Pedro Henríquez Ureña
Los
ferrocarriles de Cuba no son tan malos como yo esperaba: me resultó cómodo el
tren, aunque marcha muy despacio, por lo general a menos de un kilómetro por
minuto. Los campos son muy llanos y muy verdes, pero la vegetación no es muy
alta. La palmera se repite hasta el infinito. La vegetación se hace más espesa
mientras más se avanza hacia Oriente; hay veces en que la manigua se ve
prodigiosamente tupida.
Otra
característica del campo cubano es la quemazón continua, para perfeccionar las
siembras (destruir maleza, sustituir pastos viejos con nuevos, y por el
estilo); en la noche se ven a un mismo tiempo ocho o diez campos encendidos a
la vez. Otro efecto curioso que vi fue el de un carro cargado de café y
brillante por la multitud de cocuyos que allí se albergaban. Los ingenios de
azúcar, sin embargo, no están, sino por excepción, cerca del ferrocarril: ni lo
necesitan, pues cada ingenio tiene su ferrocarril propio que se comunica con el
Central.
En
Santiago de Cuba no me esperaba nadie en la estación, porque el telegrama de
aviso llegó junto conmigo, no sé si por descuido de Fran o por retardo de la
oficina telegráfica. Encontré a papi en cama con fiebre, por lo cual no ha
podido salir a ocupar su puesto de Ministro de Santo Domingo en Haití, donde va
a arreglar la cuestión de límites; se levantó, sin embargo, dos días después, y
volvió a trabajar. Las mujeres –Tivisita y Amalia- las encontré bien, aunque la
primera está enferma, afectada de los riñones y el corazón, y necesita de inyecciones
fortalecedoras todos los días. Tiene cuatro niños: los tres mayores, varones,
acostumbrados al campo, viven en una agitación constante y metiendo un ruido
atroz. Camila, casi de mi estatura y delgada relativamente. Con la familia vive
-¿cuándo no?- un atlátere: mi primo Arístides Sócrates Nolasco, Arístides en la
familia, Sócrates Nolasco por firma
literaria. Se ha hecho literato en Santiago de Cuba; el resultado es que su
talento natural –que tiende a la observación humorística- se ha desviado hacia
la tontería romántica de la literatura provinciana. Tiene allí un círculo de jóvenes
literatos, tan desorientados como él; sólo conocí a uno, que hace versos
encrespados, de romanticismo tétrico y misantrópico, aunque en la vida privada es
un joven sencillo y parlanchín: Fernando Torralva.
Entre
gentes de más edad hay hombres de más cultura literaria, como Ducazcal (Joaquín Navarro Riera) y
Alberto Duboy, el que estuvo en Santo Domingo. Los visité en las redacciones de
sus respectivos periódicos, El Cubano
Libre y La Independencia, este último
copropiedad de Duboy y de los Ravelo, dominicanos.
También
vi a Alejandro Woz y Gil, el ex presidente de Santo Domingo, “causeur”
original. Yo no sé si lo ha leído todo o lo ha pensado todo; pero ello es que
no hay cuestión que escape a su charla. Es un poco descosido; nunca cita sus “autoridades”,
así es que todo lo dice como suyo; y con su defecto de no completar muchos párrafos,
hay veces en que se hace difícil seguirle. Conversé con él tres veces; dos de
ellas en el Club San Carlos, el centro “aristocrático” de Santiago de Cuba.
Allí se reúne especialmente con jóvenes, de quienes dice que aprende más que de
los viejos, aunque no sé a punto fijo qué cosa pueda aprender de los jóvenes
con quienes me presentó: gente que ha leído cosas malas, que no ha entendido lo
bueno, y cuya única cualidad es la buena fe.
La
ciudad de Santiago de Cuba tiene tan escaso interés, en punto de estilo
arquitectónico, como la Habana; pero es igualmente pintoresca; llena de
colores, más curiosa, porque es toda cuestas. En ella subsiste, mejor que en la
capital, la “casa cubana”, con sus antiguas condiciones de amplitud, ventilación
y luz. La casa de mi padre corresponde a ese tipo: es de un piso por el frente,
pero en el patio tiene un piso más, al cual se sube por una escalera de madera,
techada de zinc, situada en el medio del jardín; en éste hay árboles,
enredaderas y jaulas con pájaros. Todos los departamentos de la casa son
amplios y altos; no hay zaguán, así es que todo pasa por la sala (el coche no
se tiene allí, naturalmente, sino en la cochera aparte); tampoco hay comedor:
se come en la galería del patio.
“Notas
de viaje a Cuba” (fragmento), Revista
Iberoamericana. No. 130-131, enero-junio de 1985.Imagen: Pedro Henríquez Ureña.
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