Recientemente ha fallecido el famoso detective norteamericano Allan
Pinkerton. Dotado de excepcionales condiciones, odiando encarnizadamente a los
delincuentes, poseía recursos inesperados y abundantísimos para descubrirlos;
con intuición pasmosa adivinaba sus pensamientos, con actividad incansable salíales
al paso y con entereza extraordinaria desconcertaba sus siniestros planes. En
el vasto Estado norteamericano llegó a adquirir tal relieve su personalidad y
tal importancia su oficina, que la seguridad pública no se comprendía sin su
intervención, ni había centro policíaco europeo con quien no mantuviera constantes
relaciones.
Imposible enumerar sus hechos, tan
múltiples como asombrosos; algunos tocaban a los límites de lo novelesco.
Citaremos tan sólo el
descubrimiento del autor de un robo de 20 millones de libras esterlinas
cometido al Banco de Inglaterra, ya que tenemos en litigio otro robo al Banco
de España, aunque la suma robada, con relación a aquélla, sea insignificante. Meses
enteros consagró Pinkerton a la persecución del asunto, harto enrevesado siempre,
y todo el mundo desconfiaba de llegar a conseguir el descubrimiento de delito
tan escandaloso.
En la poética isla de Cuba, perdida para siempre para los españoles, celebrábase una noche, hace algunos años, espléndida fiesta en casa de un millonario americano. Lo más selecto de aquella sociedad distinguida y riquísima habíase dado cita en los suntuosos salones; nada había comparable en elegancia, en alegría y en buen tono a cuanto allí se congregaba: derroches de esplendidez en todo: mujeres hermosas, hombres representantes de la banca, de la ilustración, de la milicia, las autoridades superiores; todo lo que más valía, allí estaba congregado.
En la poética isla de Cuba, perdida para siempre para los españoles, celebrábase una noche, hace algunos años, espléndida fiesta en casa de un millonario americano. Lo más selecto de aquella sociedad distinguida y riquísima habíase dado cita en los suntuosos salones; nada había comparable en elegancia, en alegría y en buen tono a cuanto allí se congregaba: derroches de esplendidez en todo: mujeres hermosas, hombres representantes de la banca, de la ilustración, de la milicia, las autoridades superiores; todo lo que más valía, allí estaba congregado.
De pronto, aquellas expansiones se
detienen; cierto número de individuos entran en los salones inopinadamente y
uno de ellos dirigiéndose al dueño de la casa, le dice:
—Justín Bidiwel, queda usted preso
en virtud de esta orden.
Era el autor del robo al Banco, y
Pinkerton había empleado un trabajo de benedictino hasta obtener la prueba acabada
de su culpabilidad.
Si hubiéramos de referir los
ingeniosos recursos de que se valió diferentes veces, constituiríamos un libro
inapreciable.
Museo criminal, 1ro diciembre de 1907.
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