El abanico en las manos de una mujer, es tanto como los
alambres eléctricos en poder de un telegrafista. Este, por medio del telégrafo,
se entiende con las personas sin desplegar sus labios; aquellas, por medio del abanico, hablan
con los hombres sin pronunciar una palabra. ¿En qué consiste, pues, el lenguaje del abanico?
La mujer que abre y cierra su abanico muchas
veces, y en un corto espacio de tiempo, o tiene celos, o se siente dominada por
la cólera.
La que, por el contrario, lo abre y lo
cierra con mucha pausa, es porque observa con indiferencia a los que la miran.
La que lo cierra de golpe y como con rabia,
indica desdén.
La que se entretiene en jugar con sus
varillas, amor hacia el
que la mira.
La que estando abanicándose fija de repente
sus ojos en las pinturas del
país, da una cita a un amante por medio de esta seña: contando
después las varillas, se indica la hora.
La que lo mantiene cerrado durante unos
instantes, y después se abanica muy despacio, quiere dar a entender que su
corazón está ocupado.
La que después de mirar a un hombre se
abanica muy de prisa, indica que le ama.
La que lo lleva cerrado, y en vez de tocarle
por la unión de las varillas lo coge por el lado opuesto, da a entender
a los que la miran que no tiene amante.
El hombre declara su amor a la mujer
entregándole el
abanico entreabierto. Si ella le abre del todo, indica que corresponde a su
cariño; pero si lo cierra, manifiesta claramente que no le ama.
Cuando el abanico se da por las
varillas, significa amistad; por el lado opuesto, odio.
Todas estas observaciones nos han sido
comunicadas en secreto por una hermosa niña, y nosotros se las referimos,
también en secreto, a nuestros lectores.
Museo
cómico o Tesoro de los chistes, 1863, pp. 284-85.
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