Pocas cosas han ocurrido en los
últimos quince días transcurridos desde nuestra última crónica, que merezcan
llamar vuestra atención. Pero entre estas pocas, figura en primer lugar el
nuevo establecimiento que el Sr. Viñas acaba de abrir en la calle de Oreilly y
que sin disputa merece una honorífica mención. Se titula: La Isla de Cuba; Eco de Londres y París, y es digno, por cierto, de
ser visitado por la sociedad de buen tono, tanto por el lujo asiático con que
está adornado, cuanto por la diversidad de objetos de última moda y demás
primores que contiene.
El Sr. Viñas ha sabido interpretar el gusto de
nuestras elegantes y a nuestro entender tiene motivos para estar orgulloso de
su obra. Pocos establecimientos existen hoy en la Habana que puedan competir en
magnificencia y buen gusto con el que nos ocupa, y no dudamos que muchas de
vosotras esperimentareis el más grato placer al visitarlo. El retrete que el
Sr. Viñas os ha dedicado, es un pequeño salón en el cual encontraréis abanicos
a la Duquesa de Montpensier, de
marfil, calados unos, otros sin calar y la generalidad dorados; otros de plumas
pintadas y de un gusto raro y caprichoso que se llaman a la Princesa de Joinville. Ricos vestidos de todas clases, sobresaliendo
entre ellos los de encaje bordado. Quitaluces, adorno de gran tono, propio para
el teatro. Bertas de todos gustos, capotas preciosas, camisillas, cintas de mil
caprichos y otra infinidad de objetos que no podemos recordar.
El colibrí,
1847, p. 229
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