Los periódicos de
La Habana, repartidos hoy en Madrid, traen la sentencia que ha recaído en la
célebre causa denominada de los asesinos de La Víbora.
Notificación
A la una y veinte
minutos bajó a la Cárcel el Secretario de la Sala, Sr. D. Federico Mora.
Llevaba en sus manos la sentencia dictada por el Tribunal.
El Sr. Mora penetró en la Sala de Justicia.
Hizo llamar a los reos en el siguiente orden:
Florentino Villa
El Sr. Mora, con
voz temblorosa, dijo al reo:
—Vengo en cumplimiento de ineludible deber a
notificar a usted la sentencia que acaba de dictar la Sala, y de la que han
sido notificados su defensor y procurador.
Ha sido usted condenado a la pena capital.
Aún le quedan a usted los recursos que la ley
señala.
Villa, impasible, oyó las palabras del señor
Mora.
Al decirle que firmase, preguntó:
—¿Dónde?
—Aquí—1e dijo el Sr. Mora.
Villa, con mano, segura, puso sus nombres y estampó
su rúbrica.
—¿Puedo retirarme?
—Sí, señor.
El
segundo Alcaide lo llevó a los salones de distinción, donde guarda prisión.
Hernández Oliva
Entró en la Sala de Justicia, pálido y ojeroso.
Parecía que un presentimiento terrible le anunciaba la sentencia que iba a oír…
El Sr.
Mora le manifestó lo que a Villa.
Al terminar el Secretario, se dirigió al
segundo Alcaide, y le dijo: «¿Y para qué hacer reclamaciones, si de seguro de
allí ha de venir lo mismo?»
Firmó con buen pulso.
Al retirarse, una sonrisa se dibujó en sus
labios.
Volvió para su encierro.
Fernández
Vega
Entró con pausados pasos, moviendo siempre los
brazos.
El Sr. Mora le repitió lo que había dicho a
sus compañeros de causa.
Se inmutó de una manera notable.
Firmó la notificación con mano temblorosa.
Imponente
Un silencio sepulcral había en aquel recinto, en
que se encontraban encerrados más de 6OO hombres.
Allí, donde el bullicio es constante, la
sentencia de muerte de Villa, Fernández Vega y Hernández Oliva, fue, como si
dijéramos, una orden de silencio.
Desengaño
Era tal la creencia que abrigaba Florentino
Villa de que no sería sentenciado a muerte y sí a cadena en Ceuta, que ayer
mismo manifestó a algunos presos que pondría botica allí y se daría buena vida.
De modo que el desengaño que ha experimentado
hoy al oír la sentencia, debe haber sido grande.
El Heraldo de Madrid, 16 de marzo de 1893
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