Páginas

viernes, 6 de junio de 2014

El barroco carcelario






  Jorge Luis Arcos



 Al filo del fin del segundo milenio, la prestigiosa revista Times realizó una encuesta para dar a conocer los eventos más sobresalientes del siglo XX, donde "se encuestaron a 1.245 personalidades, se revisaron más de 456 artículos y se procesaron alrededor de 841 bases de datos en todo el planeta".
 Resulta extremadamente sorprendente que entre los diez libros más votados aparezca Paradiso, de José Lezama Lima, en un quinto lugar, junto a Ulises y Retrato del artista adolescente, de James Joyce; La montaña mágica, de Thomas Mann, El guardián en el centeno, de Salinger; El viejo y el mar y Por quién doblan las campanas, de Hemingway; Las brujas de Salem, de Sartre; El principito, de Saint Exupery, y El nombre de la rosa, de Umberto Eco, según la encuesta: "los libros más difundidos en este siglo, unido a la connotación mundial de los mismos, así como a la influencia que han ejercido sobre el resto de los literatos en el orbe".
 Paradiso, como Ulises o Finegan Wake de Joyce, pertenece a esa extraña y excelsa estirpe de obras más conocidas que leídas por el gran público. Acaso el propio Lezama, consciente de su singularidad, de su extrañeza, escribió: "El Paradiso será comprendido más allá de la razón. Su presencia irá acompañada por el nacimiento de los nuevos sentidos".
 En el momento de su publicación en 1966 —al igual que su antecesora, el Ulises de Joyce—, sufrió no pocas incomprensiones, hasta el punto que, interrogado en la Universidad de La Habana, el propio Fidel Castro se vio obligado a reconocer que Paradiso no era una obra contrarrevolucionaria. 

 Vísperas del ostracismo
 
 Más allá de sus incuestionables méritos literarios y, sobre todo, de su consustancial extrañeza y originalidad, que se encargó de divulgar Julio Cortázar en un oportuno artículo, Para llegar a Lezama Lima, que disparó inmediatamente al etrusco de La Habana Vieja al centro mismo del Boom, esa atmósfera inicial de prohibiciones y recelos favoreció la avidez por su lectura. A contrapelo de la más elemental política editorial, Paradiso no se reeditó en Cuba hasta muy avanzada la década de los ochenta. Incluso, el famoso capítulo ocho, de enfático contenido erótico, motivó que el propio Lezama, irónicamente, dijera para atacar a los lectores superficiales: "Esos son lectores del capítulo ocho".
 Sin embargo, cuatro años después, en 1970, Lezama, a la sazón vicepresidente de la UNEAC, conoció en vida, y por primera (y última) vez en su patria, el reconocimiento que se merecía: fueron publicados ese año, la importante Valoración Múltiple, que le dedicó Casa de las Américas, Poesía completa y La cantidad hechizada, este último reunión de sus más importantes ensayos inéditos, donde Lezama completa su teoría sobre su Sistema poético del mundo, las Eras imaginarias y el Espacio gnóstico americano.
 Era la víspera de su ostracismo. Como es conocido, Lezama había sido jurado, junto a Manuel Díaz Martínez y a otros importantes jurados extranjeros, del controvertido Premio de Poesía Julián del Casal otorgado a Fuera del juego, de Heberto Padilla. Es significativo, en primer lugar, porque Padilla, en 1959, había iniciado una verdadera batalla en contra de José Lezama Lima, con su artículo "La poesía en su lugar", desde las páginas de Lunes de Revolución. Allí afirmaba, por ejemplo, que Lezama padecía de "una imposibilidad esencial para la captación del hecho poético", antes de sentenciar: "Lezama terminó ya…".
 Años después, en su Mala memoria, Padilla realiza una conmovedora evocación de Lezama, reconciliándose para siempre con su obra y con su actitud ética incluso. Pero acaso la crítica ha pasado por alto que al menos tres poemas, fechados en mayo de 1971, y recogidos póstumamente en Fragmentos a su imán, aluden a o son consecuencia del trágico acto de autoinculpación del autor de Fuera del juego, orquestado para su eterno oprobio (de esta) por la Seguridad del Estado, en la UNEAC.
 Ya se conoce que Padilla aludió en su retractación del 27 de abril de 1971 a las posiciones para nada revolucionarias del Maestro, con lo que concluía, acaso a su pesar, y con absoluto éxito, por cierto, con aquella campaña iniciada en 1959, pues a partir de ese momento, 1971, y hasta su muerte, 1976, Lezama vivió confinado en su casa y sin publicar una línea más en su propia patria. Esos poemas son, para el curioso lector, los siguientes: "Sorprendido", "No pregunta" y "Oigo hablar".
 Como una derivación de todo ello, y anticipando ya el efecto de los rigores a que fue sometido hasta su muerte en 1976: muerte civil, no viajes, no publicación, no comparecencias públicas, Lezama escribe también "El cuello", fechado en junio de 1971, donde de alguna manera nombra la poética de buena parte del libro: el barroco carcelario. Este texto y los conocidos "Esperar la ausencia", "¿Y mi cuerpo?", "La caja", "Poner el dedo", son los poemas más desoladores que escribió Lezama. Son el testimonio eterno del poeta devastado por la Historia, su historia, la de la revolución cubana.

 Recuperando al Maestro

 Uno de los escritores más grandes que dio, ya no Cuba, sino el siglo XX, murió en su patria como una suerte de loco excéntrico, temor que él mismo había anticipado en un texto publicado en Orígenes, en 1956, "Oppiano Licario", y que luego formó parte del último capítulo de Paradiso. La historia posterior a su muerte es conocida. Se publican Fragmentos a su imán y Oppiano Licario en 1977, y comienza la recuperación de su figura, y con ella la manipulación ideológica del Maestro.
 No quiero decir con esto que no considere legítima la recuperación de su obra por parte, por cierto, de las promociones más jóvenes de ensayistas y poetas cubanos, los que, de hecho, al hacerlo, se oponían a todo el período oscuro anterior. Su obra, ya hacia fines de la década de los ochenta y sobre todo en los noventa, había sido profusamente elogiada y estudiada en todo el mundo.
 Ante esa incontrovertible realidad, la política cultural de la revolución ha tratado de blanquear el oneroso trato a que fue sometido uno de los cubanos más universales del siglo XX. Para ello, ha recurrido incluso al propio Lezama, quien a principios de la revolución escribió varios textos que no dejan lugar a dudas sobre el entusiasmo con que saludó la nueva época, a saber: "A partir de la poesía" (enero, 1960), de La cantidad hechizada, y los recogidos en Imagen y posibilidad (1981): "El 26 de Julio: imagen y posibilidad" (1968) y "Ernesto Che Guevara, comandante nuestro" (1968).
 Paralelo a ello, Cintio Vitier, a partir del texto de Lezama publicado en Orígenes, "Secularidad de José Martí" (1953), y de algunos editoriales de la revista, donde Lezama enuncia su tesis de la profecía y de la futura encarnación de la poesía en la historia, amén de su tesis de la pobreza irradiante, ha forzado el carácter cosmovisivo y trascendente de las tesis lezamianas y ha concluido con su conocida interpretación teleológica de Orígenes, donde ve a la revolución como la Historia donde ha encarnado la Poesía, es decir, Orígenes.
 El propio Vitier ha contribuido a atenuar la imagen devastadora de los últimos años lezamianos, arguyendo que poco tiempo antes de su muerte las autoridades más altas del país estaban decididas a "descongelar" a Lezama, como si ese mismo acto no resultara ya oprobioso, por su mera posibilidad de existir, como poder demiúrgico que rige las vidas de sus víctimas.
 Vitier, incluso, ha afirmado que no fue Lezama quien se apartó de la revolución, sino al revés. Sólo quiero recordar que su parigual, Virgilio Piñera, murió en similares circunstancias que Lezama, ¡en 1979!, sin que ninguna autoridad lo rehabilitara.
Por cierto, valdría la pena contrastar con aquellos textos de innegable entusiasmo, pasajes como el siguiente, de una carta a Carlos M. Luis, fechada en 1963: "Nuestro ambiente intelectual está más pobre que nunca. Se ha puesto de moda el Virtuosismo, libritos, cositas, yo confesional, intento de himnos babosos, todo acompañado de trompetas propagandísticas. La gentuza piensa en publicar, no en hacer; cuando lo hacen, no crean. Si crean es un homúnculo de algodón". O este otro, al mismo destinatario, en 1964: "¿A qué divinidad tenemos que hacer tantos sacrificios de tristeza y desolación? ¿Por qué desembocamos en este terrible callejón sin salida, sin vislumbres, rodeados de muerte?".

 La mayor aporía creada por Lezama

 Quizás sea conveniente recordar aquel famoso pasaje de "A partir de la poesía" donde Lezama enuncia su tesis de la pobreza irradiante, sin duda la mayor aporía creada por Lezama, aporía incluso a la luz de su posterior y trágica historia personal en la revolución. Escribe allí Lezama:

 "La última era imaginaria, a la cual voy a aludir en esta ocasión, es la posibilidad infinita, que entre nosotros la acompaña José Martí. Entre las mejores cosas de la Revolución cubana, reaccionando contra la era de la locura que fue la etapa de la disipación, de la falsa riqueza, está el haber traído de nuevo el espíritu de la pobreza irradiante, del pobre sobreabundante por los dones del espíritu. El siglo XIX, el nuestro, fue creador desde su pobreza. Desde los espejuelos modestos de Varela, hasta la levita de las oraciones solemnes de Martí, todos nuestros hombres esenciales fueron hombres pobres. Claro que hubo hombres ricos en el siglo XIX, que participaron del proceso ascencional de la nación. Pero comenzaron por quemar su riqueza, por morirse en el destierro, por dar en toda la extensión de sus campiñas un campanazo que volvía a la pobreza más esencial, a perderse en el bosque, a lo errante, a la lejanía, a comenzar de nuevo en una forma primigenia y desnuda. Sentirse más pobre es penetrar en lo desconocido, donde la certeza consejera se extinguió, donde el hallazgo de una luz o de una vacilante intuición se paga con la muerte y la desolación primera. Ser más pobre es estar más rodeado por el milagro, es precisar el animismo de cada forma; es la espera, hasta que se hace creadora, de la distancia entre las cosas".

 Más adelante, expresa:

"La Revolución cubana significa que todos los conjuros negativos han sido decapitados (…) Mostramos la mayor cantidad de luz que puede, hoy por hoy, mostrar un pueblo sobre la tierra (…) Ya la imagen ha creado una causalidad, es el alba de la era poética entre nosotros".

 Pero colegir de este hermoso texto (que no podemos siquiera intentar dilucidar aquí y ahora en sus vastas y complejas implicaciones cosmovisivas), fechado en 1960, y en donde se explaya su legítima utopía de la revolución, que el propio Lezama, luego de su inicial y comprensible júbilo, o incluso, como se aprecia en sus cartas, de su alegría por la aparición de Paradiso, y por su posterior repercusión internacional, o su alegría por las publicaciones y reconocimientos de 1970, continuara siempre al lado de la revolución, es tener de la historia, de su historia, una idea cuando menos ingenua o infantil.
Una intelección detenida de Fragmentos a su imán, a la luz de la evolución de la propia poética lezamiana, ya iniciada en Dador, arrojaría una luz oscura sobre sus últimos años, lo que trataré de esclarecer en un ensayo.
 En los poemas referidos, ya no hay alba, sino infierno:


"Dentro de la botella, 
un tercio de año en la humedad de la cueva,  un esqueleto, un molino, las bodas: 
el barroco carcelario". 



 Tomado de Cubaencuentro.com, 4 de julio de 2006. 

1 comentario:

  1. en esa isla se encarnan espíritus clarividentes, y no lo digo en un sentido religioso (no soy espiritista) sino místico, y estos dos pepes (el del XX y el del XIX) son grandes guías del pensamiento insular y humano... creo que ya es hora de volver sobre paradiso, con cada lectura (separadas en varios años, creo que han pasado unos 10 años desde la última vez) mi nuevo "yo" descubre esencias nuevas, eso es lo que me encanta del laberinto lezamiano

    ResponderEliminar