Probablemente interesaran a todos vosotros
algunos hechos sobre el progreso sanitario de Cuba. Desde que Cuba se
independizó ha sido el deseo de su pueblo, así como el de sus varios Gobiernos,
mejorar y mantener el estado sanitario del país.
Tan pronto como la
Intervención Militar Americana se hizo cargo de la Isla, en 1900, sus elementos
médicos comenzaron una campaña para lograr el mejoramiento de la salud pública.
En reuniones anteriores de este Congreso, y especialmente en el tercero, que se
reunió en la Habana en 1901, se demostró que la teoría de Finlay sobre la
transmisión de la fiebre amarilla por la picada de cierto mosquito iba a ser la
base para mejorar el estado sanitario, por lo menos, en Cuba.
Una circunstancia afortunada fue la que los asuntos
de salud pública en Cuba estuviesen bajo la dirección de un hombre cuya labor,
en nuestra Isla, estaba destinada a ser copiada en México, Panamá, los Estados
Unidos de América y otros países del Nuevo Mundo, e incidentalmente hizo
posible el hecho de ingeniería más grande del último siglo: la construcción del
Canal de Panamá. Innecesario es decir que ese hombre no fue otro que el doctor
William C. Gorgas.
Verdaderamente el éxito del Dr. Gorgas fue el estímulo para
que las autoridades sanitarias cubanas mejorasen aún más lo que se les había
legado, y desde 1902, en que los cubanos asumieron la responsabilidad del
gobierno propio, se han esforzado en combatir las enfermedades, de manera tan
enérgica como lo hicieran antes en pro de la libertad y la independencia. Y si se exigiesen pruebas de mi afirmación,
señalaría con orgullo nuestras estadísticas demográficas, y particularmente
nuestra mortalidad, de 14 por mil.
Hay, sin embargo, algunas cifras notables
que deseo presentar a vuestra consideración.
Por ejemplo, es bien sabido que
antiguamente era la Habana un foco inmenso de fiebre amarilla. Pues bien, desde
1908 no se ha sabido que ocurriera ningún caso.
Respecto al paludismo en la República, tenemos la siguiente estadística:
Pero todavía más satisfactorias
son las cifras por la misma enfermedad, limitándonos a la ciudad de la Habana. Estos
resultados, como he indicado antes, se deben, en primer lugar, a las
investigaciones de Finlay sobre la fiebre amarilla, y, en segundo término, al
plan sanitario del Dr. Gorgas, llevado a cabo, casi militarmente, tanto durante
los Gobiernos americanos como en el de los cubanos.
Desde 1909 se enorgullece Cuba de ser el único
país en el mundo que cuenta con un Departamento nacional de sanidad, cuyo jefe
toma parte en el Consejo Superior del Gobierno, asesorando al Poder Ejecutivo
en todos los asuntos sanitarios y los de beneficencia.
Eso explica, sin duda,
porqué con un cuerpo sanitario eficaz y permanente, nuestra campaña
profiláctica contra la fiebre amarilla ha mantenido alejada de Cuba esa
enfermedad, e incidentalmente ha reducido la mortalidad de otras enfermedades
infecciosas, especialmente el paludismo.
También la viruela, debido a la
vacunación obligatoria, se ha combatido con éxito.
No ha sido menos notable
nuestro éxito respeto de la peste bubónica. Las medidas contra esta enfermedad
son principalmente las de desinfección, a consecuencia del gran número de ratas
que pululan debajo de la parte antigua de la ciudad. El gas hidrociánico se
emplea con resultados maravillosos en la destrucción de ratas, y esperamos que,
en breve, con la aplicación de medidas aún más radicales, como el empleo de
materiales duros para fabricar las casas, lograremos vencer a este enemigo.
Nuestra
campaña antituberculosa es tan completa como puede hacerse en cualquiera otra
parte de nuestro hemisferio. Los sanatorios y dispensarios son los factores principales
en la lucha.
Todo lo dicho, aun cuando son algunos ejemplos nada más,
demuestran los triunfos de la sanidad moderna cuando se aplica por una
organización competente dedicada exclusivamente a asuntos higiénicos, y creo
sinceramente que el experimento hecho en la República de Cuba, de contar con
una Secretaria Nacional de Sanidad y Beneficencia, debe repetirse en todas
nuestras Repúblicas americanas, a fin de que el estado sanitario de nuestros
países se mejore y, por ende, tenga otro propósito útil: el que sirva de
lección a las autoridades sanitarias del viejo mundo.
Cuba en Europa, Año IV, Núm.
124, 15 de agosto de 1915, pp. 3-5.
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