Esteban Casañas Lostal
Fue una de esas tardes bochornosas de Santiago
la última vez que compartimos, la puerta de su casa permanecía abierta de par
en par, mostraba con indiferencia y descaro todas sus miserias. La sala era
bastante amplia para los pocos muebles, los mismos que tal vez pertenecieron a
su abuelo, no recuerdo exactamente si eran de mimbre. Junto a mi butaca y sobre
el piso, un vaso a medias de Paticruzao sin hielo, como lo bebían allá, puro
strike. Piri no bebía desde hacía mucho tiempo, la salud no se lo permitía, me
dijo que se había convertido en una olla de presión a punto de explotar.
Hablábamos de cosas sin importancia, nada lo era y todo nos inquietaba, lo
hacíamos muy mal, tal vez bien, quién pudiera saberlo, nos cuidábamos de las
paredes con orejas. Nuestra conversación era un susurro muchas veces
interrumpido por la gritería de sus hijos, eran varios, no recuerdo cuantos.
Al fondo de aquella sala se empinaba una
rústica escalera de madera, muy mal trabajada. Algunas de sus tablas conservaban
viejos letreros, varias de ellas escritas en el alfabeto cirílico, otras en
chino. Pude leer una que decía claramente, como si fuera el título de una
película: “Carne en conserva”. Unos pasos antes de llegar a la cima, existía
otro pedazo de tabla que decía: “Made in U.R.S…”
Yo sabía, todos sabíamos desde dónde había
viajado aquel pedazo de madera, pero el serrucho eliminó la última S para dar
entrada a una puerta. No era una puerta en el sentido correcto de la palabra,
parecía la entrada de una cueva. Luego me contó con orgullo exagerado, sano,
casi infantil, que en aquella barbacoa artesanal dormían sus “Chivos”.
Estábamos enrolados en el buque Moncada, yo como Primer Oficial y él como
camarotero, pero nos conocíamos desde hacía muchos años.
-¿Sabes una cosa? No me gusta mucho el cuadro
que tiene formado el Capitán Juan Carlos en ese barco. Me detuve para observar
su reacción, lo que continuaría diciendo muy bien podía ofenderlo y debía ser
precavido en mis manifestaciones por mucha confianza que le tuviera. Piri
pertenecía a ese grupo de combatientes de la Sierra Maestra que una vez dejaron
como paquete de regalos en la marina mercante, quizás fueron los que de verdad
sonaron tiros por toda la isla para librarnos de Batista.
-Chivo, a mí tampoco me gusta ese piquete.
Nadie dejaba de ser un simple chivo para él, poco importaba el rango a bordo,
nunca se encontró embarcado, más bien trabajaba en una chivería. Resultaba
simpático cuando pronunciaba aquella palabra tan presente en su diario
vocabulario, la ausencia total de dientes en su boca, producían un sonido
semejante al escape de aire comprimido en cualquier tanque siempre que la
palabra se iniciara con ceache. Si le prestabas atención al movimiento de sus
labios, las vibraciones originadas insistían en mantenerse latentes por el
resto de la palabra y le brindaban cierto aire de comicidad. La chiva nos trajo
un platillo con chicharritas algo requemadas para acompañar el traguito y
detuvimos la charla. Entró una vecina y me la presentaron formalmente, después
del protocolo se llegó hasta el platillo y se llenó la palma de la mano
izquierda, todo eso sin nadie invitarla, tuvo que ser una vecina de mucha
confianza, pensé. Se quedó un rato parada en medio de la sala mientras consumía
una a una cada chicharrita, nos habló de sus desventuras cotidianas y los
sufrimientos pasados en la cola de la luz brillante esa mañana. Habló también
sobre la hija de Antonia, otra vecina que vive a tres puertas de la chivería.
Dijo Lucrecia, porque al final tuve que preguntarle el nombre, que la hija de
Antonia tiene problemas ideológicos y la habían trabado la noche anterior en un
tranque con un marino griego. Dijo, la policía la agarró en la Alameda y se la
llevó para la estación, y como ella, hablo ahora de Lucrecia, es la secretaria
de vigilancia en el Comité de Defensa de la Revolución, Antonia le tocó la
puerta a las tres de la madrugada para que la ayudara a liberar a su hija. Como
buena y revolucionaria solidaria, acompañó a su vecina hasta la estación de
policía y habló con el comisario político. Después, le dio una charla
revolucionaria a la hija de Antonia para que evitara caer en esos errores, pero
no le dijo nada sobre como poder solucionar la escasez de blúmers, jabones,
ajustadores, etc. Esto no me lo dijo ella, lo pensé yo. Por suerte no aceptó el
trago y se marchó cuando terminó de consumir las chicharritas, que como les
dije, se las fue metiendo en la boca de una en una.
-Piri, yo no he sacado la ropa de mi maleta.
Estiré la mano por encima del brazo de la butaca y tomé el vaso del piso sin
quitarle los ojos del rostro.
-¡Chivooooooos! ¡Dejen de joder, coño! No sé
si lo último que le dije fue la razón de ese repentino enojo, raro en él, pues
si de algo tengo constancia es de ese dulce y casi tierno carácter invariable
que lo distinguía del resto de las tripulaciones con las que navegamos.
¡El Chivo, carajo! Si pudiera haberlo tenido
de compañero en esta aventura del exilio, creo que murió antes de yo partir,
pero lo disfruté en otros dos barcos. Navegó conmigo en el Aracelio Iglesias y
en el Bahía de Cienfuegos. Siempre igual, nunca cambió, tampoco se puso los
dientes y no imagino cómo rayos trituraba los chicharrones, era como los
Sábalos, sin dientes, pero le partían el anzuelo a cualquier pescador. Dormía poco,
creo que a casi todos los de su grupo les sucedía lo mismo, psicosis de guerra
o persecución de los fantasmas de sus muertos, porque alguno debieron producir
durante esa guerra. Tampoco se peinaba, siempre andaba con esos pelos que
limitan entre pelos y pasas, parados. Como si estuvieran sometidos a un asedio
constante de la electricidad estática. Puede que no se lavara la cara al
levantarse, lo encontrabas con el rostro brillante a cualquier hora, ausente de
jabón y agua. El día que se bañaba era de fiesta, toda la tripulación se daba
cuenta y lo celebraba. ¡Eso, sí! Era muy querido y recordado a la hora del
desayuno o el postre. Nunca nos dijo donde aprendió, pero el mejor pan horneado
en un barco fue preparado por el Piri, y el mejor flan también, tal vez por esa
razón haya sido tan querido por la marinería.
-¿Sabes una cosa? Yo no tengo pensado salir a
viaje en ese barco. Le dije después del tercer trago, un poco antes de partir
hacia el hotel Casa Granda en busca de cualquier putica que me hiciera feliz.
El chivo no me dijo nada, insistió en rellenar el vaso nuevamente, pero eran
las diez de la noche y no tenía sentido interrumpir aquella campechana
felicidad que se respiraba en lo que fuera su granja.
-¡Sobrecargo! Prepare el desenrolo de Germán
Piri Bragado por problemas familiares. Le decía Juan Carlos al sobrecargo del
buque cuando entré a su oficina a despachar asuntos de la carga, miré a Piri y
la respuesta recibida fue muy seria.
-La mujer está loca y anoche sufrió un ataque.
Dijo el Capitán cuando pregunté por la suerte de Piri, me mostró el certificado
médico presentado.
-¡Ven acá, cacho de cabrón! ¿Cuándo coño se
volvió loca la chiva?
-¿Y tu piensas que yo soy comemierda? Anoche
me dijiste que no tenías pensado salir a viaje en este barco. ¿Me ibas a dejar
embarcado? ¡No, hombre! Yo no navego una milla con esta pandilla de nagüitos.
No supe qué rayos responderle, no sabía si hablarle bien o mal de los
orientales, él lo era también, pero pertenecía a esa especie que yo conocí en
el sesenta y uno, la gente más hospitalaria de Cuba.
Nos separamos esa vez y nos volvimos a
encontrar, no recuerdo exactamente cuándo fue la última vez, han pasado muchos
años, tantos, que hoy me veo obligado a revolver las gavetas de mi memoria para
reunirme nuevamente con él. Se tira en cualquier sitio del puente o cuarto de
derrota, finge dormir y me mira entre pestañas, me vigila. No se entera del
bandazo o cabezada sufrida por el buque, poco le interesa. Cierra firmemente
los ojos y trata de escalar algunas montañas de la Sierra Maestra. Se abre paso
en el llano a golpe de disparos de escopetas, ¿de cuál tropa era? Los escuchaba
discutir en la popa muchas veces, unos reclamaban la gloria de Camilo, otros,
habían bajado con el Che. Los más sectarios pertenecían a Efigenio, ninguno de
ellos bajó con la gente de Raúl o Fidel. Lo cierto es que los abandonaron
cuando comenzaron a estorbar y no quedaba pedazo del pastel por repartir. Los
conocí de cerca, viví con ellos y estoy convencido de algo, sus luchas y
rebeldía tuvieron sus justificaciones. Ellos trataron de regalarnos un mundo
nuevo, pero el tiempo les demostró cuan equivocados estaban. Gastaron lo mejor
de sus vidas en una lucha cuyo precio fue lograr derrotar a un déspota para
colocar a uno peor en el poder, el mismo que los regaló a la flota mercante
cuando se convirtieron en un estorbo dentro del gobierno.
Piri murió antes de que yo partiera
definitivamente de Cuba, combatió en la Sierra Maestra, pero fue de aquellos
hombres que hoy, medio siglo después de su gesta, fueron traicionados junto a
su pueblo. Varios años después, aquellos “nagüitos” comenzaron a ser
identificados por los pueblos del oeste de la isla como “Palestinos”. Seres muy
odiados en la capital cubana.
-¡Chivo! Hazme la media hasta el aeropuerto. El
Piri me acompañó y bebimos varios Mojitos, llegué con olor a ron a La Habana,
el viaje es muy corto.
Tomado de Escorado.
Aquí sí hubo un comentario que ha sido borrado. Se trataba de una aclaración sobre el tratamiento despectivo, dado a los ciudadanos de la región oriental y entre ellos a los de Santiago de Cuba.
ResponderEliminarNi somos "naguitos" ni somos "palestinos" y es feo generalizar y alentar tal grado de regionalismo lleno de odio.
A raíz de mi comentario, este blog instauró la censura sin siquiera argumentar acerca de mi planteamiento. Un acto no creíble de un blog llevado por intelectuales cubanos que estudiaron, dicho sea de paso, en Universidades cubanas.
Y con ese odio piensan convencer a alguien?
Veremos el origen de Esteban Casañas, que no sé a cuál región de Cuba pertenecerá, que le da ese linaje especial y superioridad oceánica.
NO es cuestión de censurar sino de argumentar.
Vamos a ver quién es Esteban Casañas y sus acólitos.
Una cubana sin odios regionalistas.
Bueno, debo hacerles saber que luego leeré con más calma el relato. Creo que enfoqué en esas palabras pero quizás el se refiera a cierto grupo de personas.
ResponderEliminaren cualquier caso está feo decir que en Occidente odian a esas personas. Qué pensará un extranjero al leer esa afirmación.
Así que el Sr. Esteban es marino de altamar?
En fin, el mar...