Fernando Tarrida del Mármol
"Yo en tú
lugar me haría cortar el brazo en seguida", dice Toinotte a Aryan, el enfermo
imaginario.
La alegre
doctora no estaba desprovista del todo de razón, si hemos de creer a un
fabricante inglés de miembros artificiales, el cual acaba de publicar en
Londres el resultado de sus estadísticas, tomadas desde 1853, sobre la
longevidad de los mutilados que usan brazos o piernas de madera en defecto de
los naturales. De las cifras publicadas, resulta que las tres cuartas partes de
esos mutilados alcanzan edades avanzadas, disfrutan de buena salud y poseen
fuerza física e intelectual poco común, cuyo resultado explica por el hecho de
que la pérdida de una parte del cuerpo disminuye el número de las partes que
contribuyen a absorber las fuerzas iniciales de cada uno, dispone y favorecen así las partes que quedan intactas.
En resumen,
la teoría de Toinette, quien decía:
—“¿No ves que
este brazo atrae hacia sí todo el alimento y que impide a este lado aprovecharse
de él?”
Moliere era,
pues, un precursor.
Apresuraos,
señores, a que os corten las piernas; y al mismo tiempo que prolongaréis
vuestra vida, facilitaréis los negocios de los fabricantes de miembros
artificiales; mas esperad a que éstos os den el ejemplo.
Como al principio
La aviación
cuenta por el momento con más partidarios que la dirección de los globos; el
ave vuela, dicen, aunque sea más pesada que el aire; ¿por qué no ha de volar
una ave mecánica? Por lo demás, preciso es reconocer que se han hecho grandes
progresos en la construcción de autómatas; hasta el punto de que, sensibilidad
aparte, podría darse el caso de que la muñeca de Audran dejase de ser una
quimera.
Entre los
animales mecánicos más notables, recordamos el caballo autómata que M. Rygg,
ingeniero americano, construyó no hace mucho tiempo: esta ingeniosa imitación
del natural, mueve sus patas por la acción de una cadena impulsada por dos
manivelas, que se les hace dar vueltas, situadas en las orejas. Su armazón
hueca, representando el cuerpo de un caballo, tiene en su centro una rueda dentada
que comunica el movimiento a todos los órganos, y cuyo eje tiene dos manivelas
a las que se fijan unas bielas terminadas por pedales, y pedaleando se mueve
este mecanismo: he aquí un caballo que marcha algo tieso y con poca gracia,
pero con docilidad: inclinando su cabeza, colocada sobre un vástago relacionado
con el mecanismo, se obtiene un cambio de movimiento a derecha o a izquierda;
por último, el corcel lleva unos cascos ligeramente articulados, de caucho, con
objeto de evitar los resbalones y las reacciones demasiado duras.
Como el
caballo de M. Rygg, el ave del Sr. Vergara, carecía de motor y también se movía
pedaleando; pero ha sido preciso reconocer que, lo que bastaba para máquinas
que tienen punto de apoyo tan sólidos como la tierra o como el agua —porque hay
triciclos acuáticos—, era insuficiente para sostenerse y dirigirse en un medio
como la atmósfera.
Estamos, pues,
como al principio.
El pulpo de
tierra
Un viajero
naturalista, M. Dunstan, ha descubierto en la América Central una planta carnívora,
en las siguientes circunstancias, que él mismo refiere:
Hallábame
paseando con mi perro a la orilla del lago de Nicaragua, cuando me sorprendieron
los aullidos de dolor que lanzaba el animal; corro en su auxilio, y le encontré
retenido por tres varillas negras y pegajosas que se habían pegado a su piel y
le habían escoriado hasta el punto de brotar sangre, notando fuerte resistencia
al desprenderlas. Esa extraña planta, que puede llamarse "pulpo de tierra",
consiste en varillas estriadas, negras, sin hojas, que secretan un jugo viscoso
y están provistas de muchos tentáculos.
Los naturales
del país la temen; la llaman “trampa del diablo”.
A esta planta
corresponde, sin duda, un puesto preferente entre las plantas carnívoras.
Tomado de Revista Blanca, 1900.
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