Vidal Morales
La orden de la Estrella Solitaria, la
asociación de la Joven Cuba y la Sociedad Cubana de Beneficencia Mutua estaban
de acuerdo con la Junta Revolucionaria de la Habana que presidía Ramón Pintó,
sucesor en ese puesto del eminente jurisconsulto habanero Anacleto Bermúdez y a
quien auxiliaban Juan Cadalso, iniciador y director del movimiento, el doctor
Nicolás Pinelo de Rojas, médico del hospital Militar, el doctor José de
Cárdenas y Gassie, José Antonio Cintra, José Antonio Echeverría, Domingo
Guiral, el licenciado José Trujillo, el rico hacendado Esteban Santacruz de
Oviedo, Carlos Rusca, los hermanos José y Antonio Balbín, Pedro Bombalier
Valverde, Benigno Gener y Junco, Alejo Iznaga Miranda, (...) Ildefonso
Vivanco, Vicente de Castro, Pío José Díaz y muchos más.
Uno de los Cadalso, Ángel, preso por esta
causa en el castillo de Jagua, se suicidó allí. Benigno Gener en 16 de febrero
fue remitido desde Matanzas y encerrado en El Pontón, hasta que en agosto
del mismo año se le trasladó a Cádiz a cumplir la pena de dos años de
relegación que le fue impuesta. Es fama que el general Concha, enamorado de la
energía y viril actitud de tan digno patriota, le permitió salir de su prisión
y pasar a Matanzas a arreglar sus negocios antes de partir para el destierro,
usando con él de atenciones muy ajenas de su carácter.
El año de 1852 se hallaban en los Estados Unidos Francisco Pérez Zúñiga, Ignacio de
Belén Pérez, Alejo Iznaga Miranda, Gabriel Suárez del Villar y Juan O'Bourke y
asociados a José Sánchez Iznaga, Juan Manuel Macías y a algún otro más, se
pusieron en comunicación con Juan Cadalso, imprimiendo actividad a los trabajos
preparatorios para la conspiración de Pintó, quien con Cadalso y Pinelo la extendieron
por la isla.
De Ceuta, como hemos leído en la narración de O’Bourke,
a fines del capítulo anterior, con Alejo Iznaga Miranda, Ignacio de
Belén Pérez, el húngaro Schlesinger y Juan O’Bourke, se escaparon también
cuatro presidiarios: José y Domingo Machado, Claudio Maestro y N. Marín. Los
dos primeros, venezolanos, y hermanos, mandados a Ceuta por delitos cometidos
en Cienfuegos y Matanzas respectivamente, y los dos últimos, peninsulares, por
delitos cometidos en España; todos fueron juntos a los Estados Unidos. El
frecuente trato que con ellos tenían nuestros compatriotas, hizo que muy pronto
José Machado y Claudio Maestro se manifestaran partidarios de la revolución. El
primero, hombre arrojado y valiente hasta la temeridad y que desde que llegaron
aquéllos a Ceuta se puso a su servicio para ayudarlos en la fuga, vino a Cuba
con el nombre de N. Frenchi y aquí se afilió entre los conspiradores; el otro,
a repetidas instancias suyas de que se le empleara en la causa de la
revolución, se le envió también a Cuba, aunque sin ponerle en relación con
Cadalso, para que repartiera las proclamas entre el pueblo y dentro de los
cuarteles a la tropa. Hizo varios viajes de Nueva York a Cuba, y fueron tan
bien ejecutados todos los encargos confiados a él, que al fin lo tomaron
Cadalso y Pintó a su servicio.
Alejo Iznaga Miranda, Francisco Pérez Zúñiga, Ignacio
de Belén Pérez, Gabriel Suárez del Villar y Juan O’Bourke convinieron
con José Sánchez Iznaga, que se quedaba en Nueva York, volver a Cuba para trabajar en Trinidad
asociados a Pintó y Cadalso, y así lo hicieron. Los trabajos se concretaban a
hacer prosélitos a la revolución y reunir voluntades para un alzamiento. Las
dos veces que les mandaron Pintó y Cadalso reunir gente, lo hicieron esperando
órdenes que no llegaron y tuvieron que disolver la reunión con los peligros
consiguientes. Claudio Maestro servía de correo entre ellos y Cadalso; viajaba
por tierra con un caballo cargado de baratijas como baratillero y cumplía tan bien,
que realmente confiaban en él. En su último viaje a Trinidad les dijo a
O’Bourke y a sus amigos que se habían comprado y enviado por su conducto a
Vuelta Abajo ochocientos fusiles: esto, y la necesidad de armas, hizo que se
resolviese buscar en la Habana fusiles,
pues él dijo que se podían comprar fácilmente y al efecto se nombró a uno de
los conjurados para que fuese con él a comprarlos y traerlos, más resultó que
de momento no se pudo reunir el dinero suficiente para hacer la compra de un número
que justificase la exposición del proyecto y se le dijo que otro día, cuando él
volviera a Trinidad, se realizaría la compra de las armas. La buena estrella
del conjurado nombrado para la empresa le salvó.
Claudio se marchó a la Habana y a los seis u ocho
días se hicieron las prisiones: ya había hecho
la delación. Y aconteció esto precisamente cuando más esperanzas tenían
los patriotas y cuando más animados se hallaban con las noticias recién
llegadas de los Estados Unidos, de donde se les comunicó que Quitman, de acuerdo
con José Sánchez Iznaga y Domingo de Goicuría, se prestaba a invadir la isla
con una expedición de cinco mil hombres.
El infame Claudio Maestro delató a los conspiradores,
valiéndose para ello de don José Ramos, natural
de Zamora, su paisano, del comercio de la Habana, quien el 26 de enero del
siguiente año de 1855, vio al general Concha y le reveló cuanto se tramaba.
El 6 de febrero siguiente el coronel don
Hipólito Llorente inició el procedimiento y empezaron las prisiones en la
Habana y en toda la isla, llenándose las cárceles y hasta un viejo navío
llamado El Pontón, anclado en la bahía, donde, entre otros, estuvieron presos
el acaudalado patriota Carlos del Castillo y el respetabilísimo matancero
Benigno Gener y Junco, hijo del benemérito catalán don Tomás, tan digno de la
estimación de los cubanos.
El malvado denunciante se había hecho el hombre
de confianza de la Junta Revolucionaria que con él había remitido fondos de
consideración a Nueva Orleans, armas a varios puntos de la isla, y correspondencia
a los principales adeptos (1), así es que declaró quiénes eran los de la Junta,
los preparativos que en los Estados Unidos se hacían, indicando que la
sublevación se efectuaría tan pronto como llegara la expedición de Quitman; que
el procurador José Mariano Ramírez era el jefe destinado para la Vuelta Abajo,
Antonio Entenza, el de Villaclara; el presbítero Calixto Alfonso de Armas, el
de Puerta de Golpe, y por último, que el asesinato de Castañeda había sido decretado
por la Junta, la que del mismo modo había votado la muerte del general Concha,
aprovechando la ocasión para realizarla de que estuviera una noche en el teatro
de Tacón. Al dar cuenta dicho general al gobierno de Madrid en su comunicación
de 12 de febrero de 1855 de estos sucesos, decía lo siguiente: «No se trata,
Excmo. señor, de una conspiración más o menos vasta, de una reproducción de
planes anteriormente desbaratados; lo que hoy se me presenta de frente es una liga
general del país, de largo tiempo formada, con inviolable secreto extendida,
con armas y dinero (2), asegurada por un peninsular, por primera vez, dirigida
por don Ramón Pintó y por algunos peninsulares aceptada» (3).
«Se habían llegado a reunir —agrega— catorce millones de reales; los trabajos estaban dirigidos por Pintó y
secundados en el interior por personas de las más sagaces y de las más ilustradas entre los hijos del país. La confianza en el buen éxito era ilimitada.»
Cuando el general Concha creyó oportuno dar el golpe, teniendo en sus manos las
instrucciones de la Junta Cubana para los jefes de partida, y bien informado de
los depósitos de armas y de los itinerarios trazados que convenían bien a la importancia
estratégica del país, colocó sus tropas conforme al plan de operaciones, se
apoderó de les depósitos de armamentos y municiones; envió al general Manzano a
dejar en su marcha las órdenes de prisión de los agentes locales y a
practicarlas por sí mismo en Trinidad y en
Puerto Príncipe, y antes que nada de esto pudiera saberse en la capital, hizo prender
de sorpresa a don Ramón Pintó y a los principales jefes del movimiento (4).
Estas medidas coincidían con
la arribada de los vapores americanos que debían comunicar las noticias a los
revolucionarios en los Estados Unidos. Las fuerzas que éstos tenían preparadas
para la invasión de Cuba eran muy superiores a las que en otras ocasiones se habían
reunido, y como ya hemos dicho, habían de ser mandadas por el general Quitman y
transportadas en cuatro vapores y seis buques de vela para desembarcar en
Nuevitas, desde el 15 de febrero al 15 de mayo, no debiendo llevarse a cabo el
alzamiento hasta que se supiera la salida de la expedición.
En tres de marzo todas las
noticias confirmaban al general Concha la grande importancia del movimiento
revolucionario y de la gran expedición preparada en combinación con él. De la
causa resultaba comprobada la organización de numerosos grupos de patriotas en
toda la extensión del territorio, y aparecían los nombres de más de cincuenta
personas no sólo bien establecidas, sino muchas de ellas bastante acaudaladas,
que figuraban como jefes y comandantes generales de las fuerzas que debían levantarse.
De las comunicaciones que remitían los cónsules españoles en los Estados Unidos
era evidente que el Massachusetts, el United States y el Saint Lawrence,
vapores de gran porte, estaban fletados o habían sido comprados por los
revolucionarios.
La revolución de Cuba desde la
época de Narciso López a la del segundo mando de Concha —dice éste— había
crecido como cien codos; sus partidarios contaban con grandes recursos de
dinero, con una organización estudiada y preparada desde hacía mucho tiempo, y
con el apoyo de cuatro mil aventureros, sin que las fuerzas del gobierno
español pasaran de diez mil hombres.
Jamás se habían hecho aprestos
tan considerables ni reunido en el interior tantos elementos morales y
materiales de insurrección contra España.
El doctor Rodríguez nos
refiere que estando ya preparada la expedición fue llamado el general Quitman
con urgencia por el presidente, o por el secretario de Estado Mr. Marcy, y que
después de haber tenido con ambos una larga conferencia, se volvió para su casa
y abandonó completamente su idea; hecho que ha sido expuesto así, sin más
explicación, por otros escritores. Para darse cuenta de las causas del fracaso
hay que acudir al terreno de las suposiciones.
Esta expedición contrariaba
los planes que había empezado a poner en práctica la nación americana relativos
a Cuba. Durante el mes de octubre de 1854 estuvieron celebrándose las famosas
conferencias de Ostende y Aix-la-Chapelle entre Mr. Pierre Soulé, ministro americano
en Madrid, Mr. James Buchanan, ministro americano en Londres, y Mr. J. I. Masón,
ministro americano en París, que ocuparon por mucho tiempo la atención
universal.
El consejo de guerra que
instruyó la famosa causa condenó a muerte a Pintó, al doctor Pinelo y a Cadalso; pero el honradísimo
auditor de guerra don Miguel García Camba, encontrando que era injusta una
sentencia cuyos principales cargos se fundaban en la declaración de otro
conspirador, de un correo, cuyas manifestaciones no tenían valor alguno en
juicio conforme a la Ley de Partida, pidió que se suspendiera su aprobación y
que nuevamente se viera el proceso por un Consejo de revisión. El día catorce
de marzo pasó la causa a los magistrados de la Audiencia Pretorial, a quienes
la suerte había designado: don Francisco de la Escosura, don Alonso Portillo y
don Manuel Posadillo, quienes a pesar de no ser tantos , ni tan convincentes
los datos que contra los tres principales procesados arrojaba el sumario,
emitieron unánimemente su dictamen solicitando la pena de muerte para Ramón
Pintó y la inmediata de diez años de presidio para don Juan Cadalso y el doctor
don Nicolás Pinelo.
Pero el único que velaba por que la ley se cumpliera
y triunfase la causa de la justicia era el auditor. Insistió lleno de virilidad
y de firmeza en su anterior dictamen, y viendo que la instrucción era deficiente,
que faltaban pruebas para la aplicación de tan tremendo castigo, devolvió los
autos pidiendo que se repusieran al estado de sumario y que se practicaran las
diligencias importantísimas que solicitaba, que en su concepto, podían
esclarecer los hechos y depurar la verdad. En toda la causa, dijo, no hay,
según mi modo de ver, las pruebas claras como la luz del día, que la ley exige
(5).
El general Concha estaba indignadísimo y no pensaba
del mismo modo; ya había conseguido por medio de su edecán don Fructuoso García
Muñoz, aquel feroz militar español que tuvo la culpa de la carnicería de
Atarés, y que ahora fungía de jefe de policía, apoderarse de ciertas
comprometedoras e importantísimas cartas que la infortunada esposa de Pintó
guardaba ocultas, y deseando concluir pronto este asunto, aprobó la sentencia
contra el parecer de su digno auditor, y condenó a muerte a su antiguo amigo
Ramón Pintó y a diez años de presidio con retención a los citados
Cadalso y Pinelo.
Notas
(1) Véase lo que respecto a
las revelaciones hechas por Antonio Rodríguez o sea Claudio Maestro, ha dicho
la Junta Cubana en su manifiesto de Nueva York, de 25 de agosto de 1855: «Llegó por fin el término prefijado para el
movimiento, que era urgente aprovechar, si no se querían sufrir pérdidas
enormes en los medios efectivos por razón de los referidos contratos, cuando se
recibieron de la Habana las infaustas nuevas que después se han convertido en
hechos sangrientos de la feroz tiranía del gobierno español. Las falsas
declaraciones de un hombre vil, cargado de infamias y de crímenes, cuyo
testimonio se rechaza en toda sociedad civilizada, sirvieron de único fundamento
a los actos de ferocidad y de persecución con que aquel gobierno ha manchado de
nuevo la historia de la administración española en América. La Junta lo declara
ante Dios y ante el mundo entero: el proyecto de asesinato y matanza con que se
pretendió que había de iniciarse la revolución en nuestra patria, es la más
insigne falsedad de esa tenebrosa maquinación que llevó al patíbulo al benemérito
peninsular don Ramón Pintó. Todo el plan revelado por el delator y acogido y divulgado
por el periodismo con todos los aumentos e interpretaciones que su miedo y su
malicia le inspiraron, es la invención más cobarde y desnuda de verdad que
jamás haya figurado en un proceso político».
«El movimiento revolucionario que debía
acaudillar el genetal Quitman, acaso hubiera sido anexionista — dice nuestro
amigo Pedro Santacilia, en carta que en 4 de marzo de 1893 nos escribió desde
Méjico, — pues era el deseo de la gente rica de la Habana que aprontó el dinero
enviado entonces por Pintó.
Se quería conservar la esclavitud, esa es la
verdad, y por eso se buscaba en los Estados Unidos el apoyo y la cooperación de
los hombres del sur, donde existía esa horrible institución. Los hombres de la
Junta eran todos abolicionistas y más de una vez se disgustaron por las ideas
del general Quitman acerca de los negros. En los arreglos preliminares para
llevar a cabo la expedición, no se estipuló que el movimiento debería ser anexionista.
Antes se convino en que todos los que tomasen parte en la expedición, incluso
el mismo general Quitman, serían considerados por ese solo hecho como cubanos.
El programa era sencillo: derrocar al gobierno español en Cuba y dejar que los hijos
de la isla, dueños de su destino, adoptasen el gobierno que creyesen más conveniente para
la felicidad del país.»
(2) En una sesión del Senado
español —19 de abril de 1866— dijo el general Concha que la expedición era de
seis mil hombres, y que para su apresto se gastaron 800 mil duros.
(3) Ahumada. Memoria histórico-política de la isla de Cuba, página 348.
(4) El vapor de la marina de
guerra inglesa Medea, hizo entonces el transporte de la Habana a Casilda del batallón de la Unión, prestando ese servicio a España.
(5)Este voto del auditor lo publicó
José Aniceto Iznaga en un curioso opúsculo titulado Travesuras del mocito Mustaffá, 1856.
Iniciadores y primeros mártires... tomo III, ed. 1931. pp. 19 y ss.
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