Viktor Tausk
El “aparato de influir” esquizofrénico es una
máquina de naturaleza mística. Sólo por alusiones pueden los enfermos indicar
su estructura. Se compone de cajas, manivelas, palancas, ruedas, botones,
hilos, baterías, etc. Los enfermos cultos se esfuerzan, con el auxilio de los
conocimientos técnicos de que disponen, en adivinar la composición del aparato.
A medida que progresa la difusión de las ciencias técnicas, descubrimos que
todas las fuerzas naturales domesticadas por la técnica concurren a explicar el
funcionamiento de este aparato; pero no bastan todas las invenciones humanas
para explicar las notables acciones de esta máquina, debido a la cual los
enfermos se sienten perseguidos.
HE AQUÍ LOS
PRINCIPALES EFECTOS PRODUCIDOS POR EL APARATO DE INFLUIR.
1.- Les presenta imágenes a los enfermos.
Habitualmente se trata, pues, de una linterna mágica o de un aparato de zinc. A
las imágenes se las ve en un solo plano, proyectadas sobre los muros y los
vidrios. No son tridimensionales, como las alucinaciones visuales típicas.
2.- El aparato produce y sustrae
pensamientos y sentimientos, y ello gracias a ondas o rayos, o con ayuda de
fuerzas ocultas; el enfermo no lo puede explicar con sus conocimientos de la
física. En estos casos, al aparato se lo denomina también “aparato de
sugestionar”. Su mecanismo es inexplicable, pero su función consiste en
posibilitar que el perseguidor o los perseguidores trasmitan o sustraigan
pensamientos y sentimientos.
3.- El aparato produce acciones motrices en el
cuerpo del enfermo, erecciones y poluciones. Estas últimas están destinadas, generalmente,
a privar al enfermo de su potencia viril
y a debilitarlo. Es un efecto que también puede ser producido, ora por la sugestión, ora con el socorro de corrientes
atmosféricas, eléctricas o magnéticas, o por rayos X.
4.- El aparato produce sensaciones; algunas
de éstas no puede el enfermo describirlas, porque le resultan completamente
extrañas, mientras que a otras las experimenta como si fuesen corrientes
eléctricas, magnéticas o atmosféricas.
5.- El aparato es asimismo responsable de
otros fenómenos somáticos, como erupciones cutáneas, furúnculos y otros
procesos mórbidos.
Es un aparato que sirve para perseguir al enfermo;
lo manipulan los enemigos. Que yo sepa, son exclusivamente enemigos del
sexo masculino quienes utilizan este instrumento, y es muy frecuente
que entre los perseguidores se encuentren los
médicos que han prodigado sus cuidados al enfermo.
Oscura es a su vez la manipulación del aparato.
Resulta raro que el enfermo se represente con claridad, siquiera mínima, el
modo de empleo del aparato. Se aprietan
botones, se mueven palancas, se hacen girar manivelas. A menudo el enfermo
se siente atado al aparato por hilos invisibles que conducen a su cama, y en
tal caso sólo cuando se halla en ésta se encuentra bajo la influencia del
aparato.
Es evidente, sin embargo, que buen número de
enfermos se quejan de todos estos rigores sin atribuirlos a la acción de
aparato alguno. Hay enfermos que sienten las modificaciones
experimentadas en el nivel de su propio cuerpo y de su espíritu tan pronto como
extraña y tan pronto como hostiles; atribuyen esas alteraciones únicamente a
una influencia psíquica extraña, a una sugestión, a una fuerza telepática
proveniente de los enemigos. Con arreglo a mis observaciones y a las de otros
autores, no me cabe la menor duda de que los lamentos de los enfermos que no
hacen intervenir la influencia de un aparato preceden la aparición del síntoma
del aparato de influir: el “aparato” es una manifestación más tardía de la
enfermedad. Su aparición parece tender, según diversos autores, a la búsqueda y
hallazgo de una causa de las trasformaciones patológicas que dominan la vida
afectiva y sensorial del enfermo y que son patentemente experimentadas como
extrañas y desagradables. Conforme a esta concepción, la máquina de influir ha
sido creada por la necesidad de causalidad inmanente al hombre. En otros casos,
la misma necesidad de causalidad es responsable de la creencia en perseguidores
que actúan por sugestión y telepatía sin la ayuda de un aparato. La clínica
explica el síntoma de la misma manera que la persecución en la paranoia
(persecución igualmente inventada por el enfermo para justificar su delirio de
grandeza), y lo denomina “paranoia somática”.
Existe, no obstante, un grupo de enfermos que
renuncian por completo a satisfacer su necesidad de causalidad; simplemente se
quejan de sentimientos de trasformación y de fenómenos extraños en su persona
física y psíquica, sin que por ello busquen su causa en una potencia hostil
o extraña. De modo particular, ciertos enfermos declaran que esas imágenes
no les son “representadas”, sino que las perciben con toda naturalidad y con
gran asombro de parte de ellos. Pueden también existir otros sentimientos de
trasformación sin que se los atribuya a un responsable; así, por ejemplo, los
enfermos se quejan de pérdida o trasformación de las ideas y los sentimientos,
sin que por ello crean que esas ideas, esos sentimientos se los han robado o
impuesto. Otro tanto ocurre respecto de los sentimientos de alteración de la
piel, del rostro y de las dimensiones de los miembros. Es este un grupo de
enfermos que no se quejan de la influencia de un poder extraño y hostil; se
quejan del sentimiento de alienación. Los enfermos se vuelven extraños a
sí mismos; ya no se comprenden: sus miembros, su rostro, su expresión, sus
pensamientos y sus sentimientos les han sido alienados. No hay duda de que los
síntomas de este grupo de enfermos pertenecen al período de principio de la
demencia precoz, aun cuando se los suela volver a hallar en estadios evolutivos
más avanzados.
En buen número de casos parece seguro, y muy
verosímil en otros, que, a partir de sentimientos de trasformación aparecidos
bajo el signo de la extrañeza y sin que se los atribuya a un responsable, se
forman sentimientos de persecución en los que el sentimiento de trasformación
es atribuido a la acción de una persona extraña, “sugestión” o “influencia
telepática”. En otros casos, la idea de persecución e influencia termina por
desembocar en la construcción de un aparato de influir. A partir de ello nos
encontramos, al parecer, a punto de admitir que el aparato de influir es el
término final de la evolución del síntoma, que comenzó con simples sentimientos
de trasformación.
No creo, sin embargo, que toda esta sucesión en la
formación del síntoma haya sido hasta el día de hoy susceptible de observación
ininterrumpida en un mismo enfermo. Pero he podido observar de manera
indiscutible esta concatenación entre dos fases (he de dar más adelante un
ejemplo al respecto), y no titubeo en afirmar que en circunstancias
particularmente favorables se podría comprobar en un individuo único la
existencia cabal de esta serie evolutiva. Entretanto, me hallo en la situación
del bacteriólogo que estudia los plasmodios y reconoce las diversas formaciones
patológicas en los glóbulos sanguíneos como estudios de una evolución continua,
aun cuando no pueda observar en cada glóbulo nada más que una sola fase
evolutiva y no esté en condiciones de seguir todo el desarrollo del plasmodio
dentro de un solo glóbulo.
El reconocimiento de los diversos síntomas como
fases de un proceso de desarrollo único se ve dificultado no sólo por los
errores de observación y las reticencias del enfermo, sino también porque, de
acuerdo con las demás manifestaciones mórbidas que presenta el enfermo, las
diversas fases se engloban en síntomas secundarios o derivados, y de este modo
los sentimientos de trasformación quedan ocultos por una psicosis o una
neurosis asociada o consecutiva y perteneciente a otro grupo mórbido, como por
ejemplo una melancolía, una manía, una paranoia, una neurosis obsesiva, una
histeria de angustia o una demencia. Se trata, pues, de cuadros clínicos que
pasan a primer plano, y los elementos de la evolución del delirio de
influencia, más difíciles de captar, escapan a la vista del observador y a
veces hasta del enfermo. También es posible que no todo estadio evolutivo
alcance la conciencia de todos los enfermos, que uno u otro de estos aspectos
se desarrolle en el inconsciente y que consiguientemente la parte que sea dable
seguir en el consciente del enfermo ofrezca lagunas. Según la rapidez del
proceso mórbido y las tendencias individuales a formar otros cuadros
psicológicos, hay otras fases que se las puede simplemente pasar por alto.
Todas las ideas de influencias en el curso de la
esquizofrenia pueden presentarse tanto como consecuencia de un aparato de
influir como en ausencia de éste. Mientras que a las corrientes eléctricas se
las relaciona, típicamente, con la acción del aparato de influir, no he
advertido, sin embargo, más que un solo caso (en la sección de neuropsiquiatría
del hospital de Belgrado) en que esas corrientes se producían sin la
intervención del aparato y hasta un poder hostil. Se trata de Joseph H.,
albañil, de 34 años, que ya ha pasado una parte de su vida en un asilo de
alienados. Se siente recorrido por corrientes eléctricas que pasan al suelo a
través de sus piernas. El mismo da nacimiento a tales corrientes dentro de su
cuerpo, como sostiene con cierto orgullo. Esto constituye, justamente, su fuerza.
No quiere revelar cómo y por qué actúa de ese modo. Cuando descubrió las
corrientes por primera vez, se sintió un tanto sorprendido, pero pronto
comprendió que ellas mantenían con él cierta relación y que estaban al servicio
de un fin misterioso, respecto del cual no quiere dar el menor informe.
Relataré asimismo un caso particular de paranoia
somática que ha de ser un argumento especialmente válido en apoyo de la
hipótesis del proceso evolutivo, tal cual la expongo en el presente artículo.
Dentro de otro contexto, Freud ya ha citado este ejemplo: la señorita Emma A.
se sentía influida, de una manera completamente insólita, por aquel al que ella
amaba. Decía que sus ojos no estaban correctamente ubicados en su rostro, que
se habían torcido. Esto provenía del hecho de que su querido era un mal hombre,
un mentiroso, que hacía “torcer los ojos”. En la iglesia se sintió un día
bruscamente sacudida, como si la hubieran cambiado de lugar: su querido era
alguien que engañaba y la había vuelto mala y parecida a él mismo.
La enferma no se siente simplemente perseguida e
influida por un enemigo. Más bien se trata de un sentimiento de influencia por identificación
con el perseguidor. Recordemos la tesis defendida por Freud y por mí mismo,
acerca de la cual habremos de insistir en el curso de esta discusión: la
identificación dentro del mecanismo de la elección de objeto precede a la
elección de objeto por proyección, que constituye la verdadera posición del
objeto. Entonces podemos considerar el caso de Emma A. como una fase evolutiva
del delirio de influencia que precede a la proyección del sentimiento de
influencia sobre un perseguidor ubicado a distancia en el mundo exterior;
constituye un paso entre los sentimientos de trasformación de la personalidad,
sentidos como extraños y sin que se los impute a extraño alguno, y las
trasformaciones atribuidas al poder de una persona exterior. La identificación
representa un paso intermedio entre el sentimiento de alienación y el delirio
de influencia: apuntada y completa de una manera especialmente demostrativa,
según la teoría psicoanalítica, nuestra concepción de un síntoma que se
desarrolla hasta su término final de máquina de influir. Seguramente se trata
del hallazgo –de la invención, incluso- de un objeto hostil; mas para el
proceso intelectual importa poco hallarse frente a un objeto hostil o benévolo,
y el psicoanalista no encontrará en tal caso nada que decir sobre la
asimilación de la hostilidad al amor.
Dentro de esta enumeración de las diversas formas,
mejor dicho, de las diversas fases, del delirio de influencia, no quiero omitir
el caso Staudenmayer, cuya biografía detalló años atrás un miembro de la
Sociedad de Psicoanálisis.
Staudenmayer, a quien se considera, si no me
equivoco, como un paranoico auténtico, o por lo menos yo lo he considerado así,
describía las sensaciones que sentía con motivo del tránsito intestinal del
bolo fecal; atribuía los diversos movimientos peristálticos, de los que era
patológicamente consciente, a la actividad de demonios particulares que se
habían aposentado en el intestino y a los que incumbía la ejecución de los
diversos movimientos.
Podemos, por tanto, hacer entrar en el siguiente
esquema los fenómenos observados en estos enfermos, ya como efectos del
aparato, ya con independencia de éste.
1.- Simples sentimientos de alteración,
primitivamente sin sentimiento de “extrañeza” y después acompañados por éste,
sin referencia a una persona responsable (alteraciones de funciones físicas
psíquicas y de ciertas partes del cuerpo). En muchos casos, esta fase de la
enfermedad parece realmente superada a una edad muy precoz, antes de la
pubertad. Como a esta edad el sujeto no puede todavía proporcionar una
información exacta sobre sus propios estados, y como aún tiene la posibilidad de
compensar y convertir sus alteraciones patológicas en rasgos de carácter
infantiles de difícil apreciación (maldad, agresividad, fantasías disimuladas,
onanismo, repliegue en sí mismo, obtusión, etc.), es esta una fase que las más
de las veces pasa inadvertida por los educadores, y los enfermos no la
mencionan, o lo hacen de una manera inexacta. Sólo la pubertad, que exige de
muy especial modo una adaptación al mundo cultural y obliga al individuo a
abandonar, tanto para él mismo como para los demás, esos groseros medios de
expresión de su constitución anormal, patentiza a la enfermedad y le permite al
síntoma desarrollarse, de manera que lo encontramos, pues, bajo una forma más
evolucionada.
2.- Sentimientos de alteración en forma de
sensaciones anormales con designación de un responsable, que es el propio
enfermo (caso Joseph H.).
3.- Sentimientos de alteraciones con designación de
un responsable que se sitúa dentro del enfermo, pero que no es el enfermo mismo
(caso Staudenmayer).
4.- Sentimientos de alteración con proyección
alucinatoria del proceso interior hacia el exterior, sin designación de un
responsable y sin sentimiento de extrañeza al principio, pero acompañada
después por éste (visión de imágenes).
5.- Sentimientos de alteraciones con designación de
un responsable por vía de identificación (caso Emma A.).
6.- Sentimientos de alteraciones con proyección del
proceso interior hacia el exterior, y designación de una responsable según el
mecanismo paranoico (se le proyectan imágenes, se le hace sugestión e
hipnotismo, se lo electriza, se le imponen y roban pensamientos y sentimientos,
se le producen erecciones, poluciones, etc.).
7.- Sentimientos de alteraciones atribuidos a un
“aparato de influir” manipulando por enemigos. Al principio éstos son
generalmente desconocidos e indefinibles. Con el tiempo, el enfermo llega a
definirlos; sabe quiénes son, y su círculo se amplía, como ocurre en el complot
paranoico. Al principio el enfermo no se explica en absoluto de qué manera está
construida la máquina; sólo paulatinamente elabora la idea que se hace de ella.
Habiendo, pues, distinguido ideas de influencia y
aparato de influir, sólo consideraremos ahora este último, sin tomar en cuenta
sus efectos.
Dejaremos a un lado, desde ahora, la “linterna mágica”,
que proyecta bien con el efecto que se le atribuye y porque no representa,
fuera de su inexistencia, ningún error de juicio. Una superestructura racional
como ésta es completamente impenetrable. Si echamos un vistazo a través de las
brechas de construcciones dañadas, podemos percibir el interior y adquirir por
lo menos un principio de comprensión.
a) La máquina de influir habitual ha sido
construida, por lo tanto, de una manera completamente incomprensible. No
podemos siquiera imaginar partes enteras de ella. Hasta en casos donde el
enfermo tiene la impresión de comprender bien la construcción de la máquina,
resulta evidente que se trata de un sentimiento análogo al de quien sueña, que
tiene tan sólo el sentimiento de una comprensión, pero no la comprensión
misma. Podemos darnos cuenta de ello pidiéndole al enfermo que describa la
máquina.
b) El aparato es, tanto como yo recuerde, siempre
una máquina, y una máquina complicada.
El psicoanalista no ha de dudar un solo instante
que esa máquina es un símbolo. Es esta una idea que ha merecido recientemente
un apoyo explícito. Freud ha explicado en sus conferencias que en los sueños
las máquinas complicadas siempre significan los órganos genitales.
Hace ya tiempo que he sometido al análisis sueños
de máquinas, y debo confirmar en un todo la afirmación de Freud. Pero además
puedo añadir esto: según mis análisis, las máquinas siempre representan los órganos
genitales del propio durmiente, y se trata de sueños de masturbación. Son
sueños del tipo de los sueños de fuga, tales como los he descrito en mi
artículo sobre los delirios alcohólicos. He mostrado en ese
trabajo de qué manera el deseo de masturbación -mejor aún, la disposición para
la eyaculación- siempre encuentra, cuando ha llegado a una representación
onírica que favorece la descarga, esta representación favorable remplazada de
urgencia por otra, gracias a la cual se introduce por un instante una nueva inhibición,
y la eyaculación se ve obstaculizada. El sueño se opone al deseo de eyaculación
por mutaciones simbólicas sucesivas.
El sueño de la máquina tiene un mecanismo análogo.
La única diferencia consiste en que las diversas piezas no desaparecen a medida
que se introducen piezas nuevas y en que, en lugar de ocupar el lugar de las
antiguas las nuevas vienen simplemente a sumarse a éstas. De este modo se
elabora una máquina de una complicación inextricable. Y, a fin de reforzar su
papel inhibidor, el símbolo se vuelva más complejo en vez de verse remplazado.
Cada nueva complicación atrae la atención del durmiente, despierta su interés
intelectual y debilita en la misma medida su interés libidinal. Actúa, pues,
como inhibición de la pulsión.
En el curso de los sueños de máquina el durmiente
suele despertar más de una vez con una mano sobre los órganos genitales, si
sueña que manipula la máquina. Con arreglo a esto, se podría suponer que el
aparato de influir es una representación proyectada en el mundo exterior- de
los órganos genitales del enfermo; vendría a ser análoga en sus génesis a la
máquina cuando se quejan, cosa que hacen a menudo, de que el aparato produce
erecciones, les sonsaca esperma y debilita su virilidad. De todos modos, al
asimilar el síntoma a una producción onírica y ubicar la enfermedad en el nivel
psicoanalíticamente accesible de la interpretación del sueño, ya hemos dado un
paso más allá de las necesidades de racionalización y causalidad, en las que se
apoya la clínica tradicional para interpretar la máquina de influir dentro de
la esquizofrenia.
Voy ahora a presentar mi caso clínico, que va no
sólo a fortalecer, sino también a desarrollar de manera considerable nuestra
hipótesis.
La paciente, la señorita Natalia A., de 31 años de
edad, ex -estudiante de filosofía hace ya años que se ha vuelto sorda como
consecuencia de una infección maligna del oído medio; sólo por escrito se
comunica con los de su medio. Refiere que desde hace seis años y medio se
encuentra bajo la influencia de un aparato eléctrico que ha sido fabricado en
Berlín, pese a la prohibición de la policía. El aparato tiene la forma de un
cuerpo humano, la forma, incluso, de la propia enferma. Pero no exactamente.
Tanto su madre como sus amigos, hombres y mujeres, se hallan sometidos a la
influencia del aparato, o de otros aparatos análogos. La enferma no puede
proporcionar detalle alguno relativo a los otros aparatos; sólo puede describir
la máquina cuya influencia sufre. Lo único que le parece seguro es que el
aparato empleado para los hombres es un aparato varón; es decir, que posee una
forma masculina, y que el empleado para las mujeres es un aparato femenino. El
tronco tiene la forma de una tapa, como una tapa de féretro común, forrada con
terciopelo o felpa. A propósito de los miembros, en dos oportunidades me
suministró la enferma una importante información para mi objeto. En la primera
entrevista los describió como segmentos del cuerpo completamente naturales.
Semanas después, los miembros ya no estaban materialmente bajo la tapa del
féretro, sino tan sólo dibujados sobre ésta en su posición natural a lo largo
del cuerpo. La enferma no ve la cabeza; dice que no lo sabe muy bien. No sabe
si la máquina posee la misma cabeza que ella. En general, no puede dar
información alguna sobre la cabeza.
Tampoco sabe con mayor claridad cómo se manipula al
aparato, ni de qué modo se encuentra ligada a él. Lo está por una especie de
telepatía. El hecho más importante es que al aparato se lo manipula de
cualquier manera y que todo lo que le sucede ocurre efectivamente en el nivel
de su propio cuerpo. Cuando se pincha al aparato, ella siente el pinchazo en el
sitio correspondiente de su propio cuerpo. El lupus que tiene en la nariz se ha
producido también en la del aparato por medios apropiados; más aun: como
consecuencia de éste ha sido ella afectada.
El interior del aparato está constituido por
baterías eléctricas cuya forma es probablemente la de los órganos internos del
hombre.
Los malhechores que manipulan el aparato provocan
en la enferma secreciones nasales, olores repugnantes, sueños, pensamientos y
sentimientos. Perturban su pensamiento, Sus palabras y su escritura. Antes
hasta le habían provocado sensaciones sexuales al manipular los órganos
genitales del aparato. Pero de un tiempo a esta parte ha dejado de poseer tales
órganos. La enferma no puede decir cómo ni por qué el aparato los ha perdido.
Sea como fuere, desde que el aparato ya no los tiene, ella tampoco tiene
sensaciones sexuales.
Poco a poco se ha familiarizado con la construcción
del aparato gracias a su larga experiencia y a la opinión ajena; evidentemente,
se trata de alucinaciones verbales. Le parece que ya antes había oído hablar al
respecto. El hombre que se vale del aparato en su propósito de perseguir a la
enferma actúa por celos. Se trata de un pretendiente desairado, un profesor
universitario. Al poco tiempo de haber rechazado su pedido de mano, la enferma
había sentido que el pretendiente influía tanto sobre ella como sobre su madre
por medio de sugestiones. Sugería que ambas entablaran amistad con su cuñada.
Era patente que de ese modo pensaba obtener la posterior aceptación de su
pedido de mano, gracias a la influencia de su cuñada. Cuando la sugestión
fracasó, el pretendiente recurrió al aparato de influir. No sólo la enferma,
sino también su madre, sus médicos, sus amigos, todas las personas, en fin,
favorables a ella y que tomaban su partido se encontraron sometidas a la
influencia de aquella diabólica máquina. De resultas de ello sus médicos
formularon falsos diagnósticos, pues el aparato les presentaba enfermedades
diferentes de la que ella sufría. Por culpa de él se le hizo imposible
entenderse con sus amigos y su familia; todos los humanos fueron convertidos en
enemigos suyos por el aparato, quien por último la obligó a huir de todas
partes.
No puede saber mucho más por boca de la enferma.
Cuando la vi por tercera vez se mostró reticente y afirmó que también yo estaba
bajo la influencia de la máquina, que también yo era hostil a ella y que ya no
podía hacerse comprender por mí.
Esta observación aporta un argumento decisivo a
favor de la tesis de que el aparato es una fase evolutiva de un síntoma -el
delirio de influencia- que también puede existir sin la formación delirante de
la máquina. La enferma dice expresamente que su perseguidor se vale de la
máquina sólo con posteridad al fracaso de su tentativa de influencia por
sugestión. El hecho de haber creído ella que ya antes había oído hablar de la
máquina no es menos significativo para el psicoanalista. El hecho de que un
enamorado tenga la impresión de haber conocido desde siempre a la mujer a la
que ama nos confirma que ha reencontrado en ella una imago antigua de
amor, y del mismo modo ese incierto reconocimiento del aparato alega en favor
del hecho de que sus efectos ya le resultaban familiares a la enferma antes de
estar bajo la influencia de la máquina: ya había experimentado antes
sentimientos de influencia, y ahora responsabilizaba de éstos al aparato de
influir. Posteriormente hubimos de saber en qué época de su vida se sitúa el
momento en que había experimentado por primera vez ese tipo de sentimientos.
Pero la singular construcción del aparato se
vincula de muy particular manera a mis hipótesis relativas a la significación
simbólica de la máquina como proyección de los órganos genitales de la enferma.
En realidad, el aparato representa no sólo los órganos genitales, sino, con
toda evidencia, a la enferma íntegra. Representa, en el sentido físico del
término, una verdadera proyección: el cuerpo de la enferma proyectado en el
mundo exterior. Es lo que se desprende de una manera unívoca de las
declaraciones de la enferma: el aparato posee, ante todo, una forma humana,
forma que, a pesar de las particularidades que la apartan, puede ser reconocida
sin la menor vacilación, y -el hecho más importante- reconocida como tal por la
enferma. Ha adquirido casi la apariencia de ésta. La enferma experimenta todas
las manipulaciones del aparato en los sitios correspondientes de su propio
cuerpo. Los siente como cualitativamente idénticos. Los efectos provocados en
el nivel del aparato aparecen asimismo en el cuerpo de la enferma. El aparato
ya no tiene órganos genitales desde que la enferma ha dejado de sentir
sensaciones sexuales, pero los tuvo tanto tiempo como de éstas tuvo conciencia
la enferma.
La técnica de la interpretación de los sueños nos
permite añadir algo más. Que la enferma no sepa cosa alguna precisa acerca de
la cabeza del aparato y que no pueda, sobre todo, indicar si se trata de su
propia cabeza, es circunstancia que milita a favor del hecho de que se trata,
por cierto, de la suya. La persona a la que no se ve en el sueño es el propio
durmiente. En el sueño de la clínica ya he dado un ejemplo en el que se indica
a la durmiente por el hecho de que ésta no ve la cabeza de la persona con la
que sueña, que representa, sin duda alguna, a su propia persona(3).
Que la tapa esté recubierta de felpa o de
terciopelo es una situación que refuerza esta hipótesis. Hay mujeres que
pretenden que las caricias autoeróticas de la piel provocan la misma sensación.
El hecho de que las vísceras estén representadas en
forma de batería eléctrica permite, claro está, una interpretación superficial;
más adelante trataremos de que la sucede otra más profunda. La interpretación
superficial utiliza la noción inculcada a los niños de edad escolar en el
sentido de que hay que comparar el interior de nuestro cuerpo y aun el cuerpo
íntegro con una máquina misteriosa. Esto nos permite explicar la representación
de los órganos internos como representación sensible y literal de la concepción
infantil.
Y la máquina, tal cual nos la presente la enferma,
nos permite comprender no sólo la significación, sino también la ontogénesis
del aparato.
Recordemos que la enferma nos señaló en un primer
momento que los miembros se hallaban fijados al aparato con su forma natural y
de una manera normal. Semanas más tarde contó, sin embargo, que los miembros se
hallaban dibujados en la tapa. Pienso que somos testigos de un importante
proceso evolutivo de la formación delirante. Asistimos, evidentemente, a una
fase del proceso progresivo de desnaturalización del aparato, que pierde,
pedazo por pedazo, los signos distintivos de su forma humana para trasformarse
en una máquina de influir típica e incomprensible. Así es como, víctimas del
proceso, desaparecen sucesivamente los órganos genitales y luego los miembros.
La paciente no puede indicar la manera en que se han suprimido los órganos
genitales. En cambio, los miembros han sido eliminados al perder su forma
tridimensional, y se contraen en una imagen de los dimensiones; se los proyecta
en un plano. No me habría asombrado si de allí a algunas semanas la enferma me
hubiera informado que el aparato carecía en absoluto de miembros. Y tampoco me
habría sorprendido si me hubiera afirmado que el aparato nunca los había
tenido. Así es: ni que decir que el olvido de los diversos estadios evolutivos
desempeña el mismo papel en la construcción del aparato que el olvido del modo
de formación de las imágenes oníricas. Y espero que no parezca temerario sacar
la conclusión retroactiva de que la forma en “tapa de féretro” del cuerpo del
aparato y su interior es el resultado de un trabajo de distorsión progresiva a
partir de la imagen de un ser humano, que es la imagen misma de la enferma.
Nuestros conocimientos psicoanalíticos nos permiten
suponer por qué se origina un proceso de distorsión tal. Como toda distorsión
de las formaciones psíquicas, ésta se debe, ciertamente, a una defensa que se
opone a la aparición o a la persistencia de representaciones no disimuladas y
que está destinada a proteger al Yo consciente. La enferma se niega, por
supuesto, a reconocerse a sí misma en el “aparato de influir”, y por eso le
suprime poco a poco todos los atributos de la figura humana, pues se siente
tanto mejor protegida contra ese temido reconocimiento cuanto menos se parece
la formación delirante a una figura humana, y, con mayor razón, a la suya
propia.
Admito, pues, que he encontrado la máquina de
influir de Natalia A. en cierta fase de su desarrollo.
Tuve, por lo demás, la suerte de haber podido
observar un impulso evolutivo, el atingente a los miembros, y de haber recibido
de la enferma una ilustración unívoca con respecto al de los órganos genitales.
Presumo que el resultado final de esta evolución ha de ser la máquina de
influir típica, tal como se la conoce en clínica psiquiátrica. Pero no puedo
afirmar que el aparato haya de recorrer íntegro el proceso evolutivo hasta el
único término. Es muy posible que se detenga en el camino en una fase
intermedia.
Fragmentos de Acerca de la génesis del aparato de influir
en el curso de la esquizofrenia, “Trabajos Psicoanalíticos”, Victor Tausk, (Trad.
Hugo Acevedo) Editorial Gedisa, 1ª Ed. 1983, México.
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