Carlos
Pichegrú, uno de los muchos presos, acusados de la nueva conjuración, ha
muerto. En las diligencias practicadas por la justicia se dice, que se le
encontró muerto en la prisión, y que los facultativos dixeron que creían que él
mismo se hubiese ahogado; lo que executó con una corbata o pañuelo de seda
negra, y un palito de cosa de una tercia de largo, dándole vueltas hasta quedar
con la lengua afuera.
Como este suicidio tiene algo de particular se
esparcieron voces en París interpretándolo de distinto modo, añadiéndose que por
las noches se arcabuceaban secretamente a muchas personas, por lo qual el
General Murat recomendó a los Ayudantes y Oficiales que desengañasen a los ciudadanos,
y no diesen crédito a unas hablillas propagadas por gentes mal intencionadas.
Mercurio
de España, 15 de mayo de 1804, p. 16.
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