Alejo Carpentier
Navidades mexicanas: niños que van de casa en casa pidiendo posada, cantando el más lindo villancico que pueda imaginarse; Misas del Gallo bajo los artesonados barrocos, y, en Yucatán, el perfume –tan autóctono- de chalupas y vaporcitos, cuya fórmula culinaria se remonta a los días de la Conquista, cuando al maíz americano se añadieron viandas traídas en los arcones de los compañeros de Bernal Díaz del Castillo...
Navidades cubanas: el lechón puesto a asar, en horno de tierra, sobre una camada de hojas de guayaba, bajo la aspersión del mojo de ajo, orégano y naranja ácida; los plátanos verdes puestos a freír junto a la gran olla de moros y cristianos...
Navidades de Madrid, con sus inacabables mercados de juguetes, instalados bajo las arcadas de la Plaza Mayor, en las aceras de la Plaza de la Cebada, cerca del isabelino restaurante de San Millán. Y el gran río humano particularmente alborotoso en ese atardecer, que desciende por la Gran Vía, frente a las mesas del Café Molinero...
Navidades de París, siempre melancólicas, en cuanto a la calle, pero regocijadas en los hogares, donde se prepara la oca tradicional, acompañada de puré de castañas, que será rociada con los incomparables vinos de la Borgoña o de Arbois. Y las vitrinas de «Les Galeries Lafayette», llenas de juguetes animados, de trenes miríficos, cuya contemplación es ininterrumpida, de cuando en cuando por el: Circulez, s’il vous plaît, de policías que gozan del espectáculo, tanto como los niños, mientras los muñecos eléctricos de Jacopozzi animan escenas de circo entre los cuerpos del edificio...
Navidades caraqueñas, que con sus Misas de madrugada, sus patinadores, sus aguinaldos –demasiado olvidados en otros países del Continente- acompañados de cuatro, furruco y maracas, en un ámbito que, este año, ha sido más pródigo que el pasado en pesebres y nacimientos, con el orgullo de una parroquia -¡loor a ella!- que se ha jactado de contar más de doscientos en sus hogares, haciéndose retroceder un tanto, con ello, la ofensiva exótica del muérdago, de los renos y de un Santicló que nos viene de los países nórdicos...
En todas partes se ha observado la grata costumbre de los obsequios, felicitaciones y ágapes tradicionales que, cada año, mezcla a los hombres en los mismos regocijos, prácticas y alabanzas. Por su general aceptación, incluso por parte de quienes no alientan una fe, la Navidad es la única celebración que, cierta noche, impone normas idénticas a las gentes de los más diversos idiomas y razas. Así, una vez más, nos hicimos partícipes de un vasto ritual colectivo- el único, tal vez, que el hombre moderno haya conservado tan universalmente.
26 de diciembre de 1953
El Nacional"de Caracas
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