Fernando Ortiz
Hagamos un brevísimo resumen de nuestro
trabajo. En ocho objetos arqueológicos, hallados casi todos en las cavernas de
la región oriental de Cuba durante los últimos lustros, se ha advertido la
llamativa presencia de una imagen constituida por una cabeza y dos brazos, el
uno (casi siempre el derecho) alzado hacia la cabeza y el otro doblado hacia
abajo y a veces con la mano sobre el pecho. Indudablemente, lo inusitado y
repetido del ademán le da a esas figuras indias un típico carácter simbólico y
religioso. Tratando de interpretar su simbolismo hemos analizado los elementos
estructurales de tales figurillas y los hemos reducido a su síntesis
esquemática por un círculo con dos curvas alabeadas y contrapuestas en forma de
sigma. Tal esquema nos parece de inequívoco simbolismo rotatorio y, por eso y
por otros muchos factores complementarios, hemos llegado a opinar que ese
símbolo cefalosigmoideo representa al dios del huracán, de ese fenómeno
meteórico tan temido de los indios antillanos como de sus conquistadores.
Por una investigación de mitología comparada,
hemos estudiado los símbolos de los vientos, trombas, tornados y tempestades en
general, así en el Antiguo Mundo como en el Nuevo. Desde los símbolos
anemográficos más simples, como las espirales y las sigmas, y pasando por las
diskeles, triskeles y svásticas, hasta las figuraciones biomorfas, como seres
animales o humanos, ya en el esplendor artístico de las culturas y religiones
de Egipto, Asiria, Creta, Grecia, Etruria, Roma, Iberia, India, China, Japón y,
al fin, en las de toda Indoamérica.
Obligados por las complejidades y analogías del tema, hemos investigado
acerca de los dioses unípedes y de sus derivados en los continentes americano y
euroasiático, del simbolismo mitomórfico de serpientes y dragones, y de los
supuestos dioses elefantinos de la América precolombina. Nos hemos entretenido
en la muy verosímil hipótesis de que los símbolos cefalosigmoideos de las
consabidas imágenes indocubanas sean a la vez alegorías icónicas del huracán y
del terremoto, o sea del poderoso numen que los gobierna. Hemos señalado la
relación ideológica y gráfica de todos esos símbolos con los grandes caracoles
marinos, con el tabaco y con la mitología de la fecundidad. En fin, hemos
llegado a la conclusión de que el típico símbolo indocubano estudiado representa
el Dios de las Tempestades en el paroxismo de su terrible dinamia rotatoria, en
la Danza del Huracán.
En conclusión, creemos que las consabidas
figuras androsigmoideas de los indios cubanos que han motivado este estudio
eran símbolos icónicos de los dioses del ciclón y de toda tempestad; imágenes
de Guabancex, de Maboya o de Jurakán.
Para llegar a este juicio hemos acudido al
análisis de las figuras y de sus elementos integrativos, a la lógica de la
historia de los símbolos de las espirales, sigmas, trisquetras y svásticas, a
las noticias de los cronistas e historiadores de las Antillas, a las mitologías
de los pueblos del Nuevo Mundo y del Viejo y a los datos de la etnografía
comparada. Creemos haber trabado razonadamente los argumentos y haber llegado
fundadamente a ciertas inferencias.
Sin embargo, es lo cierto que a lo largo de
esta investigación no hemos hallado figura alguna que con absoluta exactitud
contenga los elementos característicos de la imagen cefalosigmoidea de los
indios cubanos. Podemos, pues, decir todavía que aquella figura simbólica es
“la más típica de Cuba”.
Queremos añadir que aun cuando esas imágenes
androsigmoideas sean hasta hoy, que sepamos, exclusivamente indocubanas, no hay
que excluir que no puedan hallarse otras homomorfas en las demás Antillas,
particularmente en las antiguas Quisqueya, Borinquen y Jamaica, en las cuales
hubo las mismas culturas que en Cuba lograron las artes plásticas. Sería por
esto de interés extender las investigaciones a los restos arqueológicos
indoquisqueyanos, particularmente al territorio de la actual República
Dominicana más que al de Haití, porque esa región oriental de la antigua
Quisqueya, la más cercana a Puerto Rico, es de las más afligidas por los
ciclones, tanto como la mitad occidental de Cuba. Parece que el simbolismo
sigmoideo debiera de hallarse también en las figuraciones de los artistas
indios de aquellos países, aun cuando no es indispensable que ello suceda. No
obstante, parece que no ha ocurrido así. Boyrie Moya, el arqueólogo dominicano,
es concluyente: “Yo considero esta figura hasta ahora (y ello salvo opinión más
autorizada al respecto) como algo puramente cubano; es más, algo así como un
distintivo casi tribal de los indios del oriente de Cuba”.
Esta exclusividad cubana de los típicos iconos
ha llevado al mismo E. de Boyrie Moya a pensar acerca de la época de dichas
figuras. “Lo escaso y local de sus apariciones y el hecho de no hallarse hasta
ahora nada que se le asemeje en las demás islas, especialmente en la Hispaniola,
me inclinan a pensar en que su significado o simbolismo podrían muy bien estar
relacionados con algún hecho o ritual surgido en los años que siguieron al
descubrimiento, entre los indios taínos que pasaron de la Hispaniola a Cuba
huyendo de los repartimientos y persecuciones de los españoles y que por tal
motivo tuvieron buen cuidado en evitar todo nuevo contacto con estas tierras.
La misma escasa aparición de esa figura en el oriente de Cuba podría indicar
que se originó en los últimos años de la libre existencia de los indios allí,
por lo que no tuvo tiempo de ser difundida como otras figuras típicas muy
comunes que fueron copiadas por incontadas generaciones.” No participamos de
esa opinión. Las figuras, sobre todo las esculpidas en rocas estalacmíticas de
las cavernas inmediatas a la costa oriental de Cuba, o sea a la abismal fosa de
Bartlett, son de hechura muy burda y arcaica, propia de una cultura bastante
atrasada. Su antropomorfismo y la presencia de las imágenes cefalosigmoideas de
los cubanos precolombinos, así en las estatuas de sus cavernas como en los
tipos de su cerámica, nos llevan a opinar que aquéllas fueron obra original de
la cultura siboney; o sea de la primitiva cultura aruaca que ocupó las Antillas
y que luego se transformó en taína. No de la cultura o culturas que precedieron
en las Antillas a la aruaca-siboney, porque no está probado que ellas tuvieran
esculturas, ni petroglifos icónicos, ni cerámica alguna. No obstante todo lo
dicho, la teoría que se ofrece en este libro no es sino una hipótesis sometida
a la consideración de observadores más perspicaces y afortunados.
De todos modos, es cierto que no hay otro
símbolo más típico de la prehistoria cubana que éste. Símbolo propicio por
varios conceptos para los alegorismos nacionalistas de Cuba. Ojalá nadie lo
interprete en nuestra patria como una semisvástica cavernaria, como habría
sugerido Déchelette. Si acaso un día se acude a su posible emblemismo, séalo de
una “revolución con cabeza y manos poderosas”, o sea de vitalidad y de creación.
Tomado de El huracán su
mitología y sus símbolos, FCE, 1947.
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