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domingo, 27 de mayo de 2012

El prólogo de Ortiz






 Este libro es el primero de una mujer habanera, a quien hace años iniciamos en el gusto del folklore afrocubano. Lydia Cabrera fue penetrando el bosque de las leyendas negras de La Habana por simple curiosidad y luego por deleite; al fin fue transcribiéndolas y coleccionándolas. Hoy tiene multitud de ellas. En París dio lectura de varias a literatos exquisitos y suscitó entusiasmos por su contenido poético, tanto que un poeta muy conocedor de las letras de América como Francis de Miomandre, tradujo algunas y un editor inteligente las imprimió en un libro que ya está agotado. Les Contes Négres de Cuba habían sido acogidos anteriormente por revistas literarias de Francia tan exigentes como Cahiers du Sud; Revue de Paris y Les Nouvelles Littéraires. De ahí que estos cuentos vieran la luz en traducción antes que en su lenguaje original, y que al aparecer en castellano ya vengan prologados por la excelente acogida de la crítica extranjera.
 Algunos apreciaron la espontaneidad de su poesía y de su arte; otros, como E. Noulet, descubrieron en ellos una psicología extraña, “un sentido goloso de la vida, una reacción muy sensible a todas sus formas y lenguajes, un espíritu a la vez medroso y audaz, cándido y burlón”. Alguien, como Jean Cassout, penetró los cuentos negros por lo social, viendo en estas narraciones los rasgos de la infelicidad y los ecos de las congojas de una raza subyugada.
 Pero varios de estos cuentos de los negros de Cuba son de una fase africana apenas contaminada por su culturación en el ambiente blanco, aun con los rasgos característicos de su original africanía. Reparando en éstos, alguien quiso interpretarlos aludiendo a la “profunda inmoralidad”, a la “ausencia de intención didáctica”, a la “ignorancia de distinguir el bien del mal”, a una “facultad extraordinaria de olvido”… Pero estas visiones no son sino las perspectivas que arrancan, involuntariamente, desde un ángulo prejuicioso, el del blanco, quien enjuicia al prójimo negro desde su propia moralidad y sus reacciones, aquéllas que su blanca civilización le señala y que él define como la moralidad y la justicia. Para nosotros sería preferible —influjo etnográfico y evolucionista—, observar no la falta de moralidad sino una moralidad distinta y unas valoraciones sociales diversas, impuestas a la conciencia de los negros africanos por sus circunstancias, diferentes de las de los blancos, tocante a sus condiciones económicas, políticas y culturales, así en la estable y ancestral sociedad de su oriundez como en ésta, americana, advenediza y transitoria. Quizás bastaría imaginar a los negros de África, cuya alma se refleja en estos cuentos, en un nivel algo semejante al arcaico mundo de Grecia, de Etruria o de Roma, para obtener una aproximación analógica, en cuanto a las bases de su ética, de su mitología y de su sistema social.
 No hay que olvidar que estos cuentos vienen a las prensas por una colaboración, la del folklore negro con su traductora blanca. Porque también el texto castellano es en realidad una traducción, y, en rigor sea dicho, una segunda traducción. Del lenguaje africano (yoruba, ewe o bantú) en que las fábulas se imaginaron, éstas fueron vertidas en Cuba al idioma amestizado y dialectal de los negros criollos. Quizás la anciana morena que se las narró a Lydia ya las recibió de sus antepasados en lenguaje acriollado. Y de esta habla tuvo la coleccionista que pasarlas a una forma legible en castellano, tal como ahora se estamparán. La autora ha hecho tarea difícil pero leal y, por tanto, muy meritoria, conservando a los cuentos su fuerte carácter exótico de fondo y de forma. Y su colección abre un nuevo capítulo folklórico en la literatura cubana.
 Estos cuentos afrocubanos, aun cuando todos ellos están cundidos de fantasía y ofrezcan entre sus protagonistas algunos personajes del panteón yoruba, como Obaogó, Oshún, Ochosi, etc., no son principalmente religiosos. Los más de los cuentos entran en la categoría de fábulas de animales, como las que antaño dieron su fama a Esopo, y contemporáneamente a las afroamericanas narraciones del Uncle Remus que son tan populares entre los niños de los Estados del Sur en la federación vecina. El tigre, el elefante, el toro, la lombriz, la liebre, las gallinas y, sobre todo, la jicotea. A veces la pareja jicotea-venado, o tortuga-ciervo, cuyas contrastantes personalidades constituyen un ciclo de piezas folklóricas muy típicas de los yorubas, donde la jicotea es el prototipo de la astucia y la sabiduría venciendo siempre a la fuerza y a la simplicidad.
 Algún cuento, como el titulado “Papá Jicotea y Papá Tigre”, ha debido de formarse en Cuba, por la fusión en serie de distintos episodios folklóricos, pues contiene elementos cosmogénicos seguidos de otros que son meras fabulaciones de animales.
 Otros cuentos son de personajes humanos en los cuales la mitología entra secundariamente, como, por ejemplo, “Dos Reinas” y “Una tragedia entre compadres”. En varios de ellos se descubren supervivencias totémicas, como cuando se cita el Hombre-Tigre, el Hombre-Toro, Papá-Jicotea, etc.
 Es curiosa la definición económica que el dios Ochosi, el varón cazador y amoroso de los cielos yorubas, da de la poligamia distinguiéndola de la prostitución. Aquélla consiste en que Ochosi, quien tiene muchas mujeres permanentes, no paga nunca a sus hembras pero siempre las tiene bien alimentadas y éstas trabajan para él.
 Ese cuento de añejo título español, “Bregantino, bregantín”, es una narración que ha de interesar a los freudianos, pues expone el mito social del patriarca que logra matar a todos los demás hombres y niños recién nacidos, hasta que por astucia una madre salva a uno de sus hijos y éste rompe con el poderío de su padre.
 Otro cuento nos ofrece unas fábulas muy curiosas, de cómo se originaron el primer hombre, el primer negro y el primer blanco. Abundan en el folklore negro los mitos de la etnogenia; pero éstos son nuevos para nosotros. El gran creador Oba-Ogó hizo al primer hombre “soplando sobre su propia caca”. Mito éste poco halagador para el hombre no obstante su deifica oriundez; pero no se aparta mucho del mito bíblico por el cual el primer ser humano nace del fango de la tierra, que Jehová moldea y vivifica, infundiéndole su soplo divino. No se dice en este mito negro cómo fueron los seres protohumanos, pero se explica que uno de ellos, a pesar de prohibírselo el sol, subió hasta éste por una cuerda de luz y al acercarse al astro ardiente se le quemó la piel; mientras que otro hombre subió a la Luna y allá se tornó blanco.
 La mayor parte de los cuentos negros coleccionados por Lydia Cabrera son de origen yoruba; pero no podemos asegurar que lo sean todos. En varios aparece evidente la huella de la civilización de los blancos. En algunos hay curiosos fenómenos de transición cultural que son muy significativos, como cuando el narrador atribuye a un dios el cargo de Secretario del Tribunal Supremo, o el de Capitán de Bomberos.
 Este libro es un rico aporte a la literatura folklórica de Cuba. Que es blanquinegra, pese a las actitudes negativas que suelen adoptarse por ignorancia, no siempre censurable, o por vanidad tan prejuiciosa como ridícula. Son muchos en Cuba los negativistas; pero la verdadera cultura y el positivo progreso están en las afirmaciones de las realidades y no en los reniegos. Todo pueblo que se niega a sí mismo está en trance de suicidio. Lo dice un proverbio afrocubano: “Chivo que rompe tambor con su pellejo paga”.


 Prólogo a Cuentos negros de Cuba, La Habana, La Verónica, 1940. 


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