Álvaro de la
Iglesia
Si el crimen
tiene su edad de oro el año 1889 fue la
edad de oro del bandolerismo cubano. Los secuestros se sucedían con una
frecuencia maravillosa, un éxito magnífico y fina impunidad verdaderamente
inexplicable. Salíamos a secuestro por mes y en muchos casos a secuestro por
quincena, lo cual demuestra que la persecución sería activa, la inteligencia
puesta en acción, pasmosa, pero los
resultados desconsoladores cual mudo testimonio de lo bien montado del
organismo criminal y de lo pésimamente
organizado de la persecución.
Y sin embargo
existía una vastísima oficina en el
Palacio de la Plaza de Armas, con jefes entendidos y bizarros al frente,
con sumas cuantiosas a su disposición,
con un verdadero ejército en operaciones; todo contra un bandido calificado
de vulgar, jefe de una banda de doce o trece hombres perdidos en el monte, con
las cabezas pregonadas, con un enjambre de polizontes y de espías en su busca y
la intranquilidad de la conciencia por pesadilla.
La partida era desigual y cualquiera podría
suponer que llevarían en ella la peor
parte Manuel García y su gente. No
sucedió así, desgraciadamente. En ese duelo a muerte del crimen con la
justicia, correspondió a aquel el triunfo, explicado constantemente por la
vulgaridad de que el terreno, la
naturaleza del país favorecen al bandolero, como si éste pudiera subsistir ni
siquiera meses, acorralado como una fiera en el interior de los montes. Pero no pudo nunca acorralársele, por el
contrario, encontró siempre franco el camino para sus depredaciones, dándose el caso, en este mismo secuestro que
vamos a referir, de que Manuel García y su gente hayan operado con toda suerte a un cuarto de legua de las
tropas mandadas por el general Lachambre, y hayan podido abrir impunemente,
para acercarse a la vivienda del secuestrado Sr. Hoyo, nada menos que cuarenta
portillos en las cercas que se oponían a su paso.
Cuando habían
caído encima de la banda de Manuel
García todo un ejército y una nube de celadores especiales, (cuya especialidad no cabe negar por los
resultados obtenidos) merced al escándalo producido en la opinión con el
secuestro ruidoso de D. Pedro Sardina, Manuel García proyecta llevar a cabo el secuestro de D.
Manuel Hoyo, allí mismo, en la jurisdicción de Nueva Paz, en el propio teatro
de sus recientes fechorías, un mes escaso después de aquella que puso en su
seguimiento las fuerzas del Gobierno.
A las diez y media de la noche del 4 de
Septiembre de 1889 se presentó Manuel García acompañado de Domingo Montolongo,
Sixto Valora, Gallo Sosa, Vicente Garda y el mulato Plasencia, en la finca
Josejila de la propiedad de D. Antonio Rodríguez, en compañía del cual habitaba
entonces su cuñado D. Manuel Hoyo, llegado
del pueblo de San Nicolás aquel mismo día a las ocho de la mañana. Por lo visto los bandoleros,
recibieron el aviso de su llegada en pocas horas, lo cual demuéstrala actividad
de su espionaje.
La finca
Josefita está situada u media legua escasa de los Palos, marchando en dirección
a Nueva Paz por el camino real. Se halla rodeada por una cerca de maya y se
entra en la hacienda por una talanquera. A los pocos pasos se encuentra la casa
de vivienda, pequeño edificio do tabla y tejas con dos ventanas reducidas o su
frente. Un portal con baranda de hierro y madera, señala su entrada principal,
con puerta amplia de dos hojas y ventana sin
rejas, con simples postigos. Cerca de la casa se ven varios bohíos de
jornaleros, casi contra la cerca de pina ya descripta, que separa los terrenos
de Josefita de otras fincas.
Como ya hemos
dicho, a las diez y media poco más o menos, do la noche, el Sr. Rodríguez que
ya se encontraba acostado, al sentir pisadas de caballos dentro de la finca se
levantó y abriendo la ventana del ala izquierda, preguntó enérgicamente quien
era el que se permitía turbar el sosiego de su hacienda. El mulato Plasencia, a
quien conocía el Sr. Rodríguez, se adelantó, sin echar pie a tierra, hasta
cerca del portal y respondió:
— Abre enseguida. Tenemos que hablarte.
— Yo no abro a estas horas, — dijo el Sr.
Rodríguez disponiéndose a cerrar el
postigo.
— Abra Vd. —
repuso Plasencia,— o haremos que abra a
tiros. Aquí está Manuel García.
El Sr. Rodríguez comprendió que toda
resistencia había de ser por fuerza
inútil. Así contestó al mulato
Plasencia:
— Pues dile a Manuel García que se acerque él
solo. Aquí le espero en la ventana.
Luego veremos si abro.
Manuel García, que jamás sintió el menor
recelo en el desempeño de su criminal
oficio, se acercó a la ventana y después
de dar las buenas noches al Sr. Rodríguez
agregó:
— Dése Vd. por perdido, Sr. Rodríguez, si no
abre inmediatamente la puerta.
En tal
situación, no cabía la duda. Manuel García es hombre que cumple lo que promete
y como los minutos son preciosos en tales instantes, de ofrecer resistencia el
Sr. Rodríguez, hubiera entrado el bandolero con su gente a sangre y fuego.
Se abrió la puerta del fondo, situáronse Gallo
Sosa y Sixto Valora en los puntos
estratégicos y Manuel García, seguido de los tres bandidos restantes penetró en
la casa.
Entonces se desarrolló allí una escena por
demás interesante. El Sr. Rodríguez, que creyó venían por él, quedóse absorto
al tener conocimiento de que Manuel García venía a secuestrar a su cuñado el
Sr. Hoyo, cuya llegada a la finca no podía comprender cómo había llegado a
noticia de Manuel García con tanta rapidez. Propúsole entonces entregar
enseguida mil pesos en oro si dejaban a su cuñado. A la mañana siguiente le entregaría
dicha cantidad en el punto señalado. Manuel García no quiso aceptar, tal vez
por desconfianza de que andando en su persecución tanta fuerza, pudiera
tenderle una celada el Sr. Rodríguez. Las súplicas fueron en vano. El Sr. Hoyo,
que dormía profundamente, fue despertado y penetró en la sala, bien ajeno do la
desgracia que le esperaba. Tampoco podía presumir como su llegada a la finca Josefita
había sido participada a Manuel García en tan poco tiempo. Demostró la mayor
entereza al saber la pretensión de los bandidos y se dispuso a seguirlos, pidiendo
le buscaran un caballo. Uno de los bandidos salió para el potrero y a los pocos
instantes llegó con un caballo, propiedad del 8r. Rodríguez, lo enjaezó rápidamente
y sin darle tiempo al secuestrado para despedirse de su cuñado, lo hizo montar,
colocándole, ante la puerta de la vivienda, un pañuelo estrechamente ceñido
sobre los ojos.
El Sr. D. Manuel
Hoyo es natural de Canarias, (dice un documento que tenemos a la vista) de
cincuenta años de edad y reside habitualmente en San Nicolás, calle del Conde
Moré esquina a Avellaneda. Cuenta cuatro hijos tres varones y una hembra y
posee dos fincas en el término municipal de Nueva Paz, llamada la una Dolores
de cinco caballerías y la otra La Luz de trece. La primera está situada en el
camino de Pedroso y la segunda en el del Caimito. El Sr. Hoyo es poseedor
además, de gran número de cabezas de ganado. Su cuerpo es alto y delgado, usa
bigote canoso y viste el traje de los campesinos. Tiene un carácter serio y reservado
y todos los informes que ha suministrado a la prensa respecto de su cautiverio,
se reducen a declarar que los bandidos le han tratado perfectamente.
El Sr. Hoyo
puede considerarse como una verdadera víctima del bandolerismo, pues antes de
su secuestro, le había secuestrado un hijo Manuel García, viéndose obligado a
abonar por su rescate la suma de $3,000 en oro.
Antes de continuar el relato de este
secuestró, uno de los que más efecto hicieron en la opinión, por la circunstancia,
ya apuntada, de hallarse en todo su vigor la persecución, debemos hacer una
digresión corta con objeto de explicar el raro fenómeno de que Manuel García se
atreva a realizar un golpe de mano, con tal seguridad y aplomo, a un cuarto de
legua de distancia de las fuerzas.
Explican algunos este hecho, por la existencia
de un completo plan de señales establecido por el bandolerismo desde su
aparición. Dícese que el semáforo por medio del cual se entiende el bandolero
con los poblados, es la tendedera en que pone a secar el guajiro su ropa. Una sábana
colocada de cierto modo, una camisa mangas abajo o mangas arriba, unos
pantalones blancos u obscuros, significan dentro de la clave establecida, cerca
hay tropas, se habla de una emboscada, no hay el menor cuidado, atraviesen el
camino más abajo, más arriba, más tarde, a la noche, de prima noche, etc. etc.
Este hecho que hemos oído referir como cierto a un excelente funcionario de
policía, cesante (tal vez por ser demasiado excelente) somos los primeros en
hacerlo público.
Desde el mismo instante en que el Sr. Hoyo
salió entre sus perseguidores, Manuel García dirigiéndose al señor Rodríguez
dijo:
— Puede Vd. dar parte a la autoridad
inmediatamente.
Así lo hizo el
Sr. Rodríguez, enviando un mozo al puesto de la Guardia Civil de Nueva Paz. A
los pocos momentos, puede asegurarse sin pecar de exageración, que dos o tres
mil hombres recorrían una provincia en persecución de los secuestradores. Ello
no fue obstáculo para que los bandoleros llegaran a su campamento y pusieran en
juego los medios habituales para hacer efectivo el rescate que desde los
primeros momentos fijó Manuel García en seis mil pesos en oro.
El Sr. Hoyo anduvo tres días en varias
jornadas, hasta llegar al cuartel general de los bandoleros, el cual no
reseñaremos por haberlo hecho al ocuparnos en el secuestro del Sr. Sardina.
Tampoco hemos de extendemos aquí en el relato
de las aventuras del Sr. Hoyo durante su
cautiverio. El de todos los secuestrados es parecido. Dice una información de
La Lucha que tenemos a la vista: "El Sr. Hoyo refiere que en los
campamentos siempre anduvo suelto y que la hamaca donde descansaba y la manta
con que se cubría eran nuevas. Los bandidos tuvieron constantemente una
exquisita vigilancia. No cocinaron en
los campamentos: la comida la llevaban hecha desde otra parte a excepción del
chocolate y del café que lo hacían donde quiera. Las comidas se componían de
sopa de fideos, viandas de todas clases y carne de puerco muy abundante.
También tenían cigarros y tabacos y hasta periódicos del día."
Encontrándose enfermo el Sr. Hoyo, fue objeto
de las mayores atenciones por parte de los bandidos. El día 9, temprano, sin
haber escrito el Sr, Hoyo carta alguna recibió Manuel García la suma de dos mil
setecientos pesos en oro, disponiéndose por lo tanto, a poner en libertad al
secuestrado. El dinero fue entregado, sin inconveniente por una persona cuyo
nombre se desconoce, en el río Mamposton, entre Catalina y Güines. Al
obscurecer del mismo día, volvieron a vendar al Sr. Hoyo y emprendieron con él
la marcha.
Al despedirse de los bandidos, dícese que este
les manifestó que llevaba en el bolsillo
un centén.
— Guárdeselo para los gastos del camino —
respondió Manuel García.
…El día 8 de Abril de 1890, recibió en un buzón el popular periódico
habanero La Lucha la siguiente carta, que publicó en sus columnas y que
reproducimos aquí con misma ortografía.
«Sr. Director de La Lucha.
Muy señor mío desearía que
publicara estas líneas su diario periódico para que mañana no se me calumnie
infame.
Con esta fecha le escribo la
tersera y última Carta señor Ximeno alministrador de la enpresa de Billa nueba pidiéndole
a la empresa de Billa nueva 15000 pesos y que si de aqui al dia 15 de este no
sé que la enpres tá dispuesta a darme dicha cantidad en piezo á des-carrilar
trenes de carga y de pasajeros y para que no se quejen y ablen los periodistas
lo pongo en su conocimiento
Manuel García
el Reí de los campos y casi que de toda la Ysla de Cuba
Abril 7 de 1895.»
El Sr. Ximeno hizo entrega de las cartas a que alude la anterior, a la
autoridad, pero es de colegir, que nadie dio asenso a las amenazas del Rey de los
Campos, por creer que no sería capaz de poner en planta sus bárbaras promesas;
de lo contrario, la vigilancia se hubiera redoblado en las líneas, como se hizo
después del atentado, cosa perfectamente explicable y que encaja en el carácter
de nuestra raza. Después que los ladrones nos han dejado en cueros, es cuando
echamos de ver la necesidad de asegurar la puerta y de colocarle un par de
cerrojos más.
Pero si las autoridades no
prestaron gran atención en adelante, el público, en cambio, empezó a
impresionarse y los viajeros a viajar con temor, convencidos hasta la evidencia
de que Manuel García era muy capaz de hacer lo que prometía, y lo que es aún
peor, persuadidos de que después de hacerlo seguiría campando por sus respetos.
La popularidad del Rey de los
Campos era por entonces inmensa. Baste decir que se sacó un danzón con su nombre
y que el pueblo cantaba, sin guardarse, antes por el contrario a grito pelado,
versos de este tenor:
Y dice Manuel García
Que si no le dan centenes
Que descarrila los trenes
Y mata la policía. .
La prensa de la capital y de
provincias dedicó sendos artículos al audaz bandolero, los planes y proyectos
para darle caza menudearon, el relato de sus fechorías formaba el plato más
sabroso de la curiosidad pública y los gastos la persecución subían que era una
gloria.
En este estado las cosas, cinco
días después del secuestro de los Sres. Pérez y Campillo y cuando aún se encontraban
estos en cautiverio, esto es, el día 25 de Junio 1890, ocurrió el hecho que
vamos a relatar y que, no obstante su importancia, no era más que el inicio de
lo había de realizarse más tarde con asombro y escándalo de todo un pueblo.
Al amanecer de dicho día se
hallaban internados en monte que colinda con la vía férrea de Villanueva, entre
los kilómetros 98 y 100, los bandidos Domingo Sotolongo, Sixto Valera, Gallo
Sosa, Víctor Cruz y Antonio Mayol. Esperaban emboscados, la hora oportuna para levantar
un rail de la vía, según orden recibida de jefe.
En tal situación, divisaron un
leñador que trabajaba cerca de ellos. Esto sobresaltó a Montolongo, porque si abandonaba
aquel lugar el jornalero, podría dar parte de la presencia de aquellos hombres
armados en el monte. Así, se dirigió a él y después de preguntarle cuanto ganaba
cada día, le dijo:
— Bueno: pues hoy no das un
golpe más ni te mueves de aquí. Ahí
tienes tres pesos.
Y le alargó un billete del
Banco, de dicho valor.
El leñador soltó la herramienta
de su oficio, pero sospechando algo de aquellos hombres o acordándose de que había
pertenecido al ejército (pues era licenciado) al volver la cabeza el bandolero
emprendió la fuga.
Advirtiólo Montolongo y
poniendo a escape su caballo le dio alcance, lo derribó al suelo mortalmente
herido de un machetazo y cogiéndolo después en brazos lo arrojó al fondo de un
pozo allí cercano. Su cadáver no fue descubierto hasta algunos meses después de
hechas las averiguaciones para esclarecer su desaparición.
Véase aquí, por este hecho
solamente, las razones que abonan nuestra afirmación de anteriores capítulos, respecto
a que la complicidad del campesino, en el bandolerismo, obedece la mayor parte
de las veces a un temor en muchos casos justificado. El infeliz jornalero, murió
por no ser cómplice pasivo del crimen que iban a perpetrar los bandoleros.
Cerca del medio día, los
bandidos que permanecían en emboscada, vieron venir en la cigüeña de la reparación,
al celador reparador del Aguacate que recorría el tramo encomendado a su
vigilancia. Al llegar al kilómetro 99, salieron de su escondrijo Montolongo y
su gente y sin tener necesidad de extremar las amenazas, obligaron al reparador
a cargar con la máquina y trasladarse a la manigua, donde quedó bien guardado.
Pronto comprendió el pobre empleado, D. José Pérez (que así se llamaba) lo que pretendían
los bandoleros y el fin que esperaba a los empleados y pasajeros del tren
mixto, próximo a llegar a aquel punto.
Desde el interior del monte,
oía distintamente los golpes de martillo que descargaban sobre tornillos y mordazas
y más tarde vio que aquellos desalmados desenvolvían una larga soga, la amarraban
sólidamente a la cabeza del rail desprendido y llevaban el extremo de ella al
matorral en que estaban agazapados los demás forajidos.
Según confesión del reparador
cautivo, testigo forzoso de la catástrofe que iba a ocurrir, al dar el tren que
hacía trepidar la vía, los primeros pitazos, se le saltaron las lágrimas y
pensó: «Ahí viene el tren: van a morir.
Mientras tanto, el tren mixto
número 25, que había salido de Madruga para la estación de Empalme a la una y
26 minutos de la tarde, llegaba a menos de trescientos metros de los bandoleros.
El maquinista D. Inocencio Marcos, que era uno de los mejores maquinistas de la
Empresa, notó desde luego la ligera desviación de la línea, a pesar de no quebrar
la recta en más de una pulgada. Llamó entonces al fogonero D. Manuel Franco para
ver si era una falsa visión suya, pero éste confirmó su creencia de que estaba
un rail partido, cosa que ocurre con frecuencia. Entonces aplicó la retranca de
aire comprimido y pasó el tren a los pocos instantes, quedando la máquina, en
sus ruedas delanteras, precisamente sobre el rail levantado.
En aquel mismo instante se oyó
gritar en el límite del monte, situado a la derecha del convoy:
— ¡Viva Cuba libre! — ¡Viva
Manuel García!
— ¡Viva el Rey de los Campos de
Cuba!
Eran los bandidos a las órdenes
de Montolongo, quién echándose el rifle a la cara gritó:
— ¡Fuego!. . . .
Una descarga de cinco rifles,
vomitó su lluvia de plomo sobre los carros y el alijo, agujereando el lado
izquierdo del tren, por varios puntos, en toda su extensión. Después siguió un
fuego graneado durante siete u ocho minutos, todo el tiempo que estuvo detenido
el convoy en la vía, hasta que el conductor Sr. Quiñones, jugando el todo por
el todo dio la orden al maquinista Sr. Marcos, de partir a toda velocidad, lo
cual se efectuó con la rarísima fortuna de no descarrilar, caso que parecerá
milagroso teniendo en cuenta que el rail estaba levantado de cuajo sobre los
polines. Tal vez háyase debido ese feliz desenlace á que pasando toda la
máquina sobre el tercio medio de la línea, opuso completa resistencia a los esfuerzos
de los bandidos que tiraban de la soga.
Mientras duró el fuego, el
personal del tren compuesto, como hemos dicho, del maquinista Sr. Marcos, del conductor
Sr. F, Quiñones y del fogonero D. Manuel Franco Fernández, que no abandonó un
solo momento su puesto al lado del maquinista, procuraba atrincherarse tras de
los carros, el alijo y la máquina, y los retranqueros recorrían el tren sin
darse cuenta, (dice el reportaje que tenemos a la vista) de lo que pasaba.
El tren número 25, llevaba
pocos pasajeros: un Guardia Civil sin armas, un reparador de telégrafos del
Gobierno y el Contador de Correos Sr. Barceló.
El peligro corrido por el
personal y pasaje no es preciso evidenciarlo, pues además de haber podido ser atravesados
por las balas, de ocurrir un descarrilamiento su fin era inevitable, pues los
criminales levantaron la vía, precisamente sobre la gran alcantarilla de hierro
que cubre una cañada seca, en la que se hubiera hundido todo el convoy
irremisiblemente a no tener la fortuna de pasar impunemente sobre el rail
levantado. Manuel García, por otra parte, eligió para su infame atentado el
punto más solitario de la vía, frente a los montes conocidos por Cueva de
Sanabria, en medio de un espeso monto, impenetrable a todas las miradas.
Dícese que el Rey de los Campos
se indignó cuando supo lo ocurrido con el tren 25, porque sus órdenes fueron de
descarrilar un tren de carga y no de pasaje. Además, consideró el hecho un
fracaso, porque su objeto era que el tren quedase completamente destrozado para
vengarse de la Empresa que le había negado la suma de 15,000 pesos en oro,
pedidos. Las averías se redujeron a cinco agujeros de bala en el coche mixto de
lro y 2do. El personal del tren rivalizó en valor, presencia de ánimo y
fidelidad a la Empresa por cuyo servicio estuvieron en inminente peligro de
muerte.
El reparador, secuestrado todo
el día en poder de los bandoleros, aprovechó la confusión para huir a todo el correr
de sus piernas, no parando hasta Xenes, donde participó la noticia, haciendo
además entrega de las dos cartas que vamos a copiar a continuación y que le
fueron entregadas por Domingo Montolongo.
La primera estaba dirigida al
Gobierno y al pueblo y decía así:
«Como no se nos ha concedido el
indulto, mi segundo, Domingo Montolongo empozó la campaña con lo del Sargento
do la Guardia Civil y nosotros la continuaremos como vais viendo. A esos
mamarrachos que salen a perseguirme con los Alcaldes y Guardia Civil, les
pienso dar machete. Vicente mi hermano, ha ido a buscar a Arturo García y con
alguna gente buena formará la partida de Vuelta Abajo donde hay que trabajar.
Ya me conocéis.
El Rey y dueño de los Campos de Cuba
Manuel García.»
La segunda carta iba dirigida al Sr. Administrador del Ferrocarril y
decía a la letra:
«Le he escrito hará dos meses
pidiéndole 15, 000 pesos en oro y en lugar de mandarlos llevó la carta al Capitán
General.
Ahora quiero 20,000 pesos en
oro y sino descarrilaré los trenes de carga
y pasajeros. Ya empiezo hoy. Si quiere llevo esta carta también al General.
El Rey de los Campos de Cuba
Manuel García.”
Las anteriores cartas, dada su
relativa corrección no parecen escritas por Manuel García, sino por la mano que
escribió la de Vicente García en la que nos ocupamos en el Capítulo V.
Es de notar que en el asalto
del tren número 25 tomaron parte Antonio Mayol y Víctor Cruz, bandidos que pertenecían
al segundo grupo del Rey de los Campos, mandado por Santana. Tal vez Manuel
García necesitando gente para guardar a los secuestrados Pérez y Campillo pidió
a Santana esos dos individuos de refuerzo.
Antonio Mayol, hemos de
encontrarlo también más tarde en otros sucesos importantes.
Con la llegada del reparador a
Xenes y más tarde con lo del tren número 25 a Madruga, cundió la noticia del hecho
con la velocidad de un reguero de pólvora, La Empresa del Ferrocarril envió al
kilómetro 99 una cuadrilla de reparadores custodiada por Guardia Civil y caballería
de Pizarro. Fuerzas de todas las armas e institutos al mando del valiente Capitán
Sr. Jiménez a quien acompañaba el intrépido Alcalde Municipal Sr. Torrens,
salieron en persecución de los bandidos, situándose numerosas emboscadas,
batiendo todos aquellos montes, trabajando con un entusiasmo digno de buen éxito;
pero sin resultado alguno. Por su parte, la Empresa de los Ferrocarriles Unidos,
justamente alarmada, puesto que iba a recibir enorme lesión de sus intereses,
ya por virtud de venideros atentados, ya porque el número de pasajeros por sus
líneas iba de decrecer notablemente, pidió fuerza armada al gobierno para garantía
de sus trenes, siendo complacida en esto sin reparo, al extremo de verse
algunas veces de viaje tres veces más militares que pasajeros que hubieran
pagado su billete.
Desde la Habana a Matanzas, por
las líneas de Bahía y Villanueva, no se veían más que patrullas, guerrillas, destacamentos,
subidas y bajadas de jefes, partes, órdenes, y tutti cuanti; pero Manuel García no se dignó abandonar en aquellos
días su cuartel general.
La impresión causada en los
pueblos fue de verdadero espanto. ¿Quién se atrevía a viajar? La impresión en la capital de la isla fue de
estupor. ¿Hasta cuándo iba a continuar aquello? — Ya es hora de que se tomen enérgicas
medidas — clamaban algunos periódicos impresionados por tales hechos. ¡Medidas!
¡Si estaban tomándose desde el año 1879! Lo que se echaba de menos era un hombre
por el estilo de Zugasti; pero… aún estamos esperándolo.
Manuel
García. El Rey de los Campos de Cuba. Su vida y sus hechos,
La Habana, La Comercial, 1895. (fragmentos).
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