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domingo, 3 de mayo de 2015

Tolstoi por Lino Novás Calvo





 Para acercarse a Tolstoi, cualquiera que sea el tipo de velamen de la embarcación y las corrientes que hayan de aprovecharse, las escalas en puertos europeos parecen imponérsenos en forma categórica. La tradición fuerza a ello, y la tentación de absorber un poco de aquel aire almizclado de entronada cultura se hace difícil de resistir. Hay grave riesgo en esto, por supuesto, ya que las corrientes culturales que fluyen, por aquellos puertos están impregnadas de los gases bélicos con que las potencias civilizadas se disponen a celebrar el acontecimiento Kellog. Pero también el intento de un salto directo desde Indoamérica ofrece dificultades. Violar las rutas expone al aventurero a extraviarse, y a morir sin el auxilio de una mano hermana, en justo castigo por haber querido imitar a aquel rebelde panteísta de Jasnaia Poliana que prefirió desdeñar el cristal turbio y multifacético del dogma para comunicarse directamente con su Dios.
 Con Nuestro Señor Jesucristo, con quien deberíamos partir si el deber de llegar al gobierno de Tula alrededor del centenario de León Nikolaievitch no nos forzara a emprender una vía recta, aquélla más corta entre dos puntos que el amado apóstol se esforzó tanto por mostrar a la humanidad. ¡Ciega humanidad! No basta con que el ejemplo acompañe al discurso ni que la cruz patentice las verdades eternas. Por encima de todo esto está el instinto de perversión, la tendencia al refinamiento aberrado que mina las raíces de la vida y engendra el cretinismo, fin a que parece tender toda civilización.
 Y levantar la voz en el pleno apogeo de ésta para condenarla o, cuando menos, para discutirla, no parece un arresto de este siglo. Pero esa voz emana de un robusto pecho ruso que así se ha abierto al amor de todos sus hermanos como a los hielos de la estepa o a las balas turcas de Crimea. Es la voz del conde León Tolstoi. ¿Quién osará ahogarla? Esa misma civilización, esas armadas, esas universidades, esos tribunales, esas fábricas... todas esas cosas "estúpidas y criminales" que él detestaba porque se oponen al ideal más puro de felicidad a que la humanidad tiene derecho. Quizás más tarde se levante, tras una hecatombe inminente, para dejarse oír de nuevo, como la de un padre severo y abnegado que acoge al apóstata calavera. Acaso demasiado tarde; pero el maestro estará ahí, no para consolar con ternezas a los que han desatendido sus instrucciones, sino para recriminarlos por no haber tomado la dicha que la naturaleza les ofrecía y a la que todos tenemos, no sólo el derecho, sino el deber de alcanzar por un sano y religioso sentimiento de confraternidad. Y ahora salta la duda: ¿debemos inculpar a Tolstoi porque la humanidad encuentre impracticables sus doctrinas? La paradoja se ofrece en la de una felicidad única que escapa a lo fatal de las leyes de la relatividad, es aquel mismo sinio estudiante de Kazan, el disoluto jugador y bebedor que “escribía con las espuelas" al son de una mazurca, y que su participación en los vicios de aquella sociedad agónica del padrecito Zar le redime de toda sospecha de resentimiento. Su apostolado no es el de un resentido, sino el de un apóstata que vuelve al seno de la naturaleza y a la religión primitiva de Cristo por sentir en esa concentración un medio de colmar las aspiraciones humanas. Sus propias aspiraciones, cuando nota la debilidad de los placeres mundanos para templar el fervor de su espíritu intensamente religioso.
 Esto es lo más personal del "Napoleón de la literatura". Una vigorosa mentalidad y una extensa cultura general al servicio de la causa más noble: la consecución de la felicidad por la libertad de la conciencia, no en una regresión a la barbarie, sino en la concentración de todas las energías humanas en su punto único, no importando que los soldados —que no debería haberlos— siguieran creyendo que la Constitución era la esposa de Constantino.

 LINO NOVAS CALVO

 Nota:

 N. el 9 de septiembre de 1928. Por sus implicaciones societarias, su obra no es ajena a las inquietudes del momento. El centenario, recién cumplido, da ocasión e interés especiales a este aporte de Lino Novas Calvo, uno de los nuevos escritores "del patio" revelados por "1928".

 “León Tolstoi”, Revista de Avance, 15 de julio de 1928, pp. 242-43 y 259.


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