Páginas

lunes, 17 de septiembre de 2018

Los minoristas cubanos



  Adolphe de Falgairolle 

 Salí de Saint Nazaire, en calidad de periodista, un día de precoz primavera francesa “cap a La Habana”, como dicen los marinos del país (o los catalanes). Y no lo lamento, puesto que entre los votos aceptados por unanimidad en el VII Congreso de la Prensa Latina (en donde yo tenía también el honor de representar a Su Alteza Serenísima el Príncipe de Mónaco) se presentó el de componer una lista de periódicos latinos susceptibles de publicar artículos sobre libros publicados por autores y editores latinos. Naturalmente, yo hice inscribir a la cabeza de la lista LA GACETA LITERARIA. Dicho esto, como periodista, lo que me interesaba más era la visita a los intelectuales cubanos. Quizá el deber de los periodistas, sobre todo en un Congreso de Prensa, consiste en no asistir a todas las sesiones, y más cuando el dicho periodista ha delegado a su otro yo, a su colaboradora, a fin de traducir al francés las deliberaciones expuestas por los cubanos y que los congresistas franceses no entienden en español. Así, pues, yo dediqué todos mis instantes a ponerme en contacto con nuestros colegas cubanos.
 Debo transmitir el reflejo de las curiosidades francesas, italianas, belgas y rumanas en este Congreso; todos los enviados por dichos países se preguntaban ansiosamente lo que pasaba en Cuba. ¿Cómo sería esta República, nacida, sacada a luz con los forces del vientre maternal de la inmensa y generosa España, madre de la civilización americana? Cuba, más que cualquier otra nación de América-Hispana, representaba para ellos, a priori, lo que los Estados Unidos debían haber hecho con un antiguo territorio español. Y si temían las trazas de los yanquis en los cubanos, deseaban vivamente encontrar en Cuba las señales de la gigantesca grandeza del primer país europeo que llevó hasta los límites extremos la civilización mediterránea. Los periodistas del viejo mundo sintieron algo de curiosidad por la parte moderna, por la rápida extensión de La Habana, pero lodos preguntaban insistentemente por la vieja cátedra española. A su vez, los europeos que he nombrado han descubierto el problema del trazado del meridiano hispanoamericano. Lo aprendieron de una manera bastante enérgica: durante el curso de las sesiones del Congreso, los periodistas hispanoamericanos quisieron controlar el poder de estos enviados europeos de la Prensa latina y hubo algo de tumulto. Los europeos han descubierto la América... periodística que no quiere recibir ninguna orden de Europa.
 La parte opuesta, es decir, el acuerdo, a causa de la lengua común, entre la mentalidad cubana y la mentalidad española me ha parecido bien aparente. No sé si mis colegas la habrán apercibido, y ni siquiera sé si es, exacta. El ritmo de la vida en Cuba me recordaba el de España. La misma acogedora franqueza, el mismo deseo de conocer las cosas nuevas de todas partes, la misma intensidad de acción, el desdén por la duda, el gusto y el valor de la aventura intelectual con escasos medios materiales muchas veces, un orgullo muy simpático —lo que explica que los yanquis no han colonizado todavía Cuba, como decían ciertos cronistas mal informados— y también el apasionamiento personal en la discusión, el deseo de exponer sus convicciones en literatura y en arte; en fin, una España elevada a la décima potencia a causa de la latitud y del calor. Un madrileño sentirá quizá otra clase de impresiones, pero éstas son las que yo he visto y sentido.
 ¡Con cuánto interés encontré a un ministro de cierta edad: Martínez Ortiz, desposeído de esta vieja mentalidad de funcionario de tantos señores ministros de Francia! ¡Qué inteligencia y qué sencillez en su acogida! Su cultura es vasta, pero muy cubana también, y gusta del folklore negro, pues si la Revolución Francesa lanzó el principio de igualdad entre hombres de diferente color, yo he visto su aplicación en Cuba en el dominio literario y, sobre todo, en el dominio musical. Alexis (sic) Carpentier, con quien tuvimos el gusto de regresar a París (donde daremos a conocer su hermosa novela sobre la vida de los negros de los ingenios), nos reveló la música y los cantos negros, y sin creer que La Habana esté poblada de negros, sabiendo que existen muchos más blancos, he sentido por mi parte, escuchando a los negros, la impresión de descubrir una especie de reino local, algo así como una Provenza en Francia centralista. Luego tuve el placer de almorzar con los minoristas, en compañía de Gonzalo Zaldumbide, el ministro del Ecuador en París y, sobre todo, talentoso escritor, que hace gustar en Francia la América hispana. Estas reuniones de minoristas son un baño refrescante, en el que las discusiones de los verdaderos valores literarios ocupan constantemente. ¿Algo así como el espíritu del Ateneo? Quizá; pero esta necesidad de examen tan hispánica llega hasta el heroísmo en este país, en el que el lujo, el confort, el clima tienden a una pasividad criolla y a una aceptación fácil de obras literarias mediocres. Nunca ponderaremos bastante el beneficio de la obra emprendida (con diversas modalidades) por los José Mañac (sic), Fernando de Castro (sic) (que dirige de una manera muy altruista la página literaria del muy burgués "Diario de la Marina"); Ichazo (sic), autor del espléndido "Góngora"; Massaguer y Roig, que hacen de su "Social" un órgano de primer orden; José Talent (sic) y Manuel Aznar, tan conocido en Madrid. ¡De qué vida próspera gozan órganos como "Bohemia" y "Carteles", que tienden la mano al gran público con evidentes intenciones literarias. Estos jóvenes (olvido muchos nombres) son antiimperialistas, lo que no tiene nada de sorprendente entre coloniales libertados. Mañana, si la frontera de la lengua no existiese, las colonias inglesas u otras podrían reclamar su independencia intelectual. La actitud anti-imperialista de los minoristas cubanos es la salvaguardia de la integridad de las Repúblicas hispanoamericanas. Cuando estos jóvenes suban al Poder, no permitirán que los yanquis amenacen Nicaragua. Hoy día, nosotros, europeos, hemos aprendido mucho con su contacto. Ellos enseñaron a los franceses y a los belgas, sorprendidos, sus magníficos periódicos y su vida profesional, mil veces mejor organizada y próspera que la suya. Si la libertad de pensamiento cuesta a veces cara en América; si tal o cual periodista debe ir a la cárcel por un exceso de libertad de pensamiento, encuentro al lado de esto una situación de hecho infinitamente mejor en cuanto a consideración, influencia y retribución. Por lo que toca a la censura gubernamental, ¡quién sabe si es más o menos estrecha que la que ocultamente, y ejercida por administradores de periódicos franceses, imponen a veces a sus colaboradores directivas más estrechas que la estancia de quince días en una prisión! Y nada entre nosotros puede compararse con esta maravillosa epopeya intelectual, de la que nos hablaban nuestros amigos cubanos; este espléndido resorte de Méjico, en el que un Charlot, un Diego Ribera encuentran voluntarios para guardar, fusil en mano, los nuevos frescos que acaban de terminar y que tanto chocan a los burgueses. Hablando de Maroto, que en su arte tiene algo de la síntesis y de la violencia directa de las obras maestras del nuevo Méjico; hablando de Maroto con los minoristas que comparten nuestra admiración, hemos entrevisto el desarrollo inopinado de las Artes y de las Letras bajo el principio de esta libertad de los autóctonos realizada en Méjico. Y Cuba entonces, Cuba, ya tan rica en sentimiento moderno, Cuba nos ha aparecido como la primera etapa, la más resplandeciente puerta abierta al nuevo mundo de civilización americanizada y de lengua española.

 La gaceta literaria, Madrid, 15 de mayo de 1928, núm. 34, p. 4. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario