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lunes, 2 de julio de 2012

Refutación de los espejos


 
 Octavio Paz


 Nunca nos vimos, yo le enviaba mis libros y él los suyos, nos escribíamos a veces, nos tratamos siempre de usted. 
 Leí su nombre por primera vez, hace más de cincuenta años, en Espuela de plata, hoja de poesía. 
 ¿A quién espoleaba esa espuela? Caballito de palo, caballo de ajedrez, caballito del diablo, veloz zumbido azul montado por un jinete que segaba jardines de tinta con un largo silbido. 
 El jinete desmontó y, alzando el yelmo de yedra, descubrió un rostro hecho de catorce letras: yo vi, entre los chopos líquidos de las eles y los montes magnéticos de las emes, rodeado de vocales -sólo faltaba la u, caracol de la melancolía, ciervo enamorado de la luna- a José Lezama Lima, apoyado en su vara políglota, pastor de imágenes.   
 Me mostró un pobre cemento de corazón de león y me dijo: a un puente, un gran puente, no se le ve.  
 Desde entonces cruzo puentes que van de aquí a allá, de nunca a siempre, desde entonces, ingeniero de aire, construyó el puente inacabable entre lo inaudible y lo invisible.  
 Nos tratábamos de usted pero ahora, al leer en xerox el manuscrito de Fragmentos a su Imán, lo tuteo. 
 Tú no me oyes ya, tú eres silencio más allá de sentido y sin sentido, tú estás más acá de silencio y de ruido, no obstante, puesto que has escrito: sólo existen el bien y la ausencia, tú existes y te tuteo. 
 Si el Agua Ígnea demuestra que la imagen existió antes que el hombre, tú eres ya tu Imagen. 
 Has vuelto a ser lo que fuiste antes de ser José Lezama Lima: el bien y la ausencia en una sola imagen. 
 Tú dices que lo lúdico es lo agónico y yo digo que lo lúdico es lo lúcido y por eso, en este juego de las apariciones y las desapariciones que jugamos sobre la tierra, en este ensayo general del Fin del Mundo que es nuestro siglo, te veo:   
 estás sentado en una silla hecha de una sola nube de metal polisemio arrancado a la avaricia del diccionario, y tus ojos contemplan tu poema -¿o es tu poema el que contempla las visiones de tus ojos?- sea lo uno o lo otro, te veo: teatro de las metamorfosis, cámara de las transformaciones, templo del triple Hermes. 
 Por tu cuerpo corren las substancias enamoradas de su forma, giran los elementos en busca de su imagen, perpetuas revoluciones del lenguaje que sólo habita la forma que inventa para devorarla y seguir girando. 
 Sí, tú eres la gran boa de la poesía de nuestra lengua que al enroscarse en sí misma se incendia y al incendiarse asciende como el carro de llamas del profeta y al tocar el ombligo del cielo se precipita como el joven Faetonte, el avión fulminado del Sueño de Sor Juana. 
 Sí, tú eres el pájaro que perfecciona el diccionario y que plantado sobre la piedra de las etimologías, canta -¿y qué dice su canto?, dice: cúacúa cúacúa- lo lúcido es lo lúdico y lo lúdico es lo agónico. 
 Sí, tú eres, como el gato de la bruja de Michelet, el lugarteniente de los participios en la noche llena de esdrújulos. 
 Sí, tú eres el guardián del Spermatikos Logos y lo preservas, como tu maestro Carpócrates, de la tiranía del cosmócrata. 
 Los espejos repiten al mundo pero tus ojos lo cambian: tus ojos son la crítica de los espejos: creo en tus ojos. 
 Aunque no esperas a nadie, insistes en que alguien tiene que llegar: ¿alguien o algo, quién o qué? 
 Preguntas al muro y el muro no responde y tú rascas al muro hasta que sangra y muestra su vacío: ya tienes la compañía insuperable, el pequeño hueco donde caben tú y tus Obras Completas y tus fantasmas. 
 Ese Agujero no es el espejo que devuelve tu imagen: es el espejo que te vuelve Imagen, aquel o aquello que fuiste antes de ser José Lezama Lima, pastor entre fuentes de eles y colinas de emes. 
 Ya entraste en el espejo que camina hacia nosotros, el espejo vacío de la poesía, contradicción de las contradicciones, ya estás en la casa de las semejanzas, ya eres, a los pies del Uno, sin cesar de ser otro, idéntico a ti mismo.  
 José Lezama Lima: qué pocos son capaces de pedir, como tu amigo Víctor Manuel, un regalo para regalarlo
 Yo lo he imitado y te pedí un manojo de frases: te las regalo para que te reconozcas -no como el que escribió esas frases sino como aquel-tú-mismo en que ellas te han convertido.

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