Ángel Augier
El 3 de julio de 1925, Viadimir Maiakovski, a
bordo del vapor francés "Espagne", escribió en una carta a Lila Brik: "Ahora nos estamos acercando a la isla de Cuba –el puerto de La Habana (la de
los cigarros)". Así, por el tabaco habano identificaba el puerto al que
llegaría al día siguiente, sábado 4, después de casi dos semanas de travesía
desde Saint Nazaire, con escala en tres puertos españoles.
Julio, con agosto, es de les meses de más
riguroso verano en Cuba, Maiakovski pudo comprobarlo cuando en sus notas de
viaje califica al calor tropical de "insufrible" y agrega que
llegaron "fritos, asados y hervidos al blanco puerto de La Habana, rocosa
y edificada''. Y describe las numerosas lanchas llenas de piñas, que se
acercaron al barco para vender su mercancía a los viajeros ansiosos de
refrescarse con jugo de frutas.
Según la prensa del día siguiente (domingo 5
de julio) de los 593 pasajeros que conducía el "Espagne", 232
viajaron con destino a la capital cubana, y los restantes 361 seguían en
tránsito para el puerto mexicano de Veracruz. Uno de estos últimos era el poeta
soviético, quien aprovechó la ocasión dispensada a los pasajeros de primera
clase de visitar la ciudad algunas horas de las 24 que permanecería el barco en
el puerto.
En sus informaciones, los periódicos habaneros
que consignaron la llegada del vapor francés, sólo se refirieron por sus
nombres a dos de los pasajeros para La Habana: un ingeniero cubano que dirigía
una importante revista de la época y un embajador panameño; de los viajeros en
tránsito, sólo mencionaron a un biólogo francés que fue agasajado por sus
colegas cubanos. Hubo, pues, una absoluta ignorancia entonces del paso de
Maiakovski por Cuba. Además, también existía en los países latinoamericanos un
gran desconocimiento del desarrollo de la cultura soviética y de sus más
calificados representantes, debido al bloqueo contra la URSS impuesto por
Estados Unidos, que poseía el absoluto monopolio de la información
internacional. En esas circunstancias, resultaba difícil que los periodistas
cubanos pudieran dar algún significado al nombre de Vladimir Maiakovski, en el
caso improbable de que hubieran tenido acceso a él.
No habría quedado constancia de este fugaz y
anónimo encuentro del poeta con el trópico, a no ser por su hábito de anotar
las impresiones de viaje –que en este caso conformarían más tarde su conocida
conferencia "Mi descubrimiento de América''–, y gracias también a un poema
que le inspiró su rápida visión de La Habana y que todo parece indicar que
escribió al continuar viaje a Veracruz. Pero fueron testimonios conocidos a muy
largo plazo en español.
No fue hasta 1930, a raíz de la muerte del
gran poeta, que los cubanos tuvimos noticia de su presencia en Cuba cinco años
antes, pero con datos muy vagos. Un notable escritor y avisado periodista, José
Antonio Fernández de Castro, en trabajos publicados en dos revistas literarias
cubanas sobre el suicidio de Maiakovski, contó que en viaje que él hizo a
México en 1926, fue informado por el pintor Diego Rivera del tránsito de aquél
por La Habana y de la existencia de poemas suyos dedicados a Cuba.
Desde ese momento, Fernández de Castro mostró
enorme interés en la vida y la obra de Maiakovski, dentro de! panorama de la
cultura soviética que también estudió en libros y revistas de idiomas francés e
inglés, ya que en español apenas se encontraban ni información sobre literatura
en la URSS, ni traducciones de sus escritores. Fue así que hizo versiones (que
publicó) de poemas de Maiakovski y en 1933, cuando reprodujo sus trabajos
dispersos en el libro Barraca de feria,
pudo ofrecer una traducción al español de las impresiones sobre La Habana del
gran poeta de "A plena voz", que le fueran enviadas desde Moscú por
un miembro de la Sociedad de Amigos de Literaturas Extranjeras.
Damos por descontado que los lectores
soviéticos conocen las notas de viaje de "Mi descubrimiento de
América", y, por tanto, las que escribió de su breve experiencia habanera
de hace nada menos que cincuenta y ocho años. Pero seguramente les interesará
la opinión que sobre ellos puede tener un escritor cubano, hoy.
En general, las notas de viaje de "Mi descubrimiento de América" son ágiles e intencionadas, con el toque de buen humor de aquel temperamento sano y deportivo. Al sorprenderle un típico aguacero de verano justamente al descender del barco, hizo una simpática observación: "¿Qué cosa es la lluvia? Es el aire cargado con un poquito de agua. Pero la lluvia tropical es un chorro poderoso de agua con un poquito de aire". Le hace gracia el "lindo cementerio con los innumerables señores López y Gómez en mármol blanco", y traza una estampa llena de colores: "Sobre un fondo de mar verde, un negro con pantalones blancos ofrece al transeúnte un pescado rojo, alzándolo por la cola por encima de la cabeza". También hizo alusión a dos frutos deliciosos de Cuba: el mango y el aguacate.
Pero es natural que tan perspicaz viajero
advirtiera algo más que detalles pintorescos de La Habana. La situación
neocolonial de Cuba se le reveló fácilmente en los edificios de diez pisos con
grandes letreros en inglés: Ford, Henry Clay and Bock (monopolio tabacalero),
etc., que él consideraba los "primeros signos palpables del dominio de los
Estados Unidos sobre las tres Américas: del Norte, Central y del Sur".
Maiakovski exagera la nota al afirmar que pertenecía
a los norteamericanos en su mayor parte todos los edificios que se extienden a
lo largo del lindo y extenso Paseo del Prado –semejante a un larguísimo puente,
lleno de cafés, de anuncios y de focos lumínicos". Olvidaba el cronista la
existencia de una burguesía cubana que, aunque aliada a los monopolios
norteamericanos, también contaba, y sus intereses eran igualmente custodiados
por los policías sentados sobre taburetes cubiertos de grandes sombrillas, que
mencionaba el poeta.
Sin embargo, el capital financiero
norteamericano apretaba cada vez más su cerco a la economía cubana, y hay que
imaginar lo que hubiera escrito Maiakovski, de saber que ese mismo día de su
estancia en Cuba, hubo dos acontecimientos de ese carácter de los que
informaron los periódicos del 5 de julio: el establecimiento en Cuba de un
nuevo banco norteamericano –el Chase National Bank of the City of New York– y
la instalación "en su suntuoso palacio de O'Reilly y Compostela", del
National City Bank of New York.
A juzgar por los lugares que menciona,
situados distantes unos de otros, es de presumir que fue largo el recorrido que
hizo el visitante por las calles de La Habana. Y cuenta él que le fue difícil
encontrar el camino de regreso al barco, porque recordaba la calle por el
letrero "Tráfico"... y todas las calles lo tenían para señalar la
dirección del tránsito de los vehículos.
Al final de sus notas sobre La Habana, cuenta
Maiakovski que le salió al paso, en los muelles, un desempleado que le dirigió
preguntas en varios idiomas. Para evadirlo, él contestó en inglés que era ruso.
El hombre se entusiasmó y tomándole las manos le gritaba: "¿Usted
bolchevique? ¡Yo también soy bolchevique! "El poeta confiesa que se
escabulló como pudo para evitar las miradas peligrosas de otros que
presenciaban la escena".
No estaba descaminado el poeta al tomar sus
precauciones, porque su visita se produjo precisamente mes y medio después de
haber tomado posesión el gobierno del General Gerardo Machado, que había
anunciado sus propósitos de destruir el movimiento obrero por considerarlo de
tendencia comunista. Ya se sabe cómo no tardó aquel gobierno en derivar en
brutal tiranía al servicio del imperialismo.
Como se recordará, el poema que Maiakovski
escribió en La Habana ostenta un título en inglés: "Black and white",
que es la marca de un whisky a la que el poeta había hecho alusión en sus
impresiones habaneras. Con esa contraposición del blanco y el negro, él quiso
crear una alegoría burlesca de la lucha de clases en Cuba, en el marco
aparentemente paradisíaco del trópico que traza al comienzo de la composición.
Sólo que la lucha se plantea entre el negro Willy –que representa a los
trabajadores de Cuba– y el magnate blanco, norteamericano, del monopolio
azucarero. En su encuentro personal con el millonario, al obrero negro le toca
la peor parte. Y el poeta sentencia que eso le ha ocurrido porque este tipo de
cuestiones entre el capital y el trabajo, "al Komintern plantéanse, en
Moscú".
Aunque en tono de farsa, los términos de la
lucha planteada son extremos, porque el problema de los trabajadores cubanos,
del pueblo de Cuba, no era precisamente sólo de "black and white",
como lo es en las Antillas de habla inglesa o francesa. Era una cuestión
bastante compleja, y en realidad su solución no estaba lejos de relacionarse
con el Komintern. Para resolvería, casi mes y medio después de la fecha en que
estuvo Maiakovski en Cuba –el 16 de agosto– quedó fundado en La Habana el
primer partido marxista-leninista de nuestro país, y uno de sus primeros
acuerdos fue adherirse a la Tercera Internacional o Komintem.
Esto, seguramente, no lo supo por entonces el
poeta como tampoco que exactamente un mes después de su paso por la isla, llegó
a un puerto cubano el primer barco soviético, "Vatislav Voronski",
para recoger una carga de azúcar. Las autoridades cubanas tomaron toda clase de
medidas para que no hubiera contacto alguno de los trabajadores cubanos con la
tripulación soviética. Pero el Partido en trance de creación, comisionó a Julio
Antonio Mella, el gran líder de la juventud y de los trabajadores del país,
para que entregara a bordo, a los obreros de la patria de Lenin, una bandera
cubana en mensaje de solidaridad.
Fueron los primeros contactos de unas
relaciones fecundas entre Cuba y la URSS, entre sus trabajadores, en la que
también actuó la presencia y la poesía de Vladímir Maiakovski. Su obra sería
conocida después en Cuba y aquilatada en todo lo que significa, como expresión
de un trascendental momento histórico de nuestro siglo: la Gran Revolución de
Octubre. La resonancia de esa poesía nacida del impulso revolucionario de la
clase obrera, es universal y llena nuestra época, por lo mismo que la
Revolución que él cantó ha inspirado a las masas proletarias del mundo.
La Cuba que él visitó hace casi seis décadas,
quedó lejos también en lo social como en lo histórico, y hoy los pueblos de
Cuba y de la URSS están más cerca que nunca, a pesar de la distancia
geográfica, y en esa cercanía ideológica no sólo están presentes el
internacionalismo proletario y la identidad en lo político y social, sino
también la obra de los creadores de ambos puebles, entre los que sobresale con
su luz propia inextinguible el genio de Vladímir Maiakovski.
Bohemia, 9 de septiembre de
1983 pp. 16-18.
Tomado de librinsula.bnjm.cu
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