Alfonso Hernández Catá
Fiel a su ejemplar concepto de liberalismo y
americanismo práctico, "El Sol" ha añadido a su lista de
colaboradores el nombre de un escritor cubano perteneciente al grupo minorista
de La Habana, el Sr. Jorge Mañach, novelista, ensayista y crítico de grandes méritos.
La nota que precede a su primer artículo —a la vez reseña y crítica del
desenvolvimiento de la pintura y la escultura en Cuba republicana— nada tiene de
hipérbole, ya que la afirmación ordinal relativa a su prosa está paliada con un
semidubitativo "acaso" que consolará a otros prosistas jóvenes de
rica vena. Pero, aparte esos tiquismiquis de orden, en lo estético
inconmensurable puede afirmarse que por su cultura, su don verbal y su carácter
íntegro, nuestro escritor podría ser igualado, mas no superado, en la tarea de
dar en la Prensa española ecos de la acción de las artes en Cuba. De su talento
y hombría perfecta han hablado hace poco escritores de la alcurnia de Fernando
de los Ríos y Luis Araquistain; así que no han menester reiteraciones,
gratísimas en cualquier otra ocasión a una amistad y una admiración fervorosas.
En cambio, paréceme útil contar la historia de ese grupo minorista, cuyo nombre
empieza a adquirir cierta sinonimia con cuanto significa verdadero esfuerzo estético en nuestro país.
Desde el albor de la independencia se
iniciaron en Cuba esfuerzos para aunar a los servidores de Ariel frente a la
invasión de Calibán, inevitable en todo país nuevo y rico. La Sociedad de
Conferencias, fundada por Jesús Castellanos y Max Henriquez Ureña, fue el
primer paso juvenil por sacar al Ateneo habanero de la promiscuidad de las
fiestas de carácter más recreativo que intelectivo. Empero una época de grandes
triunfos, esta Sociedad, rota por la muerte de uno de sus fundadores y por el
alejamiento del otro, declinó. Varios intentos la siguieron; pero ha de
advertirse que el individualismo abrupto, heredado de España, sumado al que supone
cualquier profesión artística —ya que el arte es el reducto postrero en donde
resistirá el hombre a la socialización—, hace difíciles en Cuba, como en toda
nuestra América, las uniones no nacidas bajo la reacción de una protesta. Bajo
este signo, y con una manifestación política realizada en público, con viril
gallardía, por el Sr. Rubén Martínez Villena, poeta de óptimos dones y culpable
pereza, plasmó el grupo. Es decir, que, negativamente, y en relación inmediata
con la llamada "cosa pública", formóse el núcleo, cuyo destino mejor
ha de ser crear antes que criticar y dar normas al partido apolítico de la
belleza. En el principio, turbulencias de trabajosa sedimentación dieron al
grupo extraña heterogeneidad. Su raíz de protesta movíalo hacia la censura,
hacia la impugnación, hacia el sarcasmo o el "choteo", nuestro gran
disolvente de energías e ilusiones. Se le ha reprochado esterilidad y
pedantería. Ha de advertirse el sensualismo en el medio y la razón aparente y aplastadora
que contra los idealismos han tenido tantos materialismos triunfantes. Pero,
poco a poco, el grupo fue reconocido, y su medalla objetiva troquelada con fuerza
en su anverso de elogios, y en su reverso, de censuras.
Las manifestaciones externas de su existencia
eran, para los troqueladores buenos, el mejoramiento del medio intelectual, la
depuración del profesorado, el auge de "Social", la gran revista, y
la fundación de "1927", vigía siempre avizor hacia todos los rumbos, y
hasta la transformación del suplemento literario de un periódico casi secular,
el "Diario de la Marina", que en manos de un minorista de gran
inteligencia y alma aventurera, el Sr. Fernández de Castro, adquirió el ritmo
adolescente que deben adquirir los operados por el doctor Voronoff; para los
troqueladores malos, la manifestación única de los minoristas es de cierta
modestia gastronómica en los almuerzos sabatinos del Hotel Lafayette, y de
indudable extralimitación representativa como invitadores de todas las
personalidades eminentes de paso por La Habana. Digamos, en concreto, que los
primeros están mucho más cerca de la verdad que los segundos.
En reciente manifiesto, el grupo —al cual
vamos perteneciendo de modo tácito cuantos en Cuba nos interesamos por las
artes y tenemos el alma joven— tiene en su activo, además de la gran victoria
difusa, muchas escaramuzas triunfales. Sin caudillo con título, reúnese en el
bufete del doctor Roig de Lenschenrig, en quien el internacionalista sesudo y
el costumbrista travieso conviven. La peor lengua y el mejor corazón de La
Habana, según se dice de él. Mas de cierto, una mente activa y un gran espíritu
censurador en fuerza de aspiraciones justas. Estas reuniones, y el carácter
cordial y chispeante propio del trópico, ha podido equivocar tanto como la no
buena intención a algunos. La creación de un grupo minorista en La Habana y la ebullición
de otros grupos sin nombre aún en Manzanillo y en Santiago dice mucho del poder
germinativo de este grupo inicial, que, lejos de ser "otros rotarios",
empiezan a darse cuenta de que toda minoría que no aspira a convertirse en
mayoría por la persuasión es estéril. Por lo pronto, en toda América, y ya en
Francia, en Italia y en España, se identifica al grupo con la causa del arte en
Cuba, y no hay nada usurpado en ello. Que la conciencia de su responsabilidad
lime frivolidades y ligerezas y fortifique el núcleo constructivo es seguro,
pues muchos de los hombres que lo integran —y conste que nos hemos propuesto no
citar nombres— poseen talento, preparación y entusiasmo. Ignoramos, claro es,
si recaerá en la política de donde nació o si actuará sólo en la zona estética.
Preferiríamos esto último, y no por miedo a consecuencias, sino por creer que
en los países nuevos, donde todo el mundo se ocupa peor o mejor de política, la
ciencia y las artes tienen pocos desinteresados servidores. En esta zona, el
grupo minorista ha realizado ya bastante, y tiene tarea larga y trascendental.
Cultivándola pueden realizar obra política a la vez, porque la cultura y la
sensibilidad serán las bases fijas o movedizas de todas las instituciones del
mañana. A este grupo pertenecemos, afiliados en forma expresa o no, los
trabajadores del espíritu destacados por la República para representarla en el Extranjero.
Y de ese grupo acaba de destacar "El Sol" a un escritor magnífico,
que de seguro dirá con su modestia de grande cuando lo feliciten:
—Gracias. Pero conste que cualquiera del grupo lo hubiera hecho igual.
—Gracias. Pero conste que cualquiera del grupo lo hubiera hecho igual.
El sol, Madrid, 29 noviembre 1927. Imagen de Diario de la Marina, 30 de marzo de 1930.
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