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viernes, 5 de julio de 2013

En fase experimental





  Hugh Thomas

 Hace ahora diez años que Castro se halla en el poder en Cuba, pero es imposible todavía hacer un balance de su régimen. En Cuba todo es aún objeto de ensayos: la economía, en el mejor de los casos, se aguanta al filo de la navaja; no hay Constitución ni certidumbre alguna sobre el futuro de la sociedad cubana. Las decisiones están cada vez más en manos de Castro, cuya popularidad le facilita un cambio de rumbo casi a voluntad.
 Tal vez pueda hacerse un recuento de pérdidas y ganancias de las actividades del Gobierno revolucionario cubano: por una parte, mejor educación, asistencia sanitaria gratuita, leche para los niños, sentido comunitario y un franco avance en las artes. Por el otro lado, falta de libertad, intransigencia frente a la gran cantidad de gente de mediana edad y de la clase media; una atmósfera constante de crisis y tensión, tragedias en cientos de familias desunidas por la política y las estridencias de la propaganda.
 Pero tal recuento no es muy significativo por varias razones.
 Algunos de los más espectaculares logros de Castro han sido destructivos. Así ha terminado con la increíble corrupción característica, no sólo del Régimen de Batista sino también de los regímenes democráticos anteriores a Batista, e incluso de la antigua Administración colonial. Ya no hay influencia, americana en Cuba, aunque algunas manifestaciones «culturales», tales como el baseball, estén demasiado enraizadas para suprimirlas. Y ha destruido la empresa privada completamente y se está afanando ahora por eliminar la ciudad como ente social preponderante.
 Y en lugar de estas cosas ha habido, desde luego, la revolución, esta extraordinaria creación producto de la oratoria, la energía y la infatigable e intolerante inteligencia de Castro, ayudado al principio por la irreductible postura de Guevara. Sin embargo, aunque la revolución parezca una obra de arte de Castro (y verdaderamente, como cualquier obra de arte, admirada y odiada por razones subjetivas más que por los beneficios o inconvenientes materiales que realmente haya podido causar) han tenido influencia en ella las instituciones o las actitudes que tan a rajatabla ha intentado extirpar.

 LA AUDACIA DE CASTRO

 ¿Qué pensar del súbito cambio de Castro y del Gobierno cubano con respecto a la «identificación» con el bloque soviético en 1960-61? Se necesita una gran audacia y fuerza de voluntad por parte de Castro para emprender una media vuelta tan extraordinaria a los fines proclamados como «liberales». Este cambio ¿era el resultado de una premeditada política marxista, o fue la hostilidad de la Administración Eisenhower lo que forzó a Castro al totalitarismo? Ambas interpretaciones resultan hoy extrañamente anticuadas.
 Hoy, 10 años después de la entrada de Castro en La Habana, más vitoreado por la clase media que por los obreros, y tan alentado por la Iglesia como por el Partido Comunista, parece evidente que el largo periodo de dominio económico, cultural y político de los Estados Unidos le llevó al camino más extremado; tal vez en desafío de las más inmediatas necesidades de Cuba y de los deseos tanto del Partido Comunista Cubano como de la Unión Soviética. Y en este punto la estrategia y la economía se hicieron dominantes: si Cuba rompía comercialmente con los Estados Unidos, sólo Rusia podía comprar la enorme cantidad de azúcar cubano que antes compraban los americanos. Y si iba a romper con los Estados Unidos políticamente, a denunciarlos y a acusarlos de los peores crímenes en el más duro lenguaje, sólo la Unión Soviética podía abastecerla del armamento necesario para defenderse. 




 UN ABSURDO INHERENTE

 De la misma forma, el puritanismo implícito a lo largo de toda la revolución, se explica sólo por la amplia corrupción de que durante años ha imperado en Cuba, y sobre todo, La Habana. Y sí es totalmente absurdo buscar un «partner» comercial tan lejano como Rusia, tampoco puede hacerse una defensa de los medios empleados hasta los años 1950 para la atracción de las divisas, obtenidas principalmente gracias a los burdeles y casinos que hacían famosa a La Habana.
  Pero las consideraciones económicas no son las más acuciantes. Esto es cierto también en lo que se refiere a la destrucción de los últimos vestigios de iniciativa privada el pasado mes de marzo durante la llamada «ofensiva revolucionaria» (hoy en día, fuera de los campesinos, que trabajan por su cuenta, no hay en toda la isla ninguna clase de negocio particular; han desaparecido hasta los puestos de periódicos.)
 Es imposible creer en que esto dé resultados económicos. Por otra parte, los dueños de pequeños comercios, los barmans y los pequeños negociantes de La Habana no eran gratos porque su pasado los acercaba a los Estados Unidos o a los españoles; y una de las razones principales de la caída de la República Cubana entre la independencia de 1902 y la revolución castrista de 1959, era que la economía seguía en manos de españoles, reticentes o incapaces de tomar parte en la política.
 La revolución ha constituido también una experiencia iberoamericana, más que un episodio limitado al Caribe. En cuanto el castrismo tiene simpatizantes intelectuales, los encontraremos en las revoluciones de Méjico o de Guatemala, tal vez en la de Perón en Argentina, en las tradiciones revolucionarias españolas, el anarquismo español y en la guerra civil española.
 Lo que es irónico, pues para todo el Caribe es que el contacto con el resto de las Antillas, por mar o por aire, mediante intercambios culturales o incluso mediante propaganda, es inexistente. Es mucho más difícil llegar hoy a una isla del Caribe desde Cuba, de lo que lo era en 1942. Así, la fraternidad de Cuba con el resto de los países subdesarrollados del mundo que sus dirigentes dicen que existe, o que deberían existir, es también una obra de arte, una combinación de posturas brillantes, más que una filosofía basada en realidades económicas o políticas. El creciente hincapié en la agricultura sí tiene un sentido en la fértil isla, pero no ofrece posibilidades de enlace con países como Méjico, Perú o Bolivia, cuyo suelo no puede ya recibir más gente.
 Cuba, con su bajo ritmo de crecimiento demográfico, no necesita una política de control de natalidad, lo que no sucede en otros países hispanoamericanos. Incluso la sugerencia de que un combate armado al estilo del de Sierra Maestra es el camino para una reforma social en Sudamérica, es un medio que tal vez lleve a muchos hombres valientes a morir en los Andes, pero está totalmente fuera de la realidad.

  UN DIRIGENTE HABILIDOSO

 Anteriormente, Cuba era un suburbio desafortunado de Norteamérica, una parte del viejo mundo en decadencia, mucho más que un acicate del mundo afortunado del futuro. Más adelante, las hábiles maniobras de Castro, entre 1956 y 1959, en la prensa libre, especialmente la americana, y lo que puede llamarse su organización política de su guerrilla que tanto contribuyó a su victoria, no aparece como una posibilidad pana el resto de Hispanoamérica. Es más: en algunas ocasiones, la revolución de Castro en su protesta contra la sórdida y corrompida política capitalista de Cuba parece más un reto a los países adelantados que a los sub-desarrollados; es una señal para la revolucionaria Florida antes que para Bolivia.
 Porque Castro y sus amigos no ocuparon una antigua colonia española pobre, aletargada y atrasada; sino un país rico en el que la riqueza estaba desigualmente repartida, en el que las riquezas habían anulado las esperanzas de una política democrática, en el que había una sofisticada tradición de gangsterismo semejante a la de Chicago y donde el punto clave para destruir a los «liberales» era más el número de aparatos de televisión de que Castro podía disponer que la pobreza de la tierra.

 "La revolución de Cuba sigue en fase experimental después de diez años", (Servicio Especial -The Time- La Vanguardia, jueves 20 de febrero de 1969. 

 Fotografías: Luc Chessex. 

 
    

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