El volcán Mihara acompaña con broncos ruidos
la monótona plegaria de los sacerdotes budistas, congregados cerca del cráter
para rogar por las almas de los numerosos japoneses suicidas que han buscado la
muerte arrojándose a las entrañas del volcán, porque en Tokio se ha
desarrollado una verdadera epidemia suicida. Centenares de personas han dado el
salto fatal buscando el ardiente y fatal beso de Mihara.
Los sacerdotes de Tokio han acudido al cráter
del volcán para elevar desde allí sus plegarias a Buda y pedirle que suprima
las causas que impulsan a los hijos del Imperio del Sol Naciente a cometer
suicidio o, por lo menos, que les quite de la cabeza semejante tontería.
La ceremonia empieza: veinticinco sacerdotes
suben lentamente a la montaña volcánica cuando aun es de noche, y al aparecer
los primeros rayos del sol naciente inician sus plegarias y sus ritos
destinados a arrojar de las inmediaciones del cráter el “espíritu de la muerte”.
Mientras el sol está sobre el horizonte el canturreo y las oraciones continúan,
y ya bien entrada la noche abandonan la isla Oshuma, la Isla de la Muerte,
tristemente célebre en el Extremo Oriente, con la esperanza de que, con sus
plegarias de dieciséis horas seguidas, habrán contenido la epidemia suicida.
Desde hace mucho tiempo la isla Oshuma era un lugar predilecto de excursionistas,
especialmente de Tokio.
Una compañía de navegación estableció una
línea de Tokio a Oshuma e hizo todo lo posible por hacer popular la excursión. Llevó a la isla camellos de la
Mongolia para trasportar en ellos a los turistas desde el desembarcadero al
cráter del volcán. Estos camellos se exhibieron durante algún tiempo por las
calles de Tokio con los carteles de propaganda
convenientes, haciendo un gran reclamo de la isla Oshuma. La compañía reclutó a
un jefe de publicidad, encargado de ensalzar los atractivos del volcán.
Este individuo tuvo la desgraciada idea de
aprovechar el primer suicidio de un infeliz que se arrojó por la chimenea del
volcán, de describirlo con los detalles "poéticos" para los efectos
de reclamo de la isla. A esta singular
propaganda se debe que los suicidas afluyeran a Oshuma para dar fin a sus días
con el salto fatal, desarrollándose desde entonces una verdadera epidemia suicida.
Los japoneses siempre fueron muy dados al
suicidio, recurriendo a los medios más estrafalarios. Puede decirse que hoy no
hay ningún rincón que no sea tumba de algún suicida. La cascada de Kegon, cerca
de Nikko, se ha hecho tristemente célebre por el número de excursionistas que con
la disculpa de ir a ver el inmenso chorro de agua espumante, se arrojaban a él
para destrozarse entre las peñas del fondo.
En el año pasado, más de cien personas se han
arrojado al cráter del volcán Mihara, a pesar de haberse colocado en las
inmediaciones varios vigilantes y guardias de Seguridad para evitar los suicidios.
También hay un servicio de detectives encargado de vigilar a la llegada de los
barcos excursionistas a Motoroma a los viajeros a ver si alguno tiene en el
rostro aspecto de estar cansado de la vida. Las personas sospechosas y las que
no dan su palabra de honor de no suicidarse en el volcán son detenidas y no se las deja hacer la
ascensión.
No hace aún quince días, en
un solo domingo se arrojaron cráter abajo seis jóvenes, a pesar de toda
vigilancia. En ese mismo domingo los detectives pudieron evitar que otras cuatro
personas se suicidasen.
Una mujer fue retirada del borde del cráter,
pero en un momento de descuido se tomó un veneno y cayó muerta a los pocos instantes.
Al fin y al cabo había logrado morir en tan poética montaña.
1933
Nota: Léase
Ōshima
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