José Silverío Jorrín
¡Cuán bella luces, opulenta Habana,
desde la árida cumbre de esta loma!
¡Cómo se tiñe el sol ahora que asoma
con el vivo arrebol de la mañana!
¡Con qué fidelidad su faz retrata
el azulado mar en sus espejos,
y cómo la bahía allá a lo lejos
cinta semeja de nevada plata!
En derredor, cual guardias avanzadas
a las nubes levantan sus cabezas
gigantescas e inmobles fortalezas
de almenas y cañones coronadas.
Y allá do los remotos horizontes
a los cielos alcanzan soberanos.
En verde rueda
asidos de las manos
Veo reír tus
palmas y tus montes.
A tu frente y en
son de cortesanas
Mil apiñadas
naves tu pie besan,
Y mástil y cordajes
empavesan
Con banderas y
flámulas galanas.
Por tus calles
se agita sin aliento
El genio mercantil
con sus riquezas,
Y aposentan tus
lares más bellezas
Que granos de oro
el mejicano asiento.
Tanta grandeza mi ánimo avasalla
Pues cien torres y
aun más al cielo vuelves
Y por orla del
manto en que te envuelves
Tienes de piedra
altísima muralla.
Si su luz por la
tarde el sol recoge
En pliegues de
vivísimas centellas,
Luego el ropaje
lúcido de estrellas
La negra noche sobre ti descoge;
Y la voz musical
de tus campanas
Canta su adiós al moribundo día,
Y después en
confusa simetría
Con miles de
faroles te engalanas.
Entonces un navío
me pareces
Morada del placer
y la opulencia,
Y el mar con su
fugaz fosforescencia
Es el lago de
fuego en que te meces.
Los vivas del
teatro y sus orquestas
Tu oído llenan de
olas de armonía,
Hasta que el sueño
nubla tu alegría
Y satisfecha ya
por fin te acuestas.
Imponente coloso
que a la sombra
Duermes en paz cual virgen inocente,
¿No temes, di, que
despertarte intente
Un enemigo que mi
voz no nombra?
Fragmentos... La Siempreviva, Vol. 1, La Habana, 1838, pp. 191 y ss.
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