Para
acercarse a Tolstoi, cualquiera que sea el tipo de velamen de la embarcación y
las corrientes que hayan de aprovecharse, las escalas en puertos europeos
parecen imponérsenos en forma categórica. La tradición fuerza a ello, y la
tentación de absorber un poco de aquel aire almizclado de entronada cultura se
hace difícil de resistir. Hay grave riesgo en esto, por supuesto, ya que las
corrientes culturales que fluyen, por aquellos puertos están impregnadas de los
gases bélicos con que las potencias civilizadas se disponen a celebrar el
acontecimiento Kellog. Pero también el intento de un salto directo desde
Indoamérica ofrece dificultades. Violar las rutas expone al aventurero a
extraviarse, y a morir sin el auxilio de una mano hermana, en justo castigo por
haber querido imitar a aquel rebelde panteísta de Jasnaia Poliana que prefirió
desdeñar el cristal turbio y multifacético del dogma para comunicarse directamente
con su Dios.
Con Nuestro Señor Jesucristo, con quien deberíamos
partir si el deber de llegar al gobierno de Tula alrededor del centenario de León
Nikolaievitch no nos forzara a emprender una vía recta, aquélla más corta entre
dos puntos que el amado apóstol se esforzó tanto por mostrar a la humanidad. ¡Ciega
humanidad! No basta con que el ejemplo acompañe al discurso ni que la cruz
patentice las verdades eternas. Por encima de todo esto está el instinto de
perversión, la tendencia al refinamiento aberrado que mina las raíces de la
vida y engendra el cretinismo, fin a que parece tender toda civilización.
Y levantar la voz en el pleno apogeo de ésta
para condenarla o, cuando menos, para discutirla, no parece un arresto de este
siglo. Pero esa voz emana de un robusto pecho ruso que así se ha abierto al
amor de todos sus hermanos como a los hielos de la estepa o a las balas turcas
de Crimea. Es la voz del conde León Tolstoi. ¿Quién osará ahogarla? Esa misma
civilización, esas armadas, esas universidades, esos tribunales, esas
fábricas... todas esas cosas "estúpidas y criminales" que él
detestaba porque se oponen al ideal más puro de felicidad a que la humanidad
tiene derecho. Quizás más tarde se levante, tras una hecatombe inminente, para
dejarse oír de nuevo, como la de un padre severo y abnegado que acoge al
apóstata calavera. Acaso demasiado tarde; pero el maestro estará ahí, no para
consolar con ternezas a los que han desatendido sus instrucciones, sino para
recriminarlos por no haber tomado la dicha que la naturaleza les ofrecía y a la
que todos tenemos, no sólo el derecho, sino el deber de alcanzar por un sano y
religioso sentimiento de confraternidad. Y ahora salta la duda: ¿debemos
inculpar a Tolstoi porque la humanidad encuentre impracticables sus doctrinas?
La paradoja se ofrece en la de una felicidad única que escapa a lo fatal de las
leyes de la relatividad, es aquel mismo sinio estudiante de Kazan, el disoluto
jugador y bebedor que “escribía con las espuelas" al son de una mazurca, y
que su participación en los vicios de aquella sociedad agónica del padrecito
Zar le redime de toda sospecha de resentimiento. Su apostolado no es el de un resentido,
sino el de un apóstata que vuelve al seno de la naturaleza y a la religión primitiva
de Cristo por sentir en esa concentración un medio de colmar las aspiraciones
humanas. Sus propias aspiraciones, cuando nota la debilidad de los placeres
mundanos para templar el fervor de su espíritu intensamente religioso.
Esto es lo más personal del "Napoleón de la
literatura". Una vigorosa mentalidad y una extensa cultura general al
servicio de la causa más noble: la consecución de la felicidad por la libertad
de la conciencia, no en una regresión a la barbarie, sino en la concentración de
todas las energías humanas en su punto único, no importando que los soldados —que
no debería haberlos— siguieran creyendo que la Constitución era la esposa de
Constantino.
LINO
NOVAS CALVO
Nota:
N. el 9 de septiembre de 1928.
Por sus implicaciones societarias, su obra no es ajena a las inquietudes del
momento. El centenario, recién cumplido, da ocasión e interés especiales a este
aporte de Lino Novas Calvo, uno de los nuevos escritores "del patio"
revelados por "1928".
“León
Tolstoi”, Revista de Avance, 15 de julio
de 1928, pp. 242-43 y 259.
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