La peonía es hoy reina
y señora de la imaginación popular. Los espíritus débiles creen a pie juntillas
las predicciones de Nowack y se entregan en brazos del dolor a esperar la
muerte.
-Ay, Mamerto! -le decía
ayer a su marido, doña Casimira, después de examinar una maticas del abrus precatorius. -La muerte es segura.
Las peonías miran al Este.
-Moriré abrazándote,
doña Casimira! Seré héroe hasta la tumba.
La gente fuerte, los
super-hombres, no creen en nada y cuando se les habla de la próxima catástrofe,
contestan con aire de indiferencia:
-¿Temblores?
¿Inudaciones? De algo se ha de morir.
Sin embargo, dejan de
pagar el alquiler de la casa, por si acaso.
Las familias, agobiadas
por el peso de las desgracias que anuncian las peonías, llenan todas las noches
el delicioso recinto de Palatino Park,
buscando alivio a sus preocupaciones.
¡Qué escenas tan
animadas en la montaña rusa! Las
muchachas casaderas entran compugidas y toman asiento en el carrito con sus
novios respectivos. Cuando llegan a la curva de más peligro se dejan caer sobre
su compañero.
-Róbame, Ruperto!
-exclaman en el paroxismo de la emoción. -¡Yo quiero morir a tu lado!
Cuando el carro se
desliza hacia abajo, el muchacho reflexiona temeroso de que lo de la peonía no
resulte, y contesta con voz melíflua:
-No me precipites,
Clodomira. Es muy peligroso viajar de pie!
CHRONIQUEUR
El Fígaro, mayo de 1906.
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