Lino Novás Calvo
Ahí están,
revueltas en la memoria reciente, esas frentes pálidas, pero espíritus
heroicos, de los nuevos literatos de Cuba. No quiero ordenar mi fichero; no
quiero darle rigidez, dogmatismo, categoría. Son mis amigos, ¿qué orden más
admirable que el que sale por sí solo, como a borbotones, de los filtros del
alma? En mí todos son iguales, y yo no puedo hablar nunca de nada si no es
parcialmente, apasionadamente.
Además, casi
toda su obra está en potencia; está en ellos, saliéndoles de las manos, pero
sin acabar de salir. La van soltando, poco a poco, gota a gota, en la revista,
en el diario y en el recuerdo del que los trata. Un día llegó allí un supuesto
literato argentino que nadie conocía; no hacía falta; todos le abrazamos. Así
es como ellos se sienten hacia todo, con los brazos abiertos, bajo el reino de
Martí, pero muriendo de cara al sol. Algunos muriendo al nacer, comidos por el deber
o la obligación. Y luego viene Machado y entra a palos con ellos, hasta que ya no
nos queda sino la rebeldía martiana de un Marinello, o la rebeldía gandhiana de
un Irisarri, o la rebeldía grecorromana de todos los demás. Pero entonces ya no
queda una sola letra viva, de literatura viva, y los literatos llevan su obra en
sí mismos. Ellos son su obra; casi toda la historia literaria cubana es, ante
todo, una historia de almas. Junto a cada verso, la posibilidad —la imposibilidad—
de un verso mejor. Pero es que cada verso está allí forjado a martillo de vida
y calor de sol.
En 1927 se publicó
allí la primera revista de vanguardia. Yo trabajaba entonces de chofer, y la
comenté con otros choferes en la piquera: nadie la entendía. Llevaba a Cuba un
aire cosmopolita y europeo que chocaba junto con un cuento dantesco de Rafael Pocaterra,
el venezolano. Los críticos resabiosos y trasmañanados comenzaron a morderle
las esquinas. Sus editores "se compraron un lío", se metieron en un
corral lleno de espinas y descalzos. Ellos siguieron adelante, con la cifra del
año por título, con rumbos desconocidos, y se llamaron a sí mismos nautas.
Todos habían navegado algo. Uno de ellos era un catalán, Martí Casanovas, que
en seguida se aplatanó en el país, y todos los que no le oían hablar lo creían cubano.
Luego le dio por irse a México, donde no sé si todavía está. Criticaba la
pintura, y lo criticaba todo con gran seriedad, pero con gran dureza. No le
llegué a conocer. Los otros sí, que se unieron luego: José Z. Tallet, Jorge
Mañach, Juan Marinello, Félix Lizaso, Francisco Ichaso. A todos los leía y les
escribía cartas más tarde. Un día los mandé un poema proletario, el primero de
este tipo que publicaron, y me dieron la mayor alegría de mi vida. Para que un
trabajo pudiera entrar en la revista se procedía por votación; todavía ignoro quiénes
dieron el voto en contra o en favor.
Tallet era
el más revolucionario. Había estudiado para cura y estaba casado —o se casó más
tarde— con la hermana del comunista Martínez Villena, el primer
"leader" del obrero cubano, que
ahora está en Rusia con un pulmón comido por su vida de combatiente. Tallet
escribía poemas de líneas interminables, en forma de cartas y remembranzas, entre
sardónicas y nostálgicas. Nunca se había visto aquello en la Academia Nacional
de Artes y Letras, que preside el doctor José Manuel Carbonell. Aquello no era
poesía, porque allí había palabras gruesas y alusiones a personajes reales y a
cosas de todos los días. ¡Un cura, un cura hablando así! ¿Se hacen ustedes cargo?
Pero todo aquello flotaba en una poética y honda que obligaba a volver a la
lectura. Y ocurría que la prosa de sus versos, de tan prosa, de tan directa y
suya, se mordía la cola, es decir, la poesía. Y resultó que Tallet era el más
fuerte y original de los nuevos poetas, y sus versos dentelladas de vida sana
interior. Porque el santo que no había querido ser cura estaba y está en
Tallet, y ése era el que le daba poesía a su prosa.
Tallet es un hombre raro, silencioso y fuerte. A veces usa barba, una barba rubia y rizada, como su pelo, pero a veces se la quita. En su bolsillo hay siempre una cajetilla de cigarrillos del Norte, que ofrece a los amigos. En su biblioteca, todos los libros ingleses y norteamericanos que realmente valen la pena. Es traductor en El Mundo, y cuando escribe prosa tal parece que está traduciendo. Tan pronto como vuelve al verso, vuelve a ser Tallet. Hasta ahora no ha publicado ningún libro. Cuando está de humor le hace un poema a Montenegro, o a Fernández de Castro, o a cualquier otro, y lo guarda con intenciones de publicidad. Cuando yo salí lo fui a ver y me enseñó un rimero de cuartillas que darán par de tomos espesos. Me dijo que no los publicaría hasta que la situación social cubana dejara de ser un poema trágico.
Pero yo no
conocí a Tallet hasta que ya era muy amigo de los demás directores de la Revista de Avance. En 1929 se había
separado de ellos, pero cordialmente, no sé por qué. Quedaban los cuatro. Antes
firmaban las directrices con este nombre: "Los Cinco". Después eran
"Los Cuatro". Mañach fue el primero que saludé mano a mano. Él había sido
quien diera la batalla en favor de mi poema. No me explicó cómo aquel desahogo plebeyo
pudo llamarle la atención, pues Mañach era entonces un escritor verdaderamente difícil.
Había que coger el diccionario. En la Prensa diaria, donde comenzó a batallar —Mañach
es un batallador—, fue la suya una nota única. Fue el primero que introdujo en Cuba
el sentido de la responsabilidad crítica. Se situó en un plano independiente y
comenzó a juzgar las cosas —las cosas y las letras y la pintura, sobre todo— con
un rigor que a muchos infundió temor y a muchas desaliento y a muchos dio
valor: según. Fue el ácido que puso a prueba los valores. Y había muchos
valores falsos que se revolvieron contra él, y le cogieron ojeriza. Una ojeriza
compensada con la estimación de los fuertes.
Nunca le he
preguntado a Mañach por sus andanzas por Europa; algunas —pocas— me las ha contado
por accidente. Hablábamos de arte y de cultura; sin embargo yo he llegado a
pensar con mi imaginación que si yo moría primero él escribiría mi biografía, y
que si moría primero él yo la escribiría. Este era un pensar nada más; cuando llegaba
junto a él era para pedirle su opinión acerca de un cuento o de un poema. A veces
me regañaba, pero siempre terminaba por alentarme. Un día me hizo una
caricatura y me quitó varios años de vida.
La pintura, la
novela, el cuento, el drama: esas son las cuatro etapas que ha dejado atrás,
Últimamente se dedicaba a la Filosofía; estudiaba alemán. Su drama "Tiempo
muerto" le valió un gran premio establecido por una compañía teatral
argentina. Sus cuentos han vencido en los concursos. Pero su trabajo más serio
es un opúsculo sobre el "Choteo". Tiene un libro, "Estampas de
San Cristóbal", que no se parece a los demás. Es una finísima interpretación
de la vida habanera. Otro, "Glosario", ya es más orsiano, aunque sin
dejar de ser completamente suyo. "Goya" da su medida máxima como crítico
de arte. "La crisis de la alta cultura en Cuba" le valió su primer gran
salto. "La pintura en Cuba" es la depuración de los valores
pictóricos de la isla. Tiene una novelita, "Belén el Aschanti", de ambiente
colonial y fervor primerizo. Todo esto parece haberlo olvidado él mismo, ahora que
se prepara para sus mejores tareas.
La biblioteca
de Mañach, varia, cuatrilingüe, es a la vez un museo. Allí, en aquel ambiente
cordial y sano, nos reuníamos últimamente, cuando la vigilancia oficial se
extremaba, además de los ex editores de la suspensa Revista de Avance, Mariano Brull, Luis Baralt, Eugenio Florit,
Emilio Ballagas y, accidentalmente, algún otro. Allí se hablaba de arte y de
política. A veces se abría la puerta y asomaba allí un pequeño Jorge Mañach, de
melena rubia, que interrumpía la discusión. Mañach entonces lo sentaba en su
rodilla y decía:
—Esta es mi mejor obra.
En estas
últimas juntas, celebradas los martes, siguiendo la tradición de cuando existía
la revista, el centro era Marinello. Marinello había salido de la cárcel y era
perseguido. Sobre la mesa había todavía algunas revistas a repartir, algún libro
enviado a 1930. Se procedía al
sorteo. Luego todo quedaba olvidado en aras del santo político del momento. Los
amigos discutían acaloradamente, tan sólo para darse un abrazo de despedida.
Al
principio, Marinello comenzó siendo poeta postromántico. En su libro
"Liberación" es ya un poeta que se levanta sobre sí, que levanta los
brazos y pide libertad. Nervo lo domina todavía. Nervo y Martí formaron sus dos
pilares espirituales. Pero sobre esos pilares está ya un hombre que no puede
ser sino Juan Marinello. Ahora acaba de unir su misticismo revolucionario con
el misticismo gandhiano de Irisarre, en la publicación de una revista de combate.
Ambos están actualmente en la cárcel, por el delito de amar lo que es justo. En
la cárcel, Marinello escribe versos difíciles, donde el gran drama vital se transforma
en alisio lírico partido contra los ángulos del encierro. Contemporáneos, de México, acaba de publicar su última palabra sobre
legislación poética, con motivo del libro de Florit, "Trópico". Sus
otras obras son opúsculos sociológicos sobre las realidades cubanas, en las
cuales batalla amando, pero amando con el ideal.
Y, en cambio, yo creo que sus mismos enemigos lo aman a él. Hay algo que irradia bondad y sencillez en este hombre, por otro lado, difícil. En La Habana hay muchos griegos limpiabotas; Marinello va a pulir sus zapatos negros y habla con ellos en griego antiguo, en el griego peripatético que ellos apenas entienden. En la Universidad era profesor de idiomas antes del primer encuentro con la policía, en el cual murió el estudiante Trejo y fue encarcelado él. Luego cerró su bufete de abogado. Un día le oí decir que prefería abandonar la carrera antes de ayudar a quitarle el techo a un pobre. Y así la abandonó y se puso a escribir en los periódicos contra el machadato.
Y, en cambio, yo creo que sus mismos enemigos lo aman a él. Hay algo que irradia bondad y sencillez en este hombre, por otro lado, difícil. En La Habana hay muchos griegos limpiabotas; Marinello va a pulir sus zapatos negros y habla con ellos en griego antiguo, en el griego peripatético que ellos apenas entienden. En la Universidad era profesor de idiomas antes del primer encuentro con la policía, en el cual murió el estudiante Trejo y fue encarcelado él. Luego cerró su bufete de abogado. Un día le oí decir que prefería abandonar la carrera antes de ayudar a quitarle el techo a un pobre. Y así la abandonó y se puso a escribir en los periódicos contra el machadato.
Mañach y
Marinello tienen algo de semejanza y de desemejanza. De lejos, Marinello tiene
más calor de batalla, porque Mañach tiene demasiada universidad en sí; pero cuando
nos acercamos a ellos ambas nos enamoran. La frialdad de Mañach es de forma nada
más. En sus cuerpos se parecen también un poco. Mañach tiene siempre en su mesa
una lata de picadura rubia y varias pipas; Marinello no fuma. Cuando salíamos del
bufete de Marinello, donde se celebraban las juntas de editores, nos íbamos a
tomar un Daiquirí y nada más. Luego tomábamos un "taxi" —un fotingo— y
el chofer, que era amigo de Marinello, llevaba cada uno a su casa. Estas juntas
son como relatos de Paul Morand, y un día cualquiera les hablaré de ellas.
Y otra vez
les volveré u hablar también de Mañach y de Marinello y de Tallet y de todos
los demás, porque todos están enlazados, y las cosas que yo sé de ellos forman un
rosario en mí, desgranado en mí, por habérsele roto los engarces. Si se me
permitiera los engarzaría también con algunos literatos españoles, para que
ustedes los vieran más de cerca —todo mi afán está en esto—. Mañach tiene mucho
de Marichalar, y viceversa. A Marinello no le encuentro correspondencia exacta;
por dentro es un poco Unamuno y otro poco César Falcón —¿no es ya Falcón español?—,
sin dejar de ser también Lorca, por su romanticismo superado, y por su atención
a lo negro de la piel. Cuando habla lo hace en tono amoroso y apostólico. Tiene
algo de don Fernando de los Ríos. Todo ello en una trabazón marxista empatada con
José Carlos Mariátegui, el gran impedido del Perú, que temía Leguía, y que concluyó,
al fin, por matar. Un día me dijo: Lo que Mariátegui ha hecho en el Perú
quisiera hacerlo yo en Cuba, añadiéndole un poco de lirismo al margen. Y se quedó
pensando. Estábamos en la librería Minerva, de la calle Obispo, donde yo hacía
fichas... Marinello llevaba un sombrero jipi, panamá, y su combatividad se
había fortalecido en la cárcel. Luego entró Alberto Lamar Schweyer, el apologista
de Nietzsche y también un poco de Machado, y se pusieron a discutir sin saña.
Marinello no puede tenerla. Yo me lo figuraba dando una carga a machete en la manigua
y luego abrazando a su enemigo.
En la cárcel, yo vi a Marinello entre apristas y comunistas. Tenía a Cotoño, el pobrecito comunista, a un lado, y a Maziques, el aprista ex codirector de Atuei, a otro. En el mismo castillo estaba también, desde hacía muchos años, el formidable cuentista Carlos Montenegro, cuya vida es una gesta, y de la cual tendré que hablar. Le pregunté a Marinello qué tal se sentía, y me dijo: Bien; hemos mejorado un poco. En mi celda hay un retrato de Martí con grillos en los pies y en las manos: nosotros no hemos llegado a eso todavía, aunque no es difícil que lleguemos". No le habían rapado la cabeza y tenía entrada en la biblioteca. Los visitantes nos apretábamos contra la barandilla, sedientos de su palabra y de su sonrisa. Y todo aquello era amor.
En la cárcel, yo vi a Marinello entre apristas y comunistas. Tenía a Cotoño, el pobrecito comunista, a un lado, y a Maziques, el aprista ex codirector de Atuei, a otro. En el mismo castillo estaba también, desde hacía muchos años, el formidable cuentista Carlos Montenegro, cuya vida es una gesta, y de la cual tendré que hablar. Le pregunté a Marinello qué tal se sentía, y me dijo: Bien; hemos mejorado un poco. En mi celda hay un retrato de Martí con grillos en los pies y en las manos: nosotros no hemos llegado a eso todavía, aunque no es difícil que lleguemos". No le habían rapado la cabeza y tenía entrada en la biblioteca. Los visitantes nos apretábamos contra la barandilla, sedientos de su palabra y de su sonrisa. Y todo aquello era amor.
Madrid, septiembre 1931.
La
Gaceta Literaria, no 116, 15 de enero de 1931. Tomado de Hemeroteca Digital
Hispánica.
Imágenes de Revista de Avance.
Imágenes de Revista de Avance.
No hay comentarios:
Publicar un comentario