José María Cárdenas y Rodríguez
«E io anche sono pittore.»
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No
sé quién fue el primer escritor de una fisiología que no versare sobre los
fenómenos de la vida, o las funciones del cuerpo humano en su estado de salud;
pero sé que por habernos regalado Mr. de Balzac con su nunca bien ponderada Fisiología
del matrimonio, llovieron fisiologías con abundancia tal, que fue una
calamidad. Diéronnos separadas fisiologías de los caracteres y estados más
supuestos entre sí: las fisiologías del soltero, del casado y del viudo; las
fisiologías del paisano y del militar; las fisiologías del médico y del
sepulturero; las fisiologías del acreedor y del deudor; las fisiologías del
escribano y del hombre de bien. Fue verdaderamente una epidemia fisiológica la
que afligió la república literaria; pero pasó como la langosta, y todas ésas y
todas las demás fisiologías, comenzando por la del amigo Balzac, cayeron en el
profundo abismo donde caen las obras malas, y las obras tontas aunque estén bien
escritas.
Y a
pesar de tan triste ejemplo, viendo yo sobre mi bufete tan elevado montón de
fisiologías, recordé que examinando el Correggio un cuadro de Rafael, exclamó
entusiasmado: E io anche sono pittore, y agarró la paleta y el pincel, y
fue pintor; por lo cual yo exclamé: E io anche sono fisiologista, y tomé
la pluma y me di a pensar de quién había de ser mi fisiología. En esto vi que
bajaba las escaleras uno que había sido administrador de un ingenio, y dije
para mi capote: ¡he ahí mi hombre!
Además,
tarde o temprano había yo de dedicar alguna cosa a este personaje, y alégrome
que sea una fisiología, porque a la verdad es sujeto de humos, y es cosa segura
que había de molestarse viéndose bosquejado en un vulgar artículo de costumbres,
como cualquiera tipo de menos valor. El señor administrador de un ingenio
quiere que se le distinga en todo, y no ha de ser seguramente un pobre
periodista quien pretenda equipararlo con los demás hijos de Adán. Que lo hagan
otros.
Capítulo I
El
origen de los administradores de ingenios no es de los que se pierden en la
oscuridad de los tiempos. Descubierta la América y pasados algunos años,
sembraron caña en sus islas para elaborar azúcar, y a estos terrenos así
cubiertos de caña, con las casas, máquinas, hornos y demás necesario para dicha
elaboración, se llamaron y se llaman ingenios.
Aquí
es bueno advertir a los que pisen nuestras playas, y pase por digresión, que
cuando oigan decir: Fulano tiene ingenio, no siempre han de creer se
trate de ingenio intelectual, pues es más seguro que sea ingenio terrino lo del
Fulano. Regla general: abundan más los que tienen el segundo que los que tienen
el primero, con todo de no ser muy extraordinario el número de aquéllos.
Volvamos
al origen de los administradores, que no es sino el siguiente: no queriendo el
amo del ingenio retirarse a vivir al campo a cuidar de su finca, pone a otro en
su lugar para administrarla y adelantarla. Suele administrarla a las mil
maravillas; pero tocante a adelantarla, es otro cantar.
Es
inútil decir que el amo asigna al administrador un sueldo y que el
administrador se asigna otro igual, con cuya feliz combinación, son dos los
sueldos del señor administrador. El segundo es el más seguro.
Capítulo II
El
señor administrador de un ingenio no está obligado a ser alto o bajo, gordo o
flaco, blanco o trigueño. Todas las estaturas, todas las complexiones, todos
los colores, tienen franca la puerta para abrazar esta carrera, que lo es como
cualquiera otra. Pero ha de saber leer, escribir y las cuatro reglas de la
aritmética; aunque ya los he visto yo que ninguna de estas cosas sabían, y no
por eso han dejado de salir hombres hechos y derechos de la finca que
administraban.
Tampoco
las varias profesiones que ejerce el hombre se oponen a que sea administrador
de un ingenio. Así es que vemos abogados, médicos, comerciantes, etc., a la
cabeza de estas fincas, en calidad de administradores; pero no lo hacen sin
renunciar antes a su primera ocupación; y cuando dejan la una por la otra, ya
ellos se saben el porqué. Al militar tampoco está vedado examinar este campo,
con tal que sea militar retirado, y el motivo es claro.
Ni
el de noble nacimiento desdeña ser administrador de un ingenio, ni la plebeya
alcurnia es obstáculo para conseguirlo. Sin embargo, un profundo observador de
nuestras costumbres, que piensa dar a la prensa cosas muy buenas, ha notado que
los miembros de familias donde hay un título de Castilla, no suelen administrar
sino el ingenio de algún cercano pariente; pero está claro que no por eso dejan
de ser administradores.
Capítulo III
Las
facultades de un señor administrador son omnímodas. Da y quita empleos, admite
dimisiones, llena vacantes, releva de un destino y agracia con otro, toma
residencias, confiere honores, juzga, sentencia y administra justicia; sube y
baja salarios que paga otro, envía embajadas secretas, se entiende directamente
con el refaccionista, lo que es muy bueno para los dos; dispone siembras
y arranques, rompe la molienda, y la interrumpe o concluye cuando le parece; y
en fin, hace todo aquello que hiciera en su lugar el amo, y mucho más.
También
puede ocupar en servicio propio a los operarios artesanos de la finca: por
ejemplo, el carpintero que a toda prisa tiene que echar una yanta a la carreta,
o una puerta al almacén, lo abandona todo porque el señor administrador
necesita una mesa para jugar al tresillo, o un cajón para enviar un regalo de
cien panecillos de azúcar a una señora del pueblo. Si es casado el señor
administrador, y su mujer cultiva flores, recibe orden el tejero cuando
más empeñado está por concluir unos cuantos millares de ladrillos, de dejarlo
todo de la mano y proceder a la fabricación de una docena de macetas. Y así con
todos los demás.
Puede
también comprar aquellos animales que en su concepto hagan falta en el predio y
aunque no la hagan; pues como puede comprarlos, dando libranza contra el amo
para su pago, está en sus facultades volverlos a vender; presentando luego la
cuenta al año, si éste llega a saber la venta.
Capítulo IV
Cuando
va el amo a su finca, es en ella el segundo, cuando no el tercer papel del
drama. Verdad es que si sale de la casa-vivienda y se topa con el mayoral
u otro operario, éste se quita el sombrero y le da los buenos días o las buenas
tardes, según la hora del encuentro. Pero si da orden de hacer alguna cosa,
será lo mismo que si la diera desde su aposento al Preste Juan de la Abisinia.
Mientras el señor administrador no mande, excusado es que lo haga el amo. Al
fin éste recurre al señor administrador; pero ha de ser a solas, porque nada se
le puede advertir en presencia de otro, y él ofrece al amo que se hará lo que
desea. Pero no se hace, y esto por una razón muy sencilla: al señor
administrador no le agrada que vea el mayoral que se le ha advertido algo, pues
todo ha de salir de su caletre. Y, ¡pobre mayoral!, si el señor administrador
considera conveniente cumplir las órdenes del amo: porque se le despide
bonitamente, se toma otro y entonces se pone en planta el proyecto, que
atribuye el nuevo mayoral a los conocimientos del señor administrador.
Capítulo V
Sin
contar con las ventajas reales, positivas y materiales que nacen, por decirlo
así, del empleo, tiene otras el señor administrador no despreciables.
Buena
cosa es tener ingenio; pero cuesta afanes y dinero: bien que ya hoy apenas
cuesta lo segundo, pues tanto se va aguzando el otro ingenio, que casi se ha
encontrado el secreto de sembrar muchísima caña y elaborar azúcar sin gastar
media docena de pesos. Pero al cabo, el poseer ingenio da cierta importancia al
individuo, aunque esto va también teniendo sus modificaciones. ¿Y no es cosa
muy bella gozar de esta importancia sin el trabajo de conquistarla a fuerza de
gastos y disgustos? Ya se ve que sí... ¿Y quién sino el administrador la goza?
Cualquiera,
pues, que le oye hablar, juraría, a no ser hijo o sobrino del amo del fundo,
que éste es suyo. No recuerda la historia un solo ejemplo de que haya dicho un
administrador: «-El ingenio tal, que dirijo, hará este año tantas cajas de
azúcar». Nada: el administrador, usando de una figura de retórica común
también entre los marinos, que dicen: «andamos diez millas por hora», para
significar que el barco las anda, se explica así: «-Yo hago este año tres
mil cajas de azúcar», queriendo dar a entender que el predio las ha de
producir; pero quien le oye asegurar que él obtendrá esa zafra, da por
sentado que el ingenio le pertenece, aun cuando rebaje de las tres mil cajas,
las mil y quinientas, o las dos mil. Otras veces dice: «-Mi azúcar se
venderá este año a un medio más que la de Fulano», o bien «yo vendo este
año a tanto». El verdadero dueño de la azúcar vende, es cierto, a real
menos; pero quien oyó con qué impavidez y seriedad dijo el administrador «mi
azúcar», sin duda alguna se traga que la azúcar es suya y que él la vende.
Si
el amo mete fuerza, como decimos acá, al ingenio, el administrador
hablando luego sobre el particular dice: «he metido tantos brazos en la
finca», y el cristiano o el pagano que tal oye lo cree de buena fe, y forma
de él un elevado concepto.
Otra
de las inapreciables ventajas del señor administrador de un ingenio, es que
encuentra quien le preste dinero, con muchísima más facilidad que el amo mismo
del fundo. Por eso es que muy frecuentemente lo busca el amo con la firma del
señor administrador.
Capítulo VI
A
la vuelta de algunos años, el señor administrador de un ingenio se retira a la
ciudad y da dinero a premio; y de nadie exige más seguridades que del dueño del
fundo que administró.
O
bien en unas caballerías de tierra que al segundo año de su
administración compró a corta distancia del ingenio, y que poco a poco fue
desmontando con la dotación de éste, empieza las siembras de caña, las fábricas
y demás para el fomento de otro ingenio, que podrá llamar suyo con más verdad
que el primero.
O
bien titula, y pasea por esas calles de Dios convertido en conde o marqués,
siendo entonces una persona inofensiva, bien que a veces algo vana.
O
bien se casa, si era soltero; y si la suerte le da hijos, los educa, para que a
su debido tiempo derrochen aquel caudal que con el sudor de su frente logró
juntar.
O
bien si se conserva solterón, se le aparecen como bajados del cielo los
sobrinos que antes no le buscaron, y hacen lo que debían los hijos.
O
bien hace lo que le da la gana, sin que tenga yo que meterme en ello, toda vez
que ya no es administrador, y que esta fisiología es de administrador.
Conclusiones
En
ésta, como en todas las demás carreras, el hombre corre según tiene las
piernas. Administradores conozco bajo cuyo gobierno pusiera yo, a tenerlos,
tres ingenios, y bien sabe Dios si desearía poderlo hacer como lo digo. Lo malo
es que no tengo ni tres ni uno; pero con decirlo, claro está que solemnemente
confieso haber administradores a quienes debe pintarse con otra paleta que la
que he usado. Hecha esta protesta entrego mi artículo al cajista, previa
censura.
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