Dolores Labarcena
Acurrucados
en el sofá, compartiendo el radiador y la manta, mientras brindábamos con
cerveza artesanal. No obstante tu esmerada planificación en lo concerniente a
cosas prácticas, de improviso saltó la alarma. Fuego, bomba, ¿ataque extremista
en un hotel de Viena? Cualquier suposición es plausible, dijiste. Y temí, no
solo por los dos, ¡por caridad!, sino por el sisón común, la ganga ibérica, y la terrera marismeña. Admirables especies que aguantaron nuestro hastío en el
museo de Historia Natural. ¿Recuerdas? Fosilizadas. ¿Qué culpa tienen las aves
del calentamiento global?, escuchábamos, alternando con Schubert por los
audífonos.
Nublado
con escasas probabilidades de precipitaciones, informó el meteorólogo de la Österreichischer
Rundfunk, en el tren, camino al aeropuerto. Puentes, autopistas, posters
anunciando la próxima presentación de unas gogós francesas: “Sont les
bienvenues et qu'elles peuvent se sentir ici chez elles”, frase que obliga a
pensar en lo que no está al alcance. Como si algo pusiera en guardia al
lenguaje. Sí, señor, veladísimo. Cubierto por un betún escolástico, ídem, a la falsa
alarma. ¡Boom! Y corrí. Inmóvil bajo el gorro de cachemir, en tanto hablabas
sin pudor de Schiele, o quizás Kokoschka. Nublado, informó otra vez el
meteorólogo de la Österreichischer Rundfunk.
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