Vladimir Maiakovski
A un vistazo
La Habana
se revela
paraíso,
país afortunado.
Flamencos en un pie
bajo una palma.
Florece
el coralillo
en
el Vedado.
En La Habana
las cosas
son muy claras:
blancos con dólares,
negros — sin un cent.
Por eso
Willy
con su escoba barre
cerca de «Henry Clay and Bock, Limited».
Mucho
en su vida
ha Willy barrido—
tanto polvo
formaría
una montaña.
Por eso
su cabello
se ha caído
y apenas
la barriga
le acompaña.
Hay poco espacio para su alegría:
seis horas de dormir sobre un costado.
O cuando
el inspector
le
concedía
la mísera
propina
de un centavo.
¡Si pudiera evitar tanta basura!
Sólo
quizás
andando de cabeza.
Pero entonces
pegárase más fango:
pelos, son miles;
sólo dos
las piernas.
Junto a mí
pasea el Prado
suntuoso.
El jazz
de pronto
estalla
o centellea.
Que en La Habana
se encuentra el paraíso
un bobo solamente
lo
creyera.
El cerebro de Willy
es limitado,
muy poca siembra,
pocos brotes, creo,
pero grabó
una cosa en su memoria,
sólida,
cual la estatua
de Maceo:
«Tócale al
blanco
la
piña madura,
y la podrida
sólo alcanza
el negro,
el trabajo más blanco
es para el blanco,
y el trabajo más negro—
para el negro».
Pocas cuestiones se planteaba Willy.
Pero alguna
le
hincó con más tesón.
La escoba
se escapaba
de sus manos
Cuando a Willy
le
hincaba
esta cuestión
Hay que ver
lo
ocurrido en ese instante:
visitó a Henry Clay,
rey del tabaco,
del azúcar,
el rey más
poderoso.
Más que las nubes, piel y traje blancos.
El negro
se
acercó
al bulto de grasa:
«Perdón, míster
—le
dijo—
pero quiero
saber
¿si es el azúcar
blanco blanco
por qué
tiene que
hacerla
el negro negro?
El tabaco
no asienta
a sus bigotes,
más bien a un negro
de pelambre oscura.
Y si usted gusta
del
café
bien dulce
haga usted lo mismo,
entonces,
el azúcar».
Cuestión planteada así
no queda en vano.
El rey
su blanco rostro
tornó en verde.
Se revolvió
furioso con los
puños,
lanzó dos golpes,
presuroso
fuese.
Los jardines
en torno
florecían,
los plátanos
trenzaban
sus penachos.
Sus blancos
pantalones
manchó el negro
de la sangre
nasal
que ardía en su mano.
Luego aspiró
por las
narices rotas,
la escoba recogió
casi al tuntún.
¡Cómo él podría saber
que estas cuestiones
al Komintern
plantéanse
en Moscú.
La Habana, 5 de julio de 1925
Versión: Nina Bulgákova y Ángel Augier
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