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domingo, 16 de septiembre de 2018

Una carta de Agustín Acosta

   

 Jagüey Grande, 11 de dic. de 1927.
 Sr. Jorge Mañach. Habana.
 Mi querido Mañach:
 Bien se ve que estoy necesitado de defensa. Mi alusión a "1927" puede parecer de equívoca simpatía a la admirable obra de ustedes, y puede traerme la creencia de una imposible dualidad en mí. Voy a desvanecer todo ello con mi lealtad de siempre.
 “Heraldo de Cuba”, a propósito de mi carta, dijo: “Tacha de ridícula y exorbitante su colaboración en la revista "1927". Esto, dicho así, impresiona, aunque se compruebe más tarde que yo no he dicho eso. Voy a explicar lo que quise decir: "Si te refieres a algo que viste en "1927", tan ridículo como exorbitante, puede que tengas razón: pero aquello me libra del sambenito, precisamente por la forma en que está hecho".
 Eso es exactamente lo que yo dije. Voy ahora a exponerte qué quise decir: En los momentos en que estaba escribiendo la carta, recordé que algunos me habían afiliado al vanguardismo por mis versos "Limonada Celeste" publicados en la revista "1927":

 "Los cráneos estaban vacíos...
  —Mozo: un vaso de eternidades:
  Quiero beberme el tiempo
  en esta mesa donde tienes funciones
  divinas... "

 Etcétera. En realidad esos versos fueron escritos fuera de la órbita de mi modo actual. Su idea es ridícula, porque empequeñece la divinidad. Y, temeroso de que Núñez Olano me dijera: ¿y tales versos? —le anticipé el escopetazo, con el ánimo de echar sobre mí el ridículo, nunca sobre una revista que me ha sido hospitalaria y plena de gentilezas.
 Imagina tú, querido Mañach, que por cualquier causa tuvieras tú que referirte de un modo despectivo a una glosa tuya publicada en tu libro, y le aplicaras el adjetivo que bien te viniera: ese adjetivo concordaría en todo caso con lo particular de tu glosa, nunca con lo general de la obra. Yo no dije: mi colaboración en "1927" es ridícula. Ya dije: "si te refieres a algo que viste"... Y ese algo, tan indeterminado, ¿no excluye el resto, el total a que "Heraldo" se refiere?
  Si yo hubiera dicho lo que me atribuyen, y mis propias palabras desmienten, acaso tuvieran ustedes motivo para estar enojados conmigo, si bien habría a mi favor la atenuante de que esas palabras fueron escritas en una carta privada, que es lo mismo que pronunciarlas al oído de un amigo.
 Esa carta se publicó, naturalmente, sin mi autorización. De haberme pronunciado públicamente contra una tendencia tan en boga, lo hubiera hecho previo un estudio más o menos filosófico o estético de esa tendencia; mediante un juicio sereno, en una verdadera revisión de valores, nunca en una carta donde el asunto está tratado con singular ligereza y desde un punto de vista meramente personal y superficial.
 Tú mismo, ¿no me diste una mañana en "Cervantes" el consejo de que siguiera mi vieja tendencia, de que me apartara de aquello hacia lo que al parecer me veías inclinado? Yo estimo mucho tus consejos, no obstante ser tú más joven que yo. Veo en ti buena fe y acertadísimo ojo en toda cuestión artística. Quiero, sin embargo, decirte que yo no estuve nunca dentro del vanguardismo, si bien "comprendía", como una necesidad juvenil, esa revolución, Pero ha ocurrido lo que en todas las revoluciones: sugerida o iniciada por mentalidades superiores, se mezcla a toda revolución el gregarismo que va en busca de lo que no puede lograr en épocas normales. Y de ahí viene que la obra de la revolución se desnaturalice y todos reneguemos hasta de los que estuvieron más inspirados.
 Eso ha ocurrido con las diversas tendencias literarias en la post-guerra: cuando los mejores las iniciaron, es que presentían su rumbo; es que adivinaban algo más allá; es que tenían el temblor de Las anunciaciones. Pero vino la horda, tomó las riendas de los corceles, y éstos, naturalmente, se desbocaron en manos inexpertas. ¿Seguir a los que marchaban al precipicio, con una bandera en la mano? Era una locura.; era consentir que se estrellara con ellos la bandera.
 El vanguardismo fue un movimiento de artistas, no una revolución para aprovechamiento de los innominados. Bien estaba el movimiento en mano de los poetas; pero cuando la grey quiso hacer sin talento y sin responsabilidad lo que de modo seguro y tendencioso hacían las poetas, éstos no tuvieron más remedio que dejar el campo a fin de evitar lamentables confusiones.    
 A alguien ha chocado que yo dijera que, a mi juicio se trataba de una estética de obreros para obreros, y parece que tuercen de mala fe el sentido de mis palabras. Contigo me explicaré: Mi juicio es el siguiente, que podrá ser equivocado: A raíz del triunfo de la revolución rusa de 1917, por causas que no son del caso, los escritores rusos emigraron, o murieron, o callaron. Las ideas rojas, sostenidas por obreros de una relativa cultura, invadieron y triunfaron, ocupando no sólo los lugares del gobierno, sino también aquellos en los que nunca habían tenido entrada: academias, liceos, prensa. Un obrero, con el natural instinto poético moscovita, se creyó autorizado a pontificar en verso desde cualquiera de los periódicos que los rojos dominaban, Y como lo único que le era conocido a perfección era su oficio y la técnica del mismo, el mecánico habló de locomotoras y de calderas; el electricista dijo de electroimanes y de voltios; el chauffeur aplicó su tecnología de artesano —diferencial, timón, carburador — a sus vagos instintos artísticos. Ya tenemos al obrero creando una estética, ¿para quién? Para los propios obreros, sus lectores únicos en aquellos días encarnados; lectores ebrios de sangre, de destrucción, ebrios también de su propio sueño, casi artistas por ser esclavos, pero incapaces de determinar en lo artístico una revolución semejante a la que en lo político habían determinado. El resto lo hizo el snobismo. Los poetas rusos, acumuladores de divinidad, vieron el triunfo de las ideas, copiaron, con talento, esa tendencia mecánica, retorcieron entonces la metáfora que de antiguo dominaban maravillosamente; y los pueblos occidentales, plagiarios eternos de lo que por Oriente se hace —al extremo de que ni siquiera hemos podido crear o inventar una religión— copiaron aquello que en modo alguno tenía razón de ser entre nosotros, ya que nos desenvolvemos entre circunstancias enteramente opuestas.


 Eso fue lo que quise decir cuando dije que se trataba a mi juicio de una estética de “obreros para obreros". Piensa que es muy sencillo, querido Jorge, el procedimiento estético de esa gente; toma cualquier catálogo perteneciente a una de las actividades humanas. Húrtale su nomenclatura. Veamos. Hoy quiero escribir vanguardismo en albañil:

  La cuchara de mis instintos
  raspó la mezcla de la tarde.
  Caí del andamio, y la escuadra
  se clavaba en el cemento de tu miedo.
  ¡¡COPENHAGUE!!

 ¿Ves el procedimiento? Está hecho, claro está, al volar de la máquina. Y ha salido tan raquítico porque no sé los nombres de los útiles de albañilería. Con un libro de radiografía a mano —que es lo que más se estila— dime tú si son o no son infinitas las metáforas. De manera que todo eso es mera retórica —mera y mala— y la retórica, como regla, no han sido nunca el Arte; al contrario: lo niega.
 Ahora bien: hay un arte nuevo que no puede tener nombre, como no sea: sinceridad. Es dejar correr, sencillamente. Cada sentimiento trae a la vida su ritmo, su tendencia, su ignorado propósito. Cada pensamiento lo trae también. Dilo como venga, sin aliño, sin retórica. El ritmo lo trae, le es propio. No rimes. Déjalo así. No ripies. ¿No son versos? No importa. Tienen su ritmo. La poesía, a la postre, no es sino eso: ritmo. No otra cosa es la vida.
 Ese arte sí que yo lo he seguido, porque es sincero y humano. Puede que sea obscuro. Marinello lo sabe bien. Pero trae un mensaje, ignora el poeta a quién viene dirigido: de ningún modo a él mismo.
  Este arte nuevo puede ser confundido con una de esas nuevas tendencias, pero el ojo escrutador, el ojo marino, verá si son gaviotas los puntos blancos del horizonte, si son cirros, o si son velas que pasan por los mismos mares.
 Este arte a que vengo refiriéndome no puede ser posible en un artista que no tenga las ideas de la divinidad del arte que tengo yo. Sin ser más o menos teósofo, es imposible que este arte pueda tener realización. Es necesario un conocimiento previo, o una afinadísima intuición, para que el artista se decida a "dejar correr". Y es necesario también un olvido total de la vanidad del mundo y de la propia ansiada gloria para firmar, casi orgullosamente, lo que a veces ni uno mismo entiende.
 Alguien habrá que entenderá lo que dijo el poeta. Algún día los versos que fueron niebla a los ojos de todos, serán aurora para unos ojos que no se conocen. Ese día, el alma que realice el hallazgo, y por virtud de él, será conducida por rumbos bien distintos al que lleve. Despertará, tal vez sin saberlo, del sueño en que estuvo dormida. Esa es la divinidad que atribuyo al Arte, y más a la Poesía, porque concreta y expone la fuerza del mundo: el pensamiento.
 Esto, desde luego, no cabía en una carta escrita rápidamente y en un sentido casi humorístico, como tú sabes que son las mías. De ahí la confusión que tú mismo has tenido: que no sabes, a la postre, si yo soy vanguardista o si no lo soy; si digo a unos unas cosas y a otros les digo otras.
 Si yo fuera periodista en activo, podría decir muchas cosas, sin temor a contradicciones. Es natural que en cartas privadas las tenga. Me escribe, por ejemplo, un entusiasta de las nuevas orientaciones; rae hace el honor de someter a mi juicio cualquiera de sus concepciones. Yo no desencanto a nadie. No me gusta cortar alas. No quiero parecer celoso de glorias que se esbozan o de notoriedades que se desean. De ahí mis palabras que casi acatan, que casi aplauden; porque me falta, quisiera confesarlo, esa integridad tuya, que dice las cosas con entera claridad, y que te suma desafectos entre los que no agradecen una lección, nunca en mí, que las pido a gritos... y que apenas encuentro quien quiera dármelas.
 Yo no puedo estar al tanto, querido Mañach, de los rumbos nuevos del arte. Vivo aislado, lejos del centro de cultura del país. Y no es ironía que te diga que el otro País —el de Hornedo— me es a menudo muy necesario, porque siempre hay en él algo que sugiere o enseña.
 Haces bien en no tomar a ironía mis palabras en ese sentido. Yo no soy ironista, y si deviene ella de determinada circunstancia, no es contra quienes quiero contra quienes precisamente la esgrimo. Ni es tampoco contra quienes no quiero, porque a éstos ni siquiera les pongo una letra que no sea necesaria.
 Muéstrales esta carta, en lo que les atañe, a Marinello, Ichaso y Lizaso. No ellos, —que no hay que decirlo— "1927" tiene todísima mi estimación literaria y personal; me son queridos sus directores; y juzgo que su avance otea primero y no se arriesga a los abismos del ridículo y de la fealdad.
 Gracias por el recorte que me envías. A eso me refería. Son ustedes los que me han hecho nacer alas, y los que me tienen tan infatuado y tan sobre mí.
  Abrazos de tu
  Agustín Acosta

 Revista de avance, 15 de diciembre de 1927, pp. 122-24.

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