Paseándome a
la caída del día por la calle de Mercaderes, vi un joven de estos que llamamos
petimetres, de talla esbelta y graciosa, vestido con un estrecho y bien cortado
pantalón, media de seda color de carne, zapato escarpín muy charolado, camisa
de fina holanda que guarnecían dos hermosos brillantes por botones y un
solitario magnífico, chaleco lujoso y casaca de rico paño con el cuello hacia
atrás, de manera que descubría perfectamente su corbata anudada con estudiado
descuido, completando su vestimenta un sombrero lechuguino. Esto en cuanto a la
vestimenta y respecto a su persona el aire de satisfacción que se notaba en su
semblante y en todos sus movimientos, la sonrisa halagüeña que vagaba por sus
labios, la viveza y penetración de sus ojos, las patillas a lo Abencerrage, la
nariz aguileña y el corte griego de su cara que realzaba más su erguido
continente, hicieron que de todos los balcones y ventanas se volvieran a él los
brillantes ojos de las Ninfas Habaneras. Yo también sin ser ninfa me detuve a
contemplar aquel modelo de hermosura masculina y a mi entender más de una joven
entusiasmada exclamó al verle: "El es! Le vi en mi sueño!" Pero como
ya pasó para mí el tiempo de esas apariciones fantásticas, y no era una virgen
la que se ofrecía a mis ojos, sino un querubín; consideraba al nuevo Narciso
con el interés del artista que se queda extasiado delante de una pintura de
Rafael.
Acerqueme
para verle mejor y reparé en una casi imperceptible contracción de sus cejas:
me fue aun más difícil percibir el movimiento de disgusto que manifestó al
divisar por la esquina a Mr. Tompson, sastre de todas modas, que a él se
dirigía. Sin embargo, continuó impávido su camino manifestando más afabilidad
en el semblante; pero al momento conocí que había entre ellos relaciones atrasadas.
Encontráronse por fin y el impolítico sastre le saludó diciendo: "Diga V.
señor ¿cuando me paga lo que me debe?" Sin manifestar ninguna alteración y
con tono satírico, le respondió nuestro Adonis: "Es mucha su curiosidad amigo;
quiere V. le diga una cosa que yo mismo ignoro." Y saludándole con mucha
cortesía siguió el paseo como si nada hubiera sucedido, dejando al sastre
absorto con una repuesta tan inesperada, y a mí como quien ve visiones.
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