María Zambrano
Es
relativamente moderno, conquista trabajosa de la conciencia, el ver las cosas y
los seres, determinados y fijos, aprisionados en una apariencia siempre la
misma, a manera de esclavos a quienes no se les permite mostrarse más que en una
sola figura. Desde que el hombre sabe que las cosas tienen un ser, cada uno el
suyo, adquirió una seguridad, un respiro que bien pronto decayó en pereza y
hasta engendró el más inesperado de sus enemigos: el tedio. Porque al quedar
cada esencia o "fuerza" encerrada en su forma -en una sola- se perdió
la sorpresa, la danza en que vivía hasta entonces la creación toda como si
agradeciese al creador el haberla dejado salir de sus manos, tan suelta y tan libre;
el haberla creado en un acto de gracia "para su gloria". El orden y
la seguridad del mundo compuesto de cosas iguales a sí misma, distribuidas en
familias, especies y géneros, resultó sumamente tranquilizador y ¡lo más importante!
adecuado para que la acción humana se abriera camino, pero hizo palidecer, como
si una sutil capa de ceniza se extendiese al resplandor de la gloria del mundo,
de la vida múltiple, inasible en perpetua metamorfosis.
Esta fijación tranquilizadora, fue la hazaña
del pensamiento llevado al extremo por afán de poderío y dominación. Pues la
Filosofía por sí misma, al delimitar a cada cosa, a cada esencia en su forma lo
hizo guiada por algo más noble que el afán de seguridad, por el deseo de rescatar
la forma originaria, el rostro escondido bajo la tornadiza apariencia. Fue la
voluntad, el afán humano de reinar sobre un mundo de cosas inmóviles, quien dijo:
un día ¡está bien!, ya todo ha de quedar como está.
Acabó el tiempo de la metamorfosis y de la
danza, el tiempo de la gloria de Dios, para dar comienzo a la gloria del
hombre. Y así, pareció quedar establecido definitivamente
Pero, algunos hombres no se sometieron a esa
determinación en que todo quedaba ordenado; guardaban memoria, azuzada por la
nostalgia del tiempo perdido, en que las cosas danzaban en libertad y una piedad
sin límites las ganaba al contemplarlas mudas, sometidas como esclavos a
quienes está vedado dejar salir de su interior la voz de la alegría, obligados
a mostrar su ser solamente bajo un rostro, el de la servidumbre. Si quedó gente
que encontraba insoportable esta servidumbre, que es el original verdadero de
la separación de las clases, de cosas, de especies... Pues en el principio todo
estaba en todo, todas las cosas eran unas y diferentes, multiplicidad sumergida
en la unidad, concordia donde nadie, ni nada era más ni menos. Paraíso
destruido por el afán del hombre de reinar y ¿cómo podrá reinar lo que no es
Dios, si no introduciendo la diferencia? esas que según el viejo Anaximandro habrían
de pagar inexorablemente las cosas, la "injusticia de ser"
Poetas fueron llamados quienes no podían
soportar la injusticia de ser anticipándose a la expiación, recordaban a la vez
el tiempo antiguo, cuando los seres podían transitar libremente por todos los
estadios del ser. Pues especies, géneros, siempre los hubo, mas será posible ir
de uno a otro visitándolos, porque estaban abiertos hospitalariamente.
"Porque yo he sido alguna vez doncel, doncella, ave y en el piélago
salado, pez mudo" que dijera un filósofo que no se había olvidado de esos
tiempos.
La poesía quedó así como la manera más intensa
de recuerdo, también de presentimiento de esa felicidad, de la vida en libertad
a la total gloria de Dios. Los poetas aún a trueque de enajenación la
sirvieron, mantenedores de la esperanza de todas las cosas y los seres
sometidos a esclavitud, liberadores en ejercicio constante.
Todavía existen mundos, lugares en el planeta
donde las cosas y los seres no han sido dominados del todo por el afán de
definición, donde aún palpitan asomándose por entre las rendijas de un mundo todavía
sin cristalizar. La isla de Cuba es uno de esos lugares. Las islas han
proporcionado al alma humana la imagen de la vida intacta y feliz, como si
fuese un regalo, del paraíso donde las dos condenas, el trabajo y el dolor
quedan un tanto en suspenso, mundo mágico en que la "realidad" no
está delimitada, y aún el sueño puede igualar a la vigilia. Por ello fueron cuna de Dioses y de Mitología. Y
patria inextinguible la metamorfosis.
Las islas son más antiguas que el Continente,
y siempre vírgenes Cuba es isla arquetípica, por su luz que parece levantarla
hacia el cielo, haciendo aún más leve el
peso de la tierra. Pues es la luz quien hace al caer sobre la tierra resaltar
la gravedad, hay una luz de caída que se desploma sobre la tierra abrumándola
como sentencia del cielo. Hay otra luz que vibrante y ligera llega a posarse,
atrayendo sin violencia la tierra hacia sí.
Tal la que cae sobre la isla de Cuba, dispersa
en azul inigualable que se expande dejando a la tierra un lugar que ya parece
haber entrado en el orden celeste.
Y bajo esa luz, una vida que aún se confunde
con el sueño. La conciencia toca más que ve y los sentidos penetran en la
realidad sin encontrar resistencia. Mundo de la metamorfosis donde las formas
escondidas aguardan la voz que los haga manifestarse danzando. No es posible
que en tales sitios falten los poetas, surgen necesariamente como hecho natural:
exacto y misteriosamente. De un modo exacto y misterioso Lydia Cabrera es en
múltiples maneras poeta de este mundo, entre cielo, agua y tierra donde la luz
es creadora de todo. Y así sirve a la más elemental, imperiosa necesidad del
mundo que la vio nacer, pues tales mundos mágicos cuando son vistos, por las
miradas no poéticas, producen una inquietud y hasta un malestar indefinible; no
se sabe qué son porque no se encuentran en ellos la cristalizada apariencia, la
mudez propia del mundo en que todo ha sido ya definido. Y los contrarios parecen
marchar sueltos sin fundirse. Necesitan estos mundos antes que leyes, razones u
otras cosas prácticas, la poesía capaz de entender a las cosas esclavas, de oír
su voz y apresar su huidiza figura.
Lydia Cabrera se destaca entre todos los
poetas cubanos por una forma de poesía en que conocimientos y fantasía se
hermanan hasta el punto de no ser ya cosas diferentes, hasta constituir eso que
se llama "conocimiento poético".
Si el conocimiento intelectual es el que recae
y exige la unidad de cada ser, el poético anda en ese amplio y liberal
territorio, por ese anchuroso espacio donde se produce la metamorfosis. Quien
sólo entienda su poético oficio desde el lado de la fantasía, avanzará por los
caminos del sueño; así toda la lírica moderna en que el alma solitaria del
poeta se aventura sola y llega a perderse en la enajenación, en el delirio! El
último ejemplo, Antonín Artaud. Mas quien tiene la fortuna al par que la
esclavitud, de pertenecer a un mundo no hecho ni cuajado, puede como Lydia
Cabrera ejercitar ese arte adivinatorio al par objetivo, puede juntar el
conocimiento a la fantasía y realizar así la poesía, en su sentido primero de
ser la reveladora de un mundo, el agente unificador en que las cosas y los
seres, se muestran en estado virginal, en éxtasis y danza.
Danza y éxtasis son estados del alma en que el
movimiento pleno y la plena quietud coinciden. El alma recogida en sí misma
está al mismo tiempo en muchas partes, viaja, transita, conoce.
Lydia Cabrera lo patentiza así en su libro (1)
escrito en prosa pero que sólo como poesía puede ser entendido. Ejemplo de
"conocimiento poético", escrito en nuestros días en su país de Cuba,
donde aún se siente palpitar la metamorfosis, realiza el conocimiento poético
en una forma aún más sutil y complicada. Son poemas transformados en cuentos y
como tal expresión directa de su memoria viajera. Es el mundo de la raza
esclava hasta el dintel de nuestros días el que ella libera. Pues ¿cómo el
esclavo alcanzará la libertad, sino siendo escuchado y más aún recibiendo la
palabra que a veces no tiene la forma que aún le falta o se le fue quedando en
el camino de la servidumbre? Una lenta, trabajosa investigación es la fuente de
la actividad poética de Lydia Cabrera, cuya dificultad sólo puede ser superada
por quien, como ella, posea el sentido de la orientación, especie de vuelo de
la paloma, memoria, facultad eje de la poesía. Pues quizá la poesía sea en su
origen una especie de memoria de la "evolución creadora".
Y tras la investigación realizada más que con
ciencia con sabiduría, la participación en el mundo mágico, como si habiéndose
deslizado por el secreto laberinto en ruinas, hubiera llegado al mismo centro
donde puede ser visible, reconstruido. Mas, ¿quién podría reconstruir fielmente
sin haber alcanzado el centro de la inspiración, el fuego central con su medida
específica? Y esos dos libros que Lydia Cabrera con intervalo de diez años ha
entregado a la prensa -sin prisa porque no se propone "llegar" a
ninguna meta- viene a ser ejemplo de conocimiento poético en el que la
"Ciencia", la investigación ha tenido su parte.
Tuvo que ir muy lejos porque ha tenido que
adentrarse en su infancia. La raza de piel oscura es la nodriza verdadera de la
blanca, de todos los blancos en sentido legendario. Lo ha sido de hecho desde la
esclavitud y verdadera libertad del liberto de esta Isla de Cuba donde las gentes
de más clara estirpe fueron criados por la vieja aya de piel reluciente, cuyos
dichos, relatos y canciones mecieron, despertando y adurmiendo a un tiempo, su
infancia. Y así la venturosa "edad de oro" de la vida de cada uno se
confunde en la misma lejanía con "el tiempo aquel" de la fábula,
¡felices los que tuvieron pedagogía fabulosa!
Quizá ese vínculo de amor por la vieja aya,
por el mundo que rodeó a
su infancia de leyendas sea el secreto que a Lydia le ha permitido adentrarse
en el mundo de la metamorfosis que es al par el de la poesía primera y el de la
infancia. Memoria, fiel enamorada que ha proseguido su viaje a través de las
zonas diversas en que cosas y seres danzan.
Encontramos
en "los poemas" de este libro la mezcla primaria en que Dioses,
hombres y mujeres, animales y plantas juegan en el instante en que se echan los
dados, las suertes de la creación. El instante en que el juego de cada cual se
está diciendo. Pre-historia legendaria de nuestro histórico juego. Y así nos
cuenta por qué se perdió la suerte de resucitar y cosas menos trascendentales;
como el despojo de las ranas supieron de las mujeres y la mujer que por la
mañana el marido ausente recobra su condición original de Guanaja; la Tiñosa y
la Lechuza sorprendidas en su vida de comadres cumplidoras y parloteras; el
estigma de la jutía procedente del comadrazgo fanático... el mundo de los
árboles sagrados intermediarios a veces entre el hombre y la divinidad... Y los
dioses; la Diosa Oschún, antigua y siempre joven afrodita saliendo de su morada
fluvial, reina y dispensadora de la hermosura, la gracia y la bendita alegría.
Una burla ligera, una perenne sonrisa traspasa el libro todo y deja la imagen
final, de un aire ligero, la dulzura aromada de la brisa que estremece a la
isla, el susurro de las hojas y de los insectos a la caída de la tarde, la
viviente esmeralda del cocuyo en las noches de verano y ese fuego invisible,
ese palpitar como de alas que fueran a desplegarse...
Conocimiento poético que ha apresado el
instante de lo que ya va a ser, de lo que todavía no es, el temblor que da la
vida, a la que ninguna forma puede domar por entero, el soplo creador que da gracia
y libertad para la forma más plena de la vida: la danza. Danza en cuyos arabescos
se dibuja un incompleto poema cosmogónico. Por lo cual añoramos trabar la
lectura de Por qué una continuación; es un libro que abre la puerta de
un ancho espacio poblado de misterios; el espacio que despeja no se agota;
queríamos seguirlo recorriendo. Impresión que las notas agrupadas al final,
justifican, pues en su brevedad descubren un amplio mundo poético, una especie
de mitología que nos hace desear, casi exigir al autor que descubra en su
totalidad. Rara "totalidad" pues que la religión poética del esclavo
se ha enlazado con la Religión aprendida, buscando los intersticios
practicables para deslizarse por ella como el agua entre las rocas. Y por otra
parte, la vida y el paisaje de la isla han de haberse impreso en la tradición
africana. Sutil tejido de influencia tan delicadamente captado por ese
"conocimiento poético" del que Lydia Cabrera no se ve desasistida ni
un instante.
El mundo mágico donde suceden las metamorfosis
es ya ambiguo, mas aquí, en el mundo que este libro nos revela, la ambigüedad
se complica con la magia de la Isla de Cuba; interferencia de dos mundos
mágicos, metamorfosis de la poesía del alma misma trasplantada. Mas la
revelación poética de la Isla de Cuba exige la captación, esa otra metamorfosis
que la hizo formar parte de la cultura occidental: la del alma del blanco, del
español que esperamos también que la poesía de Lydia Cabrera nos muestre en un
día no muy lejano. Y le pediríamos para entonces que nos ponga en camino de
aclararnos este enigma: el español. ¿Es de los hombres occidentales, el más
cercano al mundo de la metamorfosis o el más alejado de ella; el más libre de
definición -de identidad- o el que por tener substancia tan idéntica no ha
tenido las mudanzas? Y aún más, ¿qué ha persistido de lo español en las tierras
nuevas, y de qué manera? ¿La Historia verdadera de esta "historia" de
la colonia, los cambios, las metamorfosis de lo español? Y sabemos que sí, que
Lydia Cabrera puede con su "poético conocimiento" y con su memoria
ancestral, conducirnos por el laberinto que forman estas interrogaciones.
(Orígenes. La Habana, 1949)
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