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lunes, 6 de mayo de 2013

La ruta de Bagdad



 

Regino Pedroso


I

Fue bajo el esplendor de una mañana
de sedas y de pálidos destellos;
cruzaba bajo el sol la caravana
al lento cabecear de los camellos.

Una dulce pereza musulmana
nos envolvía en su quietud, y bellos
los dedos de tu mano sultana
mesaban la pelambre de sus cuellos.

Sobre la ruta de Bagdad fue un día...
El amor en tus ojos florecía
sus fiebres locas, y a tus pies, vencido,
esclavo en tus pupilas fascinantes,
mis labios imploraron suplicantes
un amor sin la muerte ni el olvido.

II

Un amor sin la muerte ni el olvido...!
Y en tus pupilas, mi implorar en vano,
como en un mar de luz desconocido,
naufragaba en las ondas de lo arcano.

Agonizante el sol, en un lejano
crepúsculo de seda revestido,
con un rito hierático y profano
prestigiaba de gemas tu vestido.

Suntuosas tus diademas de amatistas
cantaron sus espléndidas conquistas
sobre el áureo fulgor de tus cabellos.

Y contemplaron, en glorioso alarde,
quebrarse ante sus ojos tus camellos
la pálida turquesa de la tarde.

III

Sedas de Esmirna, y oro, y pedrería
de un Oriente suntuoso y legendario,
te dieron su esplendor de orfebrería
con un remoto fausto milenario.

La púrpura de Tiro te envolvía
como en llamas, y mármol estatuario,
tu cuerpo en la liturgia se ofrecía
entre incienso y aromas de santuario.

Un sacerdote salmodiaba un rezo.
Tu boca -cáliz de oblación-, un beso
al dios alzaba como ofrenda muda.

Y ante el ara magnífica, postrada,
fue un manto de oro a tu esbeltez desnuda
la hermosa cabellera destrenzada.

IV

¿A dónde ibas? ¿Al Cairo? ¿Hasta Bassora?
¿A la lejana India? ¿En qué tranquila
ciudad maravillosa y seductora
soñaba misteriosa tu pupila?

Los altos minaretes, en la hora,
recortando en la luz su larga fila,
una ciudad de encanto, soñadora,
brindaron a tus ojos de sibila.

Cantaban tus esclavas, jubilosas:
Rebecas con sus ánforas preciosas;
los negros camelleros daban gritos...

Y a mi amor te entregaste toda entera
blanca y desnuda en voluptuosos ritos,
tendida sobre pieles de pantera.

V

Y fue final a mi ilusión tu viaje.
Alados toros, en un templo asirio,
te vieron, en rendido vasallaje,
con locura de místico delirio

Los ópalos, cayendo con tu traje
de tu cuello, ante el Baal de tu martirio,
llamearon fuego de ritual salvaje
sobre tu blanca desnudez de lirio.

Fue así más fuerte que el amor el fuego
sagrado de tu fe; inútil ruego
fue el correr de mis lágrimas tranquilas.

Enmudecía tu reír sonoro...
Y una visión de púrpura y de oro
moría sobre el mar de tus pupilas.

VI

Princesa de Bassora; deslumbrantes
tus collares, tus cofres y diademas,
cantaron como en bíblicos poemas
litúrgicos amores lujuriantes.

Como Belkiss, tus manos centelleantes
de sortijas fantásticas y gemas,
fueron sabias, amantes y supremas,
al amor y a tus blancos elefantes.

Sobre la ruta de Bagdad sus cuellos
hoy alargan, dolientes, tus camellos.
¡Nunca sus ojos tornarán a verte!

Pero en su marcha lánguida, sin prisa,
van soñando en el oro de tu risa,
en triste caravana hacia la muerte.


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