Wallace
Stevens
Canarios
en la mañana,
orquestas
en la tarde,
globos
por la noche. Al menos
ya
no se trata de ruiseñores,
Jehovah
y la gran serpiente marina. El aire
no
es tan elemental ni ya la tierra
tan
cercana.
Pero
el sustento de los bosques
no
nos sostiene en las metrópolis.
II
Es
la Vida un casino en un parque. Los cisnes
descansan
sus picos en el suelo.
Un
viento desolado ha aterido a la Roja Fátima
y
en el frío se posa una gran decadencia.
III
Los
cisnes... Antes de que sus picos se abatieran
sobre
el suelo y antes que la crónica
de
afectados homenajes disimulase tantos libros,
ellos
vigilaron las pálidas aguas de los lagos
y
los doseles de islas que estaban unidas
a
aquel casino. Mucho antes que la lluvia
arrasara
sus ventanas de tabla y que las hojas
llenaran
sus incrustadas fuentes, ellos ataviaron
los
crepúsculos del mítico Rey Maní.
Los
siglos de excelencia por venir
surgieron
de la promesa y devinieron augurio
de
trombones flotantes en los árboles.
La
fatiga
de
pensar trajo una paz excéntrica
para
el ojo y tintineante para el oído. Ásperos tambores
elevaron
su ruido sin que la plebe se alarmara.
Las
indolentes progresiones de los cisnes
hicieron
que la tierra se ajustara; una parodia de maní
para
gente de maní.
Y
un más sereno mito
concibiendo
desde su perfecta plenitud,
lozano
como junio, más frutecido que las semanas
del
más maduro estío, moroso siempre
por
tocar de nuevo el más cálido brote, por pulsar
de
nuevo la más larga resonancia, por coronar
la
más clara mujer con apta palabra, por montar
al
más fuerte jinete sobre el potro más robusto.
Este
urgido, sabio, mas sereno mito
pasó
como un circo.
El
hombre político ordenó
la
imaginación como el funesto pecado.
La
abuela y su cesta de peras
tienen
que ser el enigma de nuestros compendios.
Ése
es mundo bastante y aún más, si se confinan
las
hijas con las barraganas de melocotón y marfil
para
quien se alzan las torres. El pecho del burgués
y
no éter alguno sutil y cercado de estrellas
tiene
que ser el lugar para el prodigio, a menos
que
lo prodigioso sea truco. El mundo no es fantasía
de
insomnes ni palabra
que
deba importar sustancia universal
a
Cuba. Apuntad estas lácteas cuestiones.
Alimentan
Júpiteres. Su pezón casual
caerá
como dulzura en las noches vacías
cuando
queda anulada la rapsodia excesiva
y
la plegaria espirituosa provoca nuevos sudores: así, así:
La
Vida es un viejo casino en un bosque.
IV
La
función del poeta es aquí mero sonido,
más
sutil que la más historiada profecía
para
rellenar el oído? Ella le lleva a hacer
su
repetición infinita y sus amalgamas
del
más selecto ébano y del mejor alción.
Le
lastra de exacta lógica para los remilgados.
Como
parte de la naturaleza, es parte nuestra.
Tus
rarezas son nuestras: puede ella acceder
y
reconciliarnos con nosotros mismos en esas
reconciliaciones
verdaderas, oscuras, pacíficas palabras,
y
las sabias armonías de su cadencia.
Cierra
la cantina. Apaga el candil.
La
luz de luna no es amarilla sino un blanco
que
silencia la villa siempre fiel.
Qué
pálida y posesa es esta noche.
Qué
llena de las exhalaciones del mar...
Todo
esto es más viejo que su más viejo himno
y
no tiene más significado que el pan de mañana.
Pero
dejad al poeta que en su balcón
hable
y los que duermen se moverán en su sueño,
se
despertarán y contemplarán la luna en el piso.
Esto
puede ser bendición, sepulcro y epitafio.
Puede,
sin embargo, ser
un
encantamiento definido por la luna
por
mero ejemplo opulentamente clara.
Y
el viejo casino también puede definir
un
encantamiento infinito de nuestro ser
en
la gran decadencia de los cisnes muertos.
Revista
de Avance, noviembre de 1929.
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