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viernes, 11 de mayo de 2018

El poeta resucitado: Porfirio Barba-Jacob




  José Antonio Fernández de Castro

 La noticias me la dio, verdaderamente apenado, Virgilio Ferrer Gutiérrez, el Benjamín de los minoristas, como lo llamó hace ya algún tiempo Luis Felipe Rodríguez.
-¿Sabes quién se murió en México -me dijo Virgilio, con voz cargada de emoción, y sin aguardar disparó:
-¡Porfirio Barba-Jacob!
 No ignoraba que Barba-Jacob, que se fue de La Habana en el año 31, hacía tiempo que estaba enfermo en el país vecino. Había tratado al poeta a fines del anterior, en las diversas ocasiones que estuvo en Cuba. Aunque no era de sus habituales compañeros, no desperdicié la ocasión de escucharlo. Asistí a sus recitales en los días ya lejanos en que Aznar -Manuel Aznar- organizaba fiestas para el intelecto en los salones de un periódico de La Habana. Cuando me encontraba con Barba-Jacob deambulando en paseos y cafés, aprovechaba para oírle. Hasta su misma leyenda me resultaba interesante.
 Recordé su rostro tostado y aguileño. Su cara tan india chibcha. Indio de Colombia es Barba Jacob. Como indio de Colombia fue Ricardo Arenales, ese otro poeta muerto en el mismo hombre, que era el amigo de quien me hablaba Ferrer Gutiérrez. Le encargué a éste un artículo -una nota sentida, dando adiós al desaparecido. López Méndez, que recordaba a Barba-Jacob, haría un dibujo para la plana y... solo de vez en cuando -¡pinche de vida ésta! vendrían a la memoria fragmentos de versos escuchados a Barba-Jacob. ("Hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos!", o "Los que no habéis llevado en el corazón el tumulto de un Dios, -ni en las manos la sangre de un homicidio..." y "En un jardín  de aquel país horrendo -hallé a Fantina".
 Ferrer Gutiérrez me llevó el artículo y López Méndez hizo el dibujo, pero la noticia -de la que pedimos confirmación al propio México, a amigos muy fieles del poeta- no se ratificó, a pesar de que el cable nos ratificó que estaba muy grave. Artículo y dibujo quedaron archivados, esperando -de un momento a otro- la muerte de Barba-Jacob.
 Al salir para México, Tallet -el formidable amigo que es- José Z. Tallet, me dijo en el aeródromo:
 -No dejes de saludar en nuestro nombre al pobre Porfirio. Está muy grave en el Hospital General de México...
 Al llegar a la Ciudad de los Palacios, inquirí por el enfermo a periodistas y gente amiga. Todos me decían: "Está en la última. Se muere dentro de poco..."
 Solo que me habían informado mal. Si alguna amargura tuve en mi reciente estancia en México, la debí solamente al recuerdo de dos amigos desaparecidos -ambos violentamente arrancados de la vida- en el intervalo de mi salida de allí -el año 26- y la nueva llegada. Temía ahora que mis días de México se me amargaran más con el espectáculo del poeta de la "Balada de la loca alegría" -"Mi vaso lleno -el vino del Anahuac -mi esfuerzo vano -estéril mi pasión -soy un perdido- soy un mariguano -a beber- -a danzar al son de mi canción..."- moribundo sobre la cama de un hospital. Y no me decidía a ir a visitarlo. Quería evitarme una escena que podría ser tema de tango.
 Una tarde -bella tarde azul- recibí una carta del poeta. Magnífico papel y una limpia tipografía de circular comercial. El amigo reclamaba mi presencia y me decía: "No creas a los periodistas. He estado muy enfermo. Ahora estoy en plena mejoría. Vivo bien, en la calle tal, número tantos. Tengo dos teléfonos. Todos los que dicen que estoy a punto de morirme o muriéndome de hambre, lo dicen... como hacen esas cosas los periodistas... Ninguno ha venido a verme...
 Y era cierto. Cuando le fui a ver, me encontré con que vivía en un piso amueblado con lujo: sillones de brocado. Muebles de época. Una mesa imperio. Una mecanógrafa limpia y bella, cuyos dedos volaban ágiles en el teclado, contestando la correspondencia del poeta y haciendo circular su oro lírico... ¿Y Barba-Jacob? Ya me había anunciado su criada. Muy pronto lo tuve frente a mí, envuelto en una fastuosa bata de recibo, alargándome su mano cordial.
 -Aquí me tienes, amigo, viviendo de nuevo. Con la enfermedad, he dejado mi mala suerte. Mi negocio, ahora en proyecto, está en seguro camino de éxito. En este país es donde debo realizarlo...
  Se trata, en efecto, de una gran agencia informativa que radicará en México, y que utilizando las más veloces vías de comunicación, extenderá su red por toda la América Latina.
 Barba-Jacob respira energía. Con su gentileza de siempre, me llenó de atenciones en su casa. El opíparo banquete de que fui copartícipe, estaba compuesto, con una deferencia al visitante antillano, de sopa de plátanos, tasajo (que no sé cómo lo obtuvo), viandas...
 A la hora de la despedida, el poeta me entregó el primer ejemplar de su libro "Canciones y Elegías", que los editores de Alcancía acaban de publicar en México y que aún no circula en La Habana, con un brillante prólogo del autor. Y ya en el umbral, antes de darme el último abrazo en México, me invitó para que, ya que no podré asistir al banquete con que piensa celebrar sus primeros cincuenta años de existencia, concurra al segundo, que ha de tener lugar en no se sabe qué ciudad populosa de la América futura...
 Yo pensé que el poeta tenía razón. Creía encontrarme un hombre desecho y tropecé con otro hombre, sano, lleno de vida, capaz de vivir como ha hecho, otros 50 años.


 El artículo apareció bajo la firma J.A.F. de C., en Diario de la Marina, el 16 de abril de 1933, con la caricatura de López Méndez.


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