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miércoles, 24 de mayo de 2017

La Austria-Hungría de Rodríguez Embil


 Jorge Mañach 

 Luis Rodríguez-Embil. 
 -El Imperio Mudo". 
 –Agencia Mundial de Librería. 1928.


 Otro libro cubano sobre la Guerra. Gemelo del de Gonzalo de Quesada ("Del casco al gorro frigio") y pariente del de Carbó ("Un viaje a la Rusia roja") recién saludados en estas páginas. Los tres coinciden en el tiempo y enfocan por igual una mirada americana —es decir: joven y con algo de la irónica mirada filial a Noé embriagado— sobre paisajes accidentados de Europa. 
 Pero de la Rusia de Carbó a la Austria-Hungría de Rodríguez Embil, pasando por la Alemania de Quesada, se extiende una gama espectral, roja y negra en sus fajas externas, con el gris teutónico al centro. Y estos matices del espectáculo se reflejan naturalmente en las tres versiones: pasión, aquiescencia, elegía. 
 El libro de Rodríguez-Embil es luctuoso, condolido. El autor —diplomático cubano en Viena durante el primer bienio de la Guerra— vio la tragedia europea desde su ángulo más oscuro y patético: allí donde no hubo ni grandes esperanzas ni gloriosas exultaciones. La doble nación era un "imperio mudo", hecho a sufrir, a acceder, a callar, a sufrir. 
 "Encoje el corazón —escribe el autor libro adentro— este espectáculo de un pueblo fuerte, de cualidades altas y capacidad, ilustrado... e inutilizado por un régimen terrible. Es un ejemplo de lo que puede hacer del hombre más fuerte y apto la carencia de libertad". 
 Las páginas iniciales, que ahondan en este estado de ánimo de un pueblo reducido a la impasibilidad por el escepticismo, nos preparan para la versión de las melancolías de Viena desde 1914 hasta la caída de Francisco José: lo entonan todo en un gris de fingimiento, de pánico, de miseria, de muerte. 
 Sobre ese fondo, va esbozando el autor meditaciones de un pesimismo no menos oscuro a veces; otras, claras de sentido ideal, de análisis, de protesta humanitaria. 
 Poemas anecdóticos glosan la actualidad doliente o desahogan generosas invectivas. Alguna estampa con frescura de acuarela alegra el desfile, inevitablemente monotonizado por la misma grisura que copia. Y otra vez nos interesa y alegra ver cómo puede levantarse con vuelo crítico sobre más latos horizontes una mirada insular, una mirada nuestra, —y. Mch.


  Revista de avance, 15 de enero, 1929, p. 186.

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