Mucho se ha dicho
sobre la división del trabajo en los ingenios; pero sobre
ciertas cosas nunca se dice demasiado. Los admirables resultados producidos en
Europa por la división del trabajo debieran haber influido con más energía en
los hacendados de Cuba; pero, bien sea a causa de la apatía, natural en los que
hemos nacido en este privilegiado suelo, bien por no romper con la rutina que
veneramos como sagrada tradición, o bien porque no se hayan encontrado los
medios de aplicar la teoría, es el caso que nada se ha hecho
hasta hoy en pro de la tan celebrada por todas división del trabajo. Y cuenta
que nunca como en el día se pudiera aclimatar con más
facilidad entre nosotros ese adelanto europeo y que nunca con
más urgencia le hemos necesitado.
Los principales beneficios que produce la
división del trabajo son, facilitar las operaciones, aumentar el producto en un
tiempo dado, y perfeccionar a los operarios. En prueba citaremos el conocido
ejemplo de la fabricación de alfileres.
Diez obreros, haciendo diez y ocho
operaciones, fabrican cuarenta y ocho mil alfileres, que corresponden a cuatro
mil ochocientos por obrero; al paso que si un solo hombre tuviera que
preparar el hilo, cortarlo, afilarlo, hacer las cabezas, blanquearlos &c.
apenas si pudiera concluir veinte alfileres por día.
Adam Smith atribuye
la potencia prodigiosa de la división del trabajo a tres causas. La primera es
que los obreros no pierden el tiempo en cambiar de ocupaciones, de lugar, de
posición o de instrumentos, ni se les distrae la imaginación con los objetos
nuevos. La segunda, que el espíritu y el cuerpo adquieren extraordinaria
habilidad en ejecutar operaciones simples y continuamente repetidas: en las
fábricas de agujas los niños están encargados de abrir los ojos por donde se
pasa el hilo: algunos adquieren tal habilidad que atraviesan el cabello más
fino y enhebran otro en él para provocar la generosidad de los viajeros. La
tercera, que la separación de trabajos hace descubrir los procedimientos más
simples, y reduce cada operación a un acto material facilísimo.
Este gran publicista no teme decir que a la
división del trabajo es preciso atribuir la superioridad de los pueblos civilizados
sobre los salvajes. Eso dice de ella que es la gran palanca de la industria
moderna.
Y no se nos diga que
no puede dividirse el trabajo en toda clase de industrias; pues contestaremos
que se ha aplicado el sistema hasta a las elucubraciones intelectuales, ejemplo
el sabio francés Mr. Prony: estaba encargado de formar las tablas de logaritmos
y las trigonométricas por la nueva división centesimal del círculo, y á mas
otra tabla de logaritmos desde el número uno hasta el de 200.000: este inmenso
trabajo lo traía sin sombra, pues había para emplear cien años. Paseábase a la
sazón por las calles de Londres cuando vio en una tienda de libros la recién publicada
obra de Smith; llamole la atención el título y compró un ejemplar. Natural
mente leyó el capítulo que trata de la división del trabajo y que fue para el
sabio matemático un rayo de luz. El ejemplo de los alfileres le decidió: formó
una sección de cinco o seis sabios para que buscaran las nuevas
fórmulas, otra de siete u ocho para aplicar aquellas fórmulas a los números, y
otra para los cálculos. En cada una de estas secciones se dividió también el
trabajo: en la tercera, por ejemplo, unos sumaban otros restaban, otros
comprobaban las operaciones &. De este modo el ilustre
geómetra confeccionó en algunos años diez y siete gruesos infolios llenos de
números.
La observación puede
dar a conocer a los hacendados corno deba dividirse el trabajo en los ingenios.
Por lo pronto todos están acordes en que nada liga entre sí las tareas
agriculturas y las de acarreo con las puramente fabriles: comiéncese pues
dividiendo los operarios que han de fabricar el azúcar de los labradores,
carreteros &c.
Ahora que vamos teniendo en nuestra isla una
raza nueva, raza inteligente, ávida de oro y apta para todo trabajo mecánico,
ahora es tiempo de comenzar a formar con ella, para lo sucesivo, una multitud
de trabajadores de casas de calderas, pásesenos el dictado. Esos hombres han de
quedarse en la isla donde más fácilmente que en su desgraciado país pueden
subvenir a sus necesidades. Recuérdese que solamente los tenemos contratados
por un corto número de años, cumplidos los cuales nos hallaremos con esos
brazos de menos, y eduquémosles para entonces. Inteligentes todos en los
trabajos de la fabricación del azúcar, no pueden faltarnos brazos cumplidas que
sean sus contratas, pues ellos necesitarán vivir de su trabajo y se acomodarán
gustosos en los ingenios con poco que se les trate bien y se les aumente el
jornal.
Esta ventaja, que podemos llamar general,
conseguiríamos con la división del trabajo en los ingenios, además de otras
muchas particulares a cada finca.
Sin embargo de lo dicho no nos toca a nosotros
señalar qué divisiones hayan de hacerse en los trabajos de los ingenios de
azúcar; esto es incumbencia de los mas observadores hacendados o de aquellos
que deban al cielo superior talento y a la experiencia los conocimientos
indispensables para aplicar cumplidamente la teoría. Solo añadiremos nosotros
que la falta que se nota de brazos exige perentoriamente que se le aplique como
paliativo, sino como remedio, la división del trabajo, y que esto es hoy tanto
más hacedero cuanto el perfeccionamiento de los aparatos y los adelantos que
diariamente aplica la ciencia a las máquinas de vapor, facilitan en sumo grado
la susodicha división.
¡Ah! bien quisiéramos nosotros merecer de
tantos extranjeros como nos visitan diariamente, que aplicasen a nuestro país
el calificativo de ilustrado que le damos nosotros; pero ellos no pueden
cegarse: ellos no ven que hayamos adoptado muchos de los más conocidos
adelantos de la época: no ven que nuestros fértiles campos puedan competir con
los pantanos de Holanda o con el suelo artificial de la Inglaterra; no ven que
hayamos aliviado cuanto pudiéramos el esfuerzo corporal del hombre, y no ven,
en fin, que la división del trabajo, esa gran palanca de la industria moderna,
sea conocida entre nosotros.
El Eco de Matanzas, 1859.
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