dentro del
vanguardismo, si bien "comprendía", como una necesidad juvenil, esa revolución,
Pero ha ocurrido lo que en todas las revoluciones: sugerida o iniciada por
mentalidades superiores, se mezcla a toda revolución el gregarismo que va en
busca de lo que no puede lograr en épocas normales. Y de ahí viene que la obra de
la revolución se desnaturalice y todos reneguemos hasta de los que estuvieron
más inspirados.
Eso ha ocurrido con las diversas tendencias
literarias en la post-guerra: cuando los mejores las iniciaron, es que
presentían su rumbo; es que adivinaban algo más allá; es que tenían el temblor de
Las anunciaciones. Pero vino la horda, tomó las riendas de los corceles, y éstos,
naturalmente, se desbocaron en manos inexpertas. ¿Seguir a los que marchaban al
precipicio, con una bandera en la mano? Era una locura.; era consentir que se
estrellara con ellos la bandera.
El vanguardismo fue un movimiento de artistas,
no una revolución para aprovechamiento de los innominados. Bien estaba el
movimiento en mano de los poetas; pero cuando la grey quiso hacer sin talento y
sin responsabilidad lo que de modo seguro y tendencioso hacían las poetas,
éstos no tuvieron más remedio que dejar el campo a fin de evitar lamentables
confusiones.
A alguien ha chocado que yo dijera que, a mi
juicio se trataba de una estética de obreros para obreros, y parece que tuercen
de mala fe el sentido de mis palabras. Contigo me explicaré: Mi juicio es el
siguiente, que podrá ser equivocado: A raíz del triunfo de la revolución rusa
de 1917, por causas que no son del caso, los escritores rusos emigraron, o murieron,
o callaron. Las ideas rojas, sostenidas por obreros de una relativa cultura,
invadieron y triunfaron, ocupando no sólo los lugares del gobierno, sino
también aquellos en los que nunca habían tenido entrada: academias, liceos, prensa.
Un obrero, con el natural instinto poético moscovita, se creyó autorizado a
pontificar en verso desde cualquiera de los periódicos que los rojos dominaban,
Y como lo único que le era conocido a perfección era su oficio y la técnica del
mismo, el mecánico habló de locomotoras y de calderas; el electricista dijo de
electroimanes y de voltios; el chauffeur aplicó su tecnología de artesano
—diferencial, timón, carburador — a sus vagos instintos artísticos. Ya tenemos
al obrero creando una estética, ¿para quién? Para los propios obreros, sus
lectores únicos en aquellos días encarnados; lectores ebrios de sangre, de
destrucción, ebrios también de su propio sueño, casi artistas por ser esclavos,
pero incapaces de determinar en lo artístico una revolución semejante a la que
en lo político habían determinado. El resto lo hizo el snobismo. Los poetas rusos,
acumuladores de divinidad, vieron el triunfo de las ideas, copiaron, con talento,
esa tendencia mecánica, retorcieron entonces la metáfora que de antiguo dominaban
maravillosamente; y los pueblos occidentales, plagiarios eternos de lo que por
Oriente se hace —al extremo de que ni siquiera hemos podido crear o inventar
una religión— copiaron aquello que en modo alguno tenía razón de ser entre nosotros,
ya que nos desenvolvemos entre circunstancias enteramente opuestas.
Eso fue lo que quise decir cuando dije que se trataba a mi juicio de una estética de “obreros para obreros". Piensa que es muy sencillo, querido Jorge, el procedimiento estético de esa gente; toma cualquier catálogo perteneciente a una de las actividades humanas. Húrtale su nomenclatura. Veamos. Hoy quiero escribir vanguardismo en albañil:
La
cuchara de mis instintos
raspó
la mezcla de la tarde.
Caí del
andamio, y la escuadra
se
clavaba en el cemento de tu miedo.
¡¡COPENHAGUE!!
¿Ves el procedimiento? Está hecho, claro está,
al volar de la máquina. Y ha salido tan raquítico porque no sé los nombres de
los útiles de albañilería. Con un libro de radiografía a mano —que es lo que más
se estila— dime tú si son o no son infinitas las metáforas. De manera que todo
eso es mera retórica —mera y mala— y la retórica, como regla, no han sido nunca
el Arte; al contrario: lo niega.
Ahora bien: hay un arte nuevo que no puede
tener nombre, como no sea: sinceridad. Es dejar correr, sencillamente. Cada
sentimiento trae a la vida su ritmo, su tendencia, su ignorado propósito. Cada pensamiento
lo trae también. Dilo como venga, sin aliño, sin retórica. El ritmo lo trae, le
es propio. No rimes. Déjalo así. No ripies. ¿No son versos? No importa. Tienen su
ritmo. La poesía, a la postre, no es sino eso: ritmo. No otra cosa es la vida.
Ese arte sí que yo lo he seguido, porque es sincero
y humano. Puede que sea obscuro. Marinello lo sabe bien. Pero trae un mensaje, ignora
el poeta a quién viene dirigido: de ningún modo a él mismo.
Este arte nuevo puede ser confundido con una
de esas nuevas tendencias, pero el ojo escrutador, el ojo marino, verá si son
gaviotas los puntos blancos del horizonte, si son cirros, o si son velas que
pasan por los mismos mares.
Este arte a que vengo refiriéndome no puede ser
posible en un artista que no tenga las ideas de la divinidad del arte que tengo
yo. Sin ser más o menos teósofo, es imposible que este arte pueda tener realización.
Es necesario un conocimiento previo, o una afinadísima intuición, para que el
artista se decida a "dejar correr". Y es necesario también un olvido
total de la vanidad del mundo y de la propia ansiada gloria para firmar, casi
orgullosamente, lo que a veces ni uno mismo entiende.
Alguien habrá que entenderá lo que dijo el
poeta. Algún día los versos que fueron niebla a los ojos de todos, serán aurora
para unos ojos que no se conocen. Ese día, el alma que realice el hallazgo, y
por virtud de él, será conducida por rumbos bien distintos al que lleve.
Despertará, tal vez sin saberlo, del sueño en que estuvo dormida. Esa es la
divinidad que atribuyo al Arte, y más a la Poesía, porque concreta y expone la
fuerza del mundo: el pensamiento.
Esto, desde luego, no cabía en una carta escrita
rápidamente y en un sentido casi humorístico, como tú sabes que son las mías.
De ahí la confusión que tú mismo has tenido: que no sabes, a la postre, si yo
soy vanguardista o si no lo soy; si digo a unos unas cosas y a otros les digo
otras.
Si yo fuera periodista en activo, podría decir
muchas cosas, sin temor a contradicciones. Es natural que en cartas privadas
las tenga. Me escribe, por ejemplo, un entusiasta de las nuevas orientaciones;
rae hace el honor de someter a mi juicio cualquiera de sus concepciones. Yo no
desencanto a nadie. No me gusta cortar alas. No quiero parecer celoso de
glorias que se esbozan o de notoriedades que se desean. De ahí mis palabras que
casi acatan, que casi aplauden; porque me falta, quisiera confesarlo, esa
integridad tuya, que dice las cosas con entera claridad, y que te suma desafectos
entre los que no agradecen una lección, nunca en mí, que las pido a gritos... y
que apenas encuentro quien quiera dármelas.
Yo no puedo estar al tanto, querido Mañach, de
los rumbos nuevos del arte. Vivo aislado, lejos del centro de cultura del país.
Y no es ironía que te diga que el otro País —el de Hornedo— me es a menudo muy
necesario, porque siempre hay en él algo que sugiere o enseña.
Haces bien en no tomar a ironía mis palabras en
ese sentido. Yo no soy ironista, y si deviene ella de determinada
circunstancia, no es contra quienes quiero contra quienes precisamente la
esgrimo. Ni es tampoco contra quienes no quiero, porque a éstos ni siquiera les
pongo una letra que no sea necesaria.
Muéstrales esta carta, en lo que les atañe, a
Marinello, Ichaso y Lizaso. No ellos, —que no hay que decirlo— "1927"
tiene todísima mi estimación literaria y personal; me son queridos sus
directores; y juzgo que su avance otea primero y no se arriesga a los abismos del ridículo y de la fealdad.
Gracias por el recorte que me envías. A eso me
refería. Son ustedes los que me han hecho nacer alas, y los que me tienen tan
infatuado y tan sobre mí.
Abrazos de tu
Agustín Acosta
Revista
de avance, 15 de diciembre de 1927, pp. 122-24.
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