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miércoles, 25 de enero de 2012

La danza cubana




 Asuntos hay de suyo tan espinosos que se hiere la mano quien les toca, porque al tratarlos es preciso rozarse con muchas susceptibilidades que, como la lija, desuellan al solo contacto de su piel punzante y áspera; pero que a pesar de riesgos y peligros tiene el periodista que atacar, como se ataca al ejército enemigo aunque mate, al incendio aunque devore; porque más debe tener en cuenta los males que producen mientras permanecen en pie semejantes asuntos a la sociedad en general que las heridas que a él han de inferirle cuando los ataque de frente. Uno de estos asuntos es la danza cubana de hoy.
 Bien se nos alcanza que lanzarán sobre nosotros su anatema los jóvenes frívolos que atentos solo a lo que pueda proporcionarles entretenimiento y solaz, consideran como ridículas preocupaciones el dulce candor femenil, la cortesía caballeresca, el trato respetuoso, comedido y etiquetero de lo que se llama buena sociedad; pero cábenos la esperanza de que se alistaran bajo nuestra bandera los buenos patricios, los partidarios de la moral, los que desean que nuestras señoritas sean damas de buen tono, nuestras señoras irreprochables matronas, caballeros nuestros jóvenes y respetables señores los que entre nosotros ocupan los puestos más altos de la edad, como en otras épocas sucedió, y como es preciso que vuelva a suceder si no queremos despeñarnos en un abismo cuya profundidad es incalculable.
 Una idea, eminentemente cristiana, idea de justicia, la igualdad social, que necesita en su desenvolvimiento inteligencias preparadas para recibirla, que produjo en Francia el horrendo sacudimiento de la Revolución y que quién sabe cuántos otros males prepara al mundo, por ser mal comprendida, esa idea es también la causa del mal que lamentamos en estas mal pergeñadas líneas.
En efecto; en vez de tender a la igualdad social levantando hasta la altura de las clases ilustradas aquellas otras que bullen en el cieno de la ignorancia, los que adoptaron entre nosotros la idea de igualdad y no tuvieron discernimiento bastante para comprenderla debidamente, bajaron los escalones que los separaban de las clases más abyectas y adoptaron, Dios los perdone, sus modales, su lenguaje, sus usos y hasta su moral. Vimos entonces a jóvenes caballeros expresarse con el chocante desenfado del negro curro, vimos a la modesta beldad bailar como la mulata y vimos cosas que se niega la pluma a gravar sobre el blanco papel.
 Nuestro celebrado baile nacional, la danza cubana, que como hija de la edad media conservaba la galantería en el caballero, la gracia y dignidad en la señorita, la cortesía en cada movimiento, el respeto en la música; la danza en que lucieron nuestras madres la gallardía cubana, en que poetizaron sus muelles movimientos castamente voluptuosos, en que pudieron lucir la belleza de sus formas sin ruborizarse, la danza que parecía haber nacido para el pie cubano, que simbolizaba la gracia ardiente de la mujer que durmió su primer sueño arrullada por la voz de los arroyos y las palmas; ese baile que adoptaba gozoso el europeo, desesperación del músico extranjero, en que dio pruebas el galán de cortesía; ese baile ha muerto. La danza de hoy, monstruoso engendro de la antigua y del tango africano, amenaza desmoralizar nuestra juventud: la ven con espanto creciente los hombres pensadores, la adoptan con repugnancia las señoritas púdicas y castas y algunas ni siquiera la bailan.
No hace mucho tiempo que trataron algunos ilustrados jóvenes de lanzarla de sus bailes, pero su nombre de danza cubana la salvó desgraciadamente del justo ostracismo que la amenazaba. Muchos padres impiden que sus hijas la bailen, muchas madres la ven con horror, muchas señoritas las desprecian y muchos jóvenes desean su reforma. Unámonos, pues, contra la danza actual, formemos contra ella una cruzada: los que llevan entre nosotros el cetro de la moda, bailen la antigua danza, que ya los imitarán los otros; tomémosla pluma los periodistas, ataquemos al monstruo con todas las armas, lancémosle una lluvia de epigramas, de caricaturas, de sátiras, pongámosle en ridículo; ayúdennos los padres, las madres y las hijas y el triunfo será nuestro. Nosotros hemos roto el fuego, sígannos aquellos que pueden algo.
No nos hubiéramos atrevido nosotros ni a atacarla, ni a recargar tanto de negro el cuadro de la danza, si personas respetables y que ocupan en nuestra sociedad lugares distinguidos no nos animaran a ello. La malevolencia puede levantar contra nosotros a muchas bellas, pero sepan estas que jamás hemos imaginado que sospechen los males que pueda traerles la danza moderna, porque su inocencia les pone ante los ojos un velo oscuro. Jamás diremos contra nuestras paisanas una sola palabra que pueda en lo más mínimo ofenderlas, porque las creemos buenas, inocentes y bien intencionadas; creemos firmemente que todas ellas lamentan que se haya maleado la danza y que si bailan, son arrastradas por la moda y la necesidad que tiene de diversiones la juventud, y creemos, por último, que adoptarán ellas la antigua danza con alma, vida y corazón.

                            El Matancero


 El Eco de Matanzas, 1859, pp. 58-59.

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