Al filo del fin del segundo
milenio, la prestigiosa revista Times realizó una encuesta para dar a
conocer los eventos más sobresalientes del siglo XX, donde "se encuestaron
a 1.245 personalidades, se revisaron más de 456 artículos y se procesaron
alrededor de 841 bases de datos en todo el planeta".
Resulta extremadamente
sorprendente que entre los diez libros más votados aparezca Paradiso, de
José Lezama Lima, en un quinto lugar, junto a Ulises y Retrato del
artista adolescente, de James Joyce; La montaña mágica, de Thomas
Mann, El guardián en el centeno, de Salinger; El viejo y el mar y
Por quién doblan las campanas, de Hemingway; Las brujas de Salem,
de Sartre; El principito, de Saint Exupery, y El nombre de la rosa,
de Umberto Eco, según la encuesta: "los libros más difundidos en este
siglo, unido a la connotación mundial de los mismos, así como a la influencia
que han ejercido sobre el resto de los literatos en el orbe".
Paradiso, como Ulises
o Finegan Wake de Joyce, pertenece a esa extraña y excelsa estirpe de
obras más conocidas que leídas por el gran público. Acaso el propio Lezama,
consciente de su singularidad, de su extrañeza, escribió: "El Paradiso
será comprendido más allá de la razón. Su presencia irá acompañada por el
nacimiento de los nuevos sentidos".
En el momento de su publicación
en 1966 —al igual que su antecesora, el Ulises de Joyce—, sufrió no
pocas incomprensiones, hasta el punto que, interrogado en la Universidad de La
Habana, el propio Fidel Castro se vio obligado a reconocer que Paradiso
no era una obra contrarrevolucionaria.
Vísperas del ostracismo
Más allá de sus incuestionables
méritos literarios y, sobre todo, de su consustancial extrañeza y originalidad,
que se encargó de divulgar Julio Cortázar en un oportuno artículo, Para
llegar a Lezama Lima, que disparó inmediatamente al etrusco de La Habana
Vieja al centro mismo del Boom, esa atmósfera inicial de prohibiciones y
recelos favoreció la avidez por su lectura. A contrapelo de la más elemental
política editorial, Paradiso no se reeditó en Cuba hasta muy avanzada la
década de los ochenta. Incluso, el famoso capítulo ocho, de enfático contenido
erótico, motivó que el propio Lezama, irónicamente, dijera para atacar a los
lectores superficiales: "Esos son lectores del capítulo ocho".
Sin embargo, cuatro años después,
en 1970, Lezama, a la sazón vicepresidente de la UNEAC, conoció en vida, y por
primera (y última) vez en su patria, el reconocimiento que se merecía: fueron
publicados ese año, la importante Valoración Múltiple, que le dedicó
Casa de las Américas, Poesía completa y La cantidad hechizada,
este último reunión de sus más importantes ensayos inéditos, donde Lezama
completa su teoría sobre su Sistema poético del mundo, las Eras
imaginarias y el Espacio gnóstico americano.
Era la víspera de su ostracismo.
Como es conocido, Lezama había sido jurado, junto a Manuel Díaz Martínez y a
otros importantes jurados extranjeros, del controvertido Premio de Poesía
Julián del Casal otorgado a Fuera del juego, de Heberto Padilla. Es
significativo, en primer lugar, porque Padilla, en 1959, había iniciado una
verdadera batalla en contra de José Lezama Lima, con su artículo "La
poesía en su lugar", desde las páginas de Lunes de Revolución. Allí
afirmaba, por ejemplo, que Lezama padecía de "una imposibilidad esencial
para la captación del hecho poético", antes de sentenciar: "Lezama
terminó ya…".
Años después, en su Mala
memoria, Padilla realiza una conmovedora evocación de Lezama,
reconciliándose para siempre con su obra y con su actitud ética incluso. Pero
acaso la crítica ha pasado por alto que al menos tres poemas, fechados en mayo
de 1971, y recogidos póstumamente en Fragmentos a su imán, aluden a o
son consecuencia del trágico acto de autoinculpación del autor de Fuera del
juego, orquestado para su eterno oprobio (de esta) por la Seguridad del
Estado, en la UNEAC.
Ya se conoce que Padilla aludió
en su retractación del 27 de abril de 1971 a las posiciones para nada
revolucionarias del Maestro, con lo que concluía, acaso a su pesar, y con
absoluto éxito, por cierto, con aquella campaña iniciada en 1959, pues a partir
de ese momento, 1971, y hasta su muerte, 1976, Lezama vivió confinado en su
casa y sin publicar una línea más en su propia patria. Esos poemas son, para el
curioso lector, los siguientes: "Sorprendido", "No
pregunta" y "Oigo hablar".
Como una derivación de todo ello,
y anticipando ya el efecto de los rigores a que fue sometido hasta su muerte en
1976: muerte civil, no viajes, no publicación, no comparecencias públicas,
Lezama escribe también "El cuello", fechado en junio de 1971, donde
de alguna manera nombra la poética de buena parte del libro: el barroco carcelario.
Este texto y los conocidos "Esperar la ausencia", "¿Y mi
cuerpo?", "La caja", "Poner el dedo", son los poemas
más desoladores que escribió Lezama. Son el testimonio eterno del poeta
devastado por la Historia, su historia, la de la revolución cubana.
Recuperando al Maestro
Uno de los escritores más grandes
que dio, ya no Cuba, sino el siglo XX, murió en su patria como una suerte de
loco excéntrico, temor que él mismo había anticipado en un texto publicado en Orígenes,
en 1956, "Oppiano Licario", y que luego formó parte del último
capítulo de Paradiso. La historia posterior a su muerte es conocida. Se
publican Fragmentos a su imán y Oppiano Licario en 1977, y
comienza la recuperación de su figura, y con ella la manipulación ideológica
del Maestro.
No quiero decir con esto que no
considere legítima la recuperación de su obra por parte, por cierto, de las
promociones más jóvenes de ensayistas y poetas cubanos, los que, de hecho, al
hacerlo, se oponían a todo el período oscuro anterior. Su obra, ya hacia fines
de la década de los ochenta y sobre todo en los noventa, había sido
profusamente elogiada y estudiada en todo el mundo.
Ante esa incontrovertible
realidad, la política cultural de la revolución ha tratado de blanquear el
oneroso trato a que fue sometido uno de los cubanos más universales del siglo
XX. Para ello, ha recurrido incluso al propio Lezama, quien a principios de la
revolución escribió varios textos que no dejan lugar a dudas sobre el
entusiasmo con que saludó la nueva época, a saber: "A partir de la
poesía" (enero, 1960), de La cantidad hechizada, y los recogidos en
Imagen y posibilidad (1981): "El 26 de Julio: imagen y
posibilidad" (1968) y "Ernesto Che Guevara, comandante nuestro"
(1968).
Paralelo a ello, Cintio Vitier, a
partir del texto de Lezama publicado en Orígenes, "Secularidad de
José Martí" (1953), y de algunos editoriales de la revista, donde Lezama
enuncia su tesis de la profecía y de la futura encarnación de la poesía en la
historia, amén de su tesis de la pobreza irradiante, ha forzado el carácter
cosmovisivo y trascendente de las tesis lezamianas y ha concluido con su
conocida interpretación teleológica de Orígenes, donde ve a la
revolución como la Historia donde ha encarnado la Poesía, es decir, Orígenes.
El propio Vitier ha contribuido a
atenuar la imagen devastadora de los últimos años lezamianos, arguyendo que
poco tiempo antes de su muerte las autoridades más altas del país estaban
decididas a "descongelar" a Lezama, como si ese mismo acto no
resultara ya oprobioso, por su mera posibilidad de existir, como poder
demiúrgico que rige las vidas de sus víctimas.
Vitier, incluso, ha afirmado que
no fue Lezama quien se apartó de la revolución, sino al revés. Sólo quiero
recordar que su parigual, Virgilio Piñera, murió en similares circunstancias
que Lezama, ¡en 1979!, sin que ninguna autoridad lo rehabilitara.
Por cierto, valdría la pena
contrastar con aquellos textos de innegable entusiasmo, pasajes como el
siguiente, de una carta a Carlos M. Luis, fechada en 1963: "Nuestro ambiente
intelectual está más pobre que nunca. Se ha puesto de moda el Virtuosismo,
libritos, cositas, yo confesional, intento de himnos babosos, todo acompañado
de trompetas propagandísticas. La gentuza piensa en publicar, no en hacer;
cuando lo hacen, no crean. Si crean es un homúnculo de algodón". O este
otro, al mismo destinatario, en 1964: "¿A qué divinidad tenemos que hacer
tantos sacrificios de tristeza y desolación? ¿Por qué desembocamos en este
terrible callejón sin salida, sin vislumbres, rodeados de muerte?".
La mayor aporía creada por Lezama
Quizás sea conveniente recordar
aquel famoso pasaje de "A partir de la poesía" donde Lezama enuncia
su tesis de la pobreza irradiante, sin duda la mayor aporía creada por Lezama,
aporía incluso a la luz de su posterior y trágica historia personal en la
revolución. Escribe allí Lezama:
"La última era imaginaria, a
la cual voy a aludir en esta ocasión, es la posibilidad infinita, que entre
nosotros la acompaña José Martí. Entre las mejores cosas de la Revolución cubana,
reaccionando contra la era de la locura que fue la etapa de la disipación, de
la falsa riqueza, está el haber traído de nuevo el espíritu de la pobreza
irradiante, del pobre sobreabundante por los dones del espíritu. El siglo XIX,
el nuestro, fue creador desde su pobreza. Desde los espejuelos modestos de
Varela, hasta la levita de las oraciones solemnes de Martí, todos nuestros
hombres esenciales fueron hombres pobres. Claro que hubo hombres ricos en el
siglo XIX, que participaron del proceso ascencional de la nación. Pero
comenzaron por quemar su riqueza, por morirse en el destierro, por dar en toda
la extensión de sus campiñas un campanazo que volvía a la pobreza más esencial,
a perderse en el bosque, a lo errante, a la lejanía, a comenzar de nuevo en una
forma primigenia y desnuda. Sentirse más pobre es penetrar en lo desconocido,
donde la certeza consejera se extinguió, donde el hallazgo de una luz o de una
vacilante intuición se paga con la muerte y la desolación primera. Ser más
pobre es estar más rodeado por el milagro, es precisar el animismo de cada
forma; es la espera, hasta que se hace creadora, de la distancia entre las
cosas".
Más adelante, expresa:
"La Revolución cubana
significa que todos los conjuros negativos han sido decapitados (…) Mostramos
la mayor cantidad de luz que puede, hoy por hoy, mostrar un pueblo sobre la
tierra (…) Ya la imagen ha creado una causalidad, es el alba de la era poética
entre nosotros".
Pero colegir de este hermoso
texto (que no podemos siquiera intentar dilucidar aquí y ahora en sus vastas y
complejas implicaciones cosmovisivas), fechado en 1960, y en donde se explaya
su legítima utopía de la revolución, que el propio Lezama, luego de su inicial
y comprensible júbilo, o incluso, como se aprecia en sus cartas, de su alegría
por la aparición de Paradiso, y por su posterior repercusión
internacional, o su alegría por las publicaciones y reconocimientos de 1970,
continuara siempre al lado de la revolución, es tener de la historia, de su
historia, una idea cuando menos ingenua o infantil.
Una intelección detenida de Fragmentos
a su imán, a la luz de la evolución de la propia poética lezamiana, ya
iniciada en Dador, arrojaría una luz oscura sobre sus últimos años, lo
que trataré de esclarecer en un ensayo.
En los poemas referidos, ya no
hay alba, sino infierno:
"Dentro de la botella,
un tercio de año en la humedad de la cueva, un esqueleto, un molino, las bodas:
el barroco carcelario".
Tomado de Cubaencuentro.com, 4 de julio de 2006.
en esa isla se encarnan espíritus clarividentes, y no lo digo en un sentido religioso (no soy espiritista) sino místico, y estos dos pepes (el del XX y el del XIX) son grandes guías del pensamiento insular y humano... creo que ya es hora de volver sobre paradiso, con cada lectura (separadas en varios años, creo que han pasado unos 10 años desde la última vez) mi nuevo "yo" descubre esencias nuevas, eso es lo que me encanta del laberinto lezamiano
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