Joaquín Nicolás Aramburu
El doctor Francisco Fernández ha presentado dos
proyectos a la Cámara. Uno creando cinco sanatorios de pre-tuberculosos, del
tipo de «La Esperanza», en la Habana, y otro organizando cinco pequeños
manicomios auxiliares del de Mazorra; ambas iniciativas humanitarias y
patrióticas.
En mis correspondencias he dicho a ustedes que bien
podía dedicarse a fines tales el 33 por 100 de la Lotería, que ahora se
despilfarra. Y eso, después de cansarme de proponerlo en la prensa de Cuba.
En «La Esperanza», admirablemente regida, se curan
muchos tuberculosos incipientes; pero en «La Esperanza» caben pocos, y toda la
isla está llena de infelices a quienes la miseria y el trabajo rudo preparan
para la tuberculosis. Estos infelices, que a tiempo se curarían, se van consumiendo;
el bacilo abre cada día nuevos hoyos en sus pulmones y prematuramente mueren
ellos, dejando en el hogar estrecho y pobre, el contagio de sus esputos. ¿Por
qué en vez de mantener a agentes electorales, no habíamos de salvar tantas vidas
inocentes?
¡Y con los desequilibrados sucede lo mismo! No yo, toda
la prensa del país, eminentes higienistas, hasta presidentes de la República, han
dicho que «Mazorra es una vergüenza nacional». Y sin embargo, Mazorra es nuestro único manicomio, atestado de enfermos,
cayéndose las casas, careciendo de recursos curatorios, más que hospital,
cementerio de cerebrales.
En provincias, un desequilibrado es puesto en observación
en un mal hospitalito, cuyo director no ha hecho estudios de enfermedades nerviosas.
Allí se les trata mal por enfermeros ignorantes; allí se les encierra en
calabozos, hasta que un día se les pone camisa de fuerza y se les conduce por
la fuerza pública a Mazorra, donde probablemente quedarán.
A tiempo, en sanatorio especial, bajo el cuidado de facultativos
acreditados y con elementos adecuados, muchos desgraciados de esos recobrarían el
equilibrio de sus meníngeas, y seguirían siendo hombres de trabajo, amantes madres
del hogar, muchachas en la plenitud de la belleza y la juventud.
¿Por qué no destinar a fines tan grandes lo que, alentando
esperanzas de fortuna, arranca el Estado a los míseros y a los ambiciosos? Si
preguntar esto es ofender a Cuba, me honra tal ofensa.
La Vanguardia, 13 junio de 1915.
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