Gastón Baquero
Tiempo total. Espacio consumado.
No más ritual asirio, ni flecha, ni salterio.
El áureo Nilo de un golpe se ha secado,
y queda un único libro: el cementerio.
Reverso de Epiménides, ensimismado
contemplabas el muro y su misterio:
sorbías, por la imagen de ciervo alebrestado,
del unicornio gris el claro imperio.
Sacerdotes etruscos, nigromantes,
guerreros de la isla Trapobana,
coregas de Mileto, rubios danzantes,
se despidieron ya: sólo ha quedado,
sobre la tumba del pastor callado,
el zumbido de la abeja tibetana.
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