Asuntos hay de suyo tan espinosos que se hiere la
mano quien les toca, porque al tratarlos es preciso rozarse con muchas susceptibilidades
que, como la lija, desuellan al solo contacto de su piel punzante y áspera;
pero que a pesar de riesgos y peligros tiene el periodista que atacar, como se
ataca al ejército enemigo aunque mate, al incendio aunque devore; porque más
debe tener en cuenta los males que producen mientras permanecen en pie
semejantes asuntos a la sociedad en general que las heridas que a él han de
inferirle cuando los ataque de frente. Uno de estos asuntos es la danza cubana
de hoy.
Bien se nos
alcanza que lanzarán sobre nosotros su anatema los jóvenes frívolos que atentos
solo a lo que pueda proporcionarles entretenimiento y solaz, consideran como
ridículas preocupaciones el dulce candor femenil, la cortesía caballeresca, el
trato respetuoso, comedido y etiquetero de lo que se llama buena sociedad; pero
cábenos la esperanza de que se alistaran bajo nuestra bandera los buenos patricios,
los partidarios de la moral, los que desean que nuestras señoritas sean damas
de buen tono, nuestras señoras irreprochables matronas, caballeros nuestros
jóvenes y respetables señores los que entre nosotros ocupan los puestos más
altos de la edad, como en otras épocas sucedió, y como es preciso que vuelva a
suceder si no queremos despeñarnos en un abismo cuya profundidad es
incalculable.
Una idea, eminentemente
cristiana, idea de justicia, la igualdad social, que necesita en su
desenvolvimiento inteligencias preparadas para recibirla, que produjo en
Francia el horrendo sacudimiento de la Revolución y que quién sabe cuántos
otros males prepara al mundo, por ser mal comprendida, esa idea es también la
causa del mal que lamentamos en estas mal pergeñadas líneas.
En efecto; en vez de tender
a la igualdad social levantando hasta la altura de las clases ilustradas
aquellas otras que bullen en el cieno de la ignorancia, los que adoptaron entre
nosotros la idea de igualdad y no tuvieron discernimiento bastante para
comprenderla debidamente, bajaron los escalones que los separaban de las clases
más abyectas y adoptaron, Dios los perdone, sus modales, su lenguaje, sus usos
y hasta su moral. Vimos entonces a jóvenes caballeros expresarse con el
chocante desenfado del negro curro, vimos a la modesta beldad bailar
como la mulata y vimos cosas que se niega la pluma a gravar sobre el blanco
papel.
Nuestro
celebrado baile nacional, la danza cubana, que como
hija de la edad media conservaba la galantería en el caballero, la gracia y
dignidad en la señorita, la cortesía en cada movimiento, el respeto en la
música; la danza en que lucieron nuestras madres la gallardía cubana, en que
poetizaron sus muelles movimientos castamente voluptuosos, en que pudieron
lucir la belleza de sus formas sin ruborizarse, la danza que parecía haber
nacido para el pie cubano, que simbolizaba la gracia ardiente de la mujer que
durmió su primer sueño arrullada por la voz de los arroyos y las palmas; ese baile que adoptaba gozoso el europeo, desesperación del
músico extranjero, en que dio pruebas el galán de cortesía; ese baile ha muerto. La danza de hoy, monstruoso engendro de
la antigua y del tango africano, amenaza desmoralizar nuestra juventud:
la ven con espanto creciente los hombres pensadores, la adoptan con repugnancia
las señoritas púdicas y castas y algunas ni siquiera la bailan.
No hace mucho tiempo que
trataron algunos ilustrados jóvenes de lanzarla de sus bailes, pero su nombre
de danza cubana la salvó desgraciadamente del justo ostracismo que la
amenazaba. Muchos padres impiden que sus hijas la bailen, muchas madres la ven
con horror, muchas señoritas las desprecian y muchos jóvenes desean su reforma.
Unámonos, pues, contra la danza actual, formemos contra ella una cruzada: los
que llevan entre nosotros el cetro de la moda, bailen la antigua danza, que ya
los imitarán los otros; tomémosla pluma los periodistas, ataquemos al monstruo
con todas las armas, lancémosle una lluvia de epigramas, de caricaturas, de
sátiras, pongámosle en ridículo; ayúdennos los padres, las madres y las hijas y
el triunfo será nuestro. Nosotros hemos roto el fuego, sígannos aquellos que
pueden algo.
No nos hubiéramos atrevido
nosotros ni a atacarla, ni a recargar tanto de negro el cuadro de la danza, si personas
respetables y que ocupan en nuestra sociedad lugares distinguidos no nos
animaran a ello. La malevolencia puede levantar contra nosotros a muchas
bellas, pero sepan estas que jamás hemos imaginado que sospechen los males que
pueda traerles la danza moderna, porque su inocencia les pone ante los ojos un
velo oscuro. Jamás diremos contra nuestras paisanas una sola palabra que pueda
en lo más mínimo ofenderlas, porque las creemos buenas, inocentes y bien
intencionadas; creemos firmemente que todas ellas lamentan que se haya maleado
la danza y que si bailan, son arrastradas por la moda y la necesidad que tiene
de diversiones la juventud, y creemos, por último, que adoptarán ellas la antigua
danza con alma, vida y corazón.
El Matancero
El Eco de Matanzas, 1859, pp. 58-59.
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