Lorenzo García Vega
Como consecuencia de buscar la identidad a
través de lo desatado romántico, el loco ha sido el héroe de nuestra historia
(recordemos que, en la adoración cubana por el líder pre-castrista Eduardo Chibás
se unía, a la fascinación con el loco, el respeto por el hombre público
honrado). El loco prueba de autenticidad. Pues se ha creído, siempre, entre
nosotros, que si no se está loco se es sospechoso. Así Octavio Armand, cicatriz
sin cuerpo, desde este exilio me dice: “Quiero escribir sobre Zequeira, el
poeta que se hacía invisible con un sombrero: él tiene que ser auténtico. Pues
no se puede confiar en ningún cubano, hasta que no se pruebe su alienación”.
Idolatría del héroe loco. Por esa idolatría,
Ponce fue uno de los pocos pintores cubanos aceptados por nuestra estúpida
burguesía. Por esa idolatría, el líder máximo, quien fue considerado como el
máximo loco, también fue adorado por nuestra estúpida burguesía (la entrada del
líder máximo en La Habana fue la entrada del loco en la ciudad: se suponía que
todo era posible).
Se supone, diría Sarduy, que la realidad es un
círculo, y que el único centro es el loco, pero, diría Sarduy, nuestra realidad no
es un círculo, sino una elipse, por lo que el loco sólo es un foco. Un foco, el
loco, de una elipse, donde el otro foco es el Autonomista, o el bombín de mármol,
o el cabeza de mármol, o el Dr. Katzob, o la gran dama de la grandeza venida a
menos. Y estos dos focos parecen realidades contrapuestas e inconciliables,
pero estos dos focos no son realidades contrapuestas e inconciliables.
Los años
de Orígenes, 1976, Caracas, Monte Ávila Editores, pp- 232-33.
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